“Érase una vez un leñador el cual un día se dio cuenta que no tenía
su hacha
. Sorprendido y con lágrimas en los ojos, se encontró cerca de
su casa al vecino,
quien como siempre lo hacía le saludó sonriente y
amablemente.
Mientras éste entraba en su casa,
el leñador de
repente empezó a sospechar
y pensar que tal vez hubiese sido el vecino
quien le había robado el hacha
. De hecho, ahora que lo pensaba bien su
sonrisa parecía nerviosa,
tenía una mirada extraña e incluso hubiese
dicho que le temblaban las manos.
Bien pensado, el vecino tenía la misma
expresión que un ladrón, caminaba como un ladrón y hablaba como un
ladrón.
Todo ello iba pensando el leñador, cada vez más convencido
de haber encontrado al culpable del hurto,
cuando de repente se dió
cuenta de que sus pasos le habían llevado de nuevo
al bosque donde había
estado la noche anterior.
De pronto, tropezó con algo duro y
cayó. Cuando miró al suelo..
.encontró su hacha! El leñador volvió de
nuevo a su hogar con el hacha,
arrepentido de sus sospechas, y cuando
vio de nuevo a su vecino vio que su expresión,
andar y manera de hablar
eran (y habían sido en todo momento) las de siempre.”
Esta
historia corta,
la cual forma parte de muchas tradiciones
pero al
parecer tiene su origen en China,
nos sirve para aprender que a veces
nuestros pensamientos y sospechas nos hacen tener
percepciones distorsionadas de la realidad,
pudiendo llegar a malinterpretar situaciones y personas con gran
facilidad.
También nos enseña a no acusar a alguien gratuitamente
hasta
tener pruebas reales de aquello de lo que le acusamos.