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General: EXPERIENCIA TRAUMATICA
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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 08/01/2022 05:42 |
'Vivir en la calle me costó 54 mil dólares', narra mujer su traumática experiencia
La muerte de su madre,
la disputa de la herencia entre familiares y el incendio de su vivienda
la llevaron a descuidar su negocio y vivir en la indigencia
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Oregón.- Lori Teresa Yearwood, cuenta su historia, de cuando
tenía un negocio y como la muerte de su madre, la disputa de la
herencia entre familiares y hasta el deceso de su perro, la llevaron
poco a poco a vivir en la indigencia. Un ensayo publicado por The New
York Times, cuenta su tráumatica experiencia el cual se reproduce a
continuación:
Quedarme sin un lugar donde vivir se sintió
como si hubiera ocurrido en un abrir y cerrar de ojos. Fue como si en un
momento hubiera estado de pie en un parada junto a mis caballos,
acariciando sus crines, y al siguiente hubiera estado acostada dentro de
una bolsa de basura de plástico en la banca de un parque, envolviendo
mi cuerpo tembloroso con ropa.
De
hecho, ocurrió en el transcurso de doce meses devastadores entre 2013 y
2014. La casa que alquilaba en Oregón se quemó. Mi madre murió de un
cáncer que, hasta poco antes, nadie sabía que tenía. Mi familia se
enfrascó en una amarga disputa por su herencia y me excluyeron. Mi perro
beagle murió. Me sentí tan agobiada emocionalmente que fui incapaz de
dirigir el negocio que había tenido durante casi una década, y menos aún
de pagar el alquiler. Por último, me dijeron que hiciera las maletas y
abandonara la casa que había rentado tras el incendio.
Mi
travesía en la indigencia fue traumática, pero también resultó
increíblemente costosa, y en eso quiero centrarme aquí. Para cuando me
alejé de aquella banca de parque dos años después, había acumulado una
deuda de más de 54 mil dólares.
Dejar de vivir en la calle
no significaba una libertad inmediata. Por el contrario, volver al
mundo bajo techo significó primero tener que sortear una carrera de
obstáculos de cargos y multas que había contraído mientras no tenía
dónde vivir. En el proceso, aprendí que algunas de las personas más
traumatizadas y vulnerables de nuestra sociedad suelen cargar con
facturas que no tienen ni idea de cómo manejar, lo que les dificulta
mucho más encontrar una vivienda segura.
Esos pagos son
otra forma en que la sociedad estadounidense criminaliza a las personas
sin hogar: sanciones ocultas que pueden empezar con el remolque y la
incautación de los vehículos en los que la gente duerme y que pueden
continuar con una larga lista de delitos menores, como vagabundear,
acampar, mendigar e incluso permanecer demasiado tiempo en un mismo
lugar.
Vivir en situación de calle es una existencia
pesadillesca, y se volvió mucho más difícil con estas cargas
financieras. Ahora estoy del otro lado y escribo sobre mi experiencia
con la esperanza de desmantelar las barreras que mantienen a la gente en
el desamparo.
Crecí en las décadas de 1970 y 1980 en los
suburbios de Palo Alto, California. Mi padre era microbiólogo de la NASA
y mi madre era asistente administrativa en Stanford. Cuando tenía 10
años, me compraron un piano de cola para que aprendiera a tocar, y tomé
clases de ballet en la Escuela de Ballet de San Francisco. Fui a la
Universidad Estatal de San Francisco y me gradué en periodismo. Después
de la universidad, pasé una década como reportera de prensa, incluyendo
siete años en The Miami Herald.
En el año 2000, mi padre
murió, justo cuando comenzaron los recortes en los periódicos de todo
Estados Unidos. Mi padre me había dejado una herencia, así que renuncié a
mi trabajo y fundé una organización sin fines de lucro en Liberty City,
Miami, uno de los barrios más pobres del país en ese momento, la cual
impulsaba a los niños a escribir y compartir historias sobre sus vidas.
La organización apoyó a cientos de niños, pero nunca generó ingresos
suficientes para pagar a empleados. Así que, dos años después, me mudé
al sur de Oregón, donde cumplí el sueño de toda mi vida de tener
caballos. Para obtener el dinero necesario para cuidarlos, abrí una
empresa de recompensas comestibles orgánicas para caballos.
