Washington— Como ya es evidente para todos, la variante delta está
creciendo. Dada su contagiosidad, esto no es en absoluto una sorpresa; a
medida que el COVID-19 se adaptó a los humanos, las variantes se
volvieron cada vez más efectivas infectando a las personas, y la delta
es más del triple de contagiosa que el virus que se propagó el año
pasado. Y no será la última variante que veremos.
Esto
plantea muchas preguntas, y las tres más importantes son: ¿Se volverá
más virulento y causará más muertes y enfermedades más graves? ¿Logrará
el virus eludir la protección que ofrecen en la actualidad la inmunidad
natural y las vacunas? Y si la respuesta a cualquiera de las dos
primeras preguntas es afirmativa, ¿cómo podemos responder?
En este momento, lo mejor que podemos hacer son conjeturas
fundamentadas. Aún no hay información sólida sobre la virulencia de la
variante delta, aunque parece ser más peligrosa. Causó estragos en la
India, pero es difícil saber cuánto del número de muertes se le puede
atribuir al aumento de la virulencia y cuánto a un sistema de salud
colapsado. Los relatos anecdóticos de la situación también hablan de una
mayor virulencia, incluso en adultos más jóvenes. También sabemos que
la variante delta produce cerca de mil 200 veces la carga viral del
virus original, y la carga viral tiene correlación con la gravedad de la
enfermedad y las muertes. Ese dato no es reconfortante.
Tampoco
lo es la historia. Las cinco pandemias de influenza de las que tenemos
detalles desarrollaron variantes más virulentas antes de amainar. La
pandemia que comenzó en 1889 fue más del doble de letal en el Reino
Unido en el segundo año que en el primero, y en muchos países el tercer
año fue incluso más mortal.
En la epidemia de 1918, la primera ola fue leve –la Gran Flota
Británica sufrió 10 mil 313 casos en la primera ola pero solo cuatro
muertes– y poco transmisible. Una variante provocó una segunda ola
explosiva.
La pandemia de influenza de 1957 provocó un
aumento significativo en la cantidad de muertes, pero en 1960, después
de que se desarrollara una vacuna y muchas personas supuestamente ya
tuvieran inmunidad por infecciones previas, una variante causó que la
mortalidad máxima excediera los niveles pandémicos.
En
1968, Estados Unidos tuvo la mayor cantidad de muertes en el primer año,
pero en Europa –nuevamente, después de una vacuna e inmunidad adquirida
naturalmente– el segundo año fue más letal.
Durante la
pandemia de influenza de 2009 surgieron variantes que causaron
infecciones posvacunación, aumentaron las cargas virales y las muertes
en Estados Unidos, y los estudios también encontraron “una mayor carga
de enfermedades graves en el año posterior a la pandemia” fuera de
Estados Unidos.
Como regla general, los virus terminan
siendo menos peligrosos a medida que se adaptan a nuevos huéspedes y los
sistemas inmunitarios mejoran su respuesta. Eso debería suceder en este
caso, con el tiempo. Pero ya sea que la variante delta haya aumentado o
no la virulencia, lo más importante es que podría surgir otra variante
aún más peligrosa.
Eso hace que la siguiente pregunta sea
aún más importante: ¿Logrará el COVID-19, de alguna manera, escapar de
la protección inmunitaria? La respuesta es: probablemente.
A
menos de que sus oportunidades para mutar sean coartadas mediante la
detención de su propagación –algo imposible cuando miles de millones de
personas en el mundo siguen sin tener protección de alguna vacuna– es
probable que con el tiempo surja una variante que eluda la infección
natural y las vacunas actuales. Los estudios de coronavirus que causan
resfriados comunes demuestran que, con el tiempo, las mutaciones generan
la capacidad de los anticuerpos de neutralizar esos virus.
Los
estudios de laboratorio también muestran una disminución de los
anticuerpos neutralizantes contra el COVID-19 después de un año, aunque
los que quedan siguen siendo lo suficientemente efectivos como para
brindar protección, y otros elementos del sistema inmunitario siguen
siendo robustos. Fuera del laboratorio, la variante gamma pareció eludir
casi por completo la inmunidad natural obtenida por una infección
previa. Además, la efectividad de la vacuna ha disminuido ligeramente
contra diferentes variantes.
¿Qué nos dice esto sobre la
planificación de nuestros próximos pasos?
Primero, incluso
si el virus logra eludir la protección de la vacuna, sucederá de manera
muy gradual y eso no necesariamente significa un desastre. Deberíamos
tener tiempo para ajustar las vacunas y, hasta ahora, Moderna, Pfizer,
Johnson & Johnson y Novavax (que lo más probable es que obtenga la
autorización de emergencia de la Administración de Medicamentos y
Alimentos de Estados Unidos muy pronto) brindan protección contra todas
las variantes conocidas. Pero incluso si su eficacia disminuye de forma
significativa, seguirán salvando enormes cantidades de vidas. Las
vacunas contra la influenza son por lo general solo de 30 a 50%
efectivas en la prevención de enfermedades, pero siguen superando 80% de
eficacia en la prevención de casos que ameritan admisiones en la unidad
de cuidados intensivos.
En segundo lugar, necesitemos o
no dosis de refuerzo con las vacunas existentes, con el tiempo tendremos
que tener vacunas actualizadas enfocadas en la variante más reciente,
tal como lo hacemos cada año con la influenza. Incluso si la delta es la
peor variante que terminemos viendo, el virus seguirá mutando. Al igual
que con la influenza, el objetivo es desarrollar una vacuna que brinde
protección contra todas las variantes.
En el mejor de los
casos, la delta será la variante más peligrosa que surja, nuestro
sistema inmunitario aprenderá a responder, entrenado por vacunas o
infecciones, y lograremos el Santo Grial de una especie de inmunidad
colectiva. Aún así, esto no significará una inmunidad plena, sino
simplemente que la enfermedad se vuelva endémica y que sigan produciendo
infecciones y muertes, pero en cantidades mucho más reducidas. Mientras
tanto, durante al menos un año –y quizás más– la gran mayoría del mundo
seguirá experimentando una mortalidad significativa y trastornos
sociales y económicos.
La pandemia no ha terminado, ni
siquiera para las personas vacunadas. El virus sigue reinando. El
COVID-19 podría todavía darnos una sorpresa, y de hacerlo en esta etapa
todavía intermedia de la pandemia, lo más probable es que sea una
desagradable.
- - -
John
M. Barry es el autor de ‘La gran gripe: La pandemia más mortal de la
historia’ y académico distinguido de la Facultad de Salud Pública y
Medicina Tropical de la Universidad de Tulane.