»Mi amigo plantó una viña en un terreno muy fértil. Removió la
tierra, le quitó las piedras y plantó semillas de la mejor calidad. Puso una
torre en medio del terreno y construyó un lugar para hacer el vino. Mi amigo
esperaba uvas dulces, pero sólo cosechó uvas agrias. »Ahora, díganme ustedes, habitantes
de Jerusalén y de Judá, digan quién tiene la culpa, si ustedes o yo. ¿Qué no
hice por ustedes? Lo que tenía que hacer, lo hice. Yo esperaba que hicieran lo
bueno, pero sólo hicieron lo malo. »Pues bien, ustedes son mi viña, y ahora les
diré lo que pienso hacer: Dejaré de protegerlos para que los destruyan, derribaré
sus muros para que los pisoteen. Los dejaré abandonados, y pasarán hambre y
sed, y no los bendeciré. »Mi viña, mi plantación más querida, son ustedes,
pueblo de Israel; son ustedes, pueblo de Judá. Yo, el Dios todopoderoso, esperaba
de ustedes obediencia, pero sólo encuentro desobediencia; esperaba justicia, pero
sólo encuentro injusticia». (Isaías 5: 1 – 7) La lección de la
viña muestra que la nación escogida por Dios debía dar fruto para llevar a cabo
su obra, para defender la justicia. Produjo fruto, pero este fue ácido y malo. Jesús
dijo: "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:20). No se trata de decir
lo que se es, sino del fruto. ¿Ha examinado últimamente “su propio fruto”? ¿Es
dulce o ácido?