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Oregón.- Lori Teresa Yearwood, cuenta su historia, de cuando
tenía un negocio y como la muerte de su madre, la disputa de la
herencia entre familiares y hasta el deceso de su perro, la llevaron
poco a poco a vivir en la indigencia. Un ensayo publicado por The New
York Times, cuenta su tráumatica experiencia el cual se reproduce a
continuación:
Quedarme sin un lugar donde vivir se sintió
como si hubiera ocurrido en un abrir y cerrar de ojos. Fue como si en un
momento hubiera estado de pie en un parada junto a mis caballos,
acariciando sus crines, y al siguiente hubiera estado acostada dentro de
una bolsa de basura de plástico en la banca de un parque, envolviendo
mi cuerpo tembloroso con ropa.
De
hecho, ocurrió en el transcurso de doce meses devastadores entre 2013 y
2014. La casa que alquilaba en Oregón se quemó. Mi madre murió de un
cáncer que, hasta poco antes, nadie sabía que tenía. Mi familia se
enfrascó en una amarga disputa por su herencia y me excluyeron. Mi perro
beagle murió. Me sentí tan agobiada emocionalmente que fui incapaz de
dirigir el negocio que había tenido durante casi una década, y menos aún
de pagar el alquiler. Por último, me dijeron que hiciera las maletas y
abandonara la casa que había rentado tras el incendio.
Mi
travesía en la indigencia fue traumática, pero también resultó
increíblemente costosa, y en eso quiero centrarme aquí. Para cuando me
alejé de aquella banca de parque dos años después, había acumulado una
deuda de más de 54 mil dólares.
Dejar de vivir en la calle
no significaba una libertad inmediata. Por el contrario, volver al
mundo bajo techo significó primero tener que sortear una carrera de
obstáculos de cargos y multas que había contraído mientras no tenía
dónde vivir. En el proceso, aprendí que algunas de las personas más
traumatizadas y vulnerables de nuestra sociedad suelen cargar con
facturas que no tienen ni idea de cómo manejar, lo que les dificulta
mucho más encontrar una vivienda segura.
Esos pagos son
otra forma en que la sociedad estadounidense criminaliza a las personas
sin hogar: sanciones ocultas que pueden empezar con el remolque y la
incautación de los vehículos en los que la gente duerme y que pueden
continuar con una larga lista de delitos menores, como vagabundear,
acampar, mendigar e incluso permanecer demasiado tiempo en un mismo
lugar.
Vivir en situación de calle es una existencia
pesadillesca, y se volvió mucho más difícil con estas cargas
financieras. Ahora estoy del otro lado y escribo sobre mi experiencia
con la esperanza de desmantelar las barreras que mantienen a la gente en
el desamparo.
Crecí en las décadas de 1970 y 1980 en los
suburbios de Palo Alto, California. Mi padre era microbiólogo de la NASA
y mi madre era asistente administrativa en Stanford. Cuando tenía 10
años, me compraron un piano de cola para que aprendiera a tocar, y tomé
clases de ballet en la Escuela de Ballet de San Francisco. Fui a la
Universidad Estatal de San Francisco y me gradué en periodismo. Después
de la universidad, pasé una década como reportera de prensa, incluyendo
siete años en The Miami Herald.
En el año 2000, mi padre
murió, justo cuando comenzaron los recortes en los periódicos de todo
Estados Unidos. Mi padre me había dejado una herencia, así que renuncié a
mi trabajo y fundé una organización sin fines de lucro en Liberty City,
Miami, uno de los barrios más pobres del país en ese momento, la cual
impulsaba a los niños a escribir y compartir historias sobre sus vidas.
La organización apoyó a cientos de niños, pero nunca generó ingresos
suficientes para pagar a empleados. Así que, dos años después, me mudé
al sur de Oregón, donde cumplí el sueño de toda mi vida de tener
caballos. Para obtener el dinero necesario para cuidarlos, abrí una
empresa de recompensas comestibles orgánicas para caballos.
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Una vez más, mi capacidad crediticia se desplomó. Y nuevamente
recurrí a mis habilidades como reportera y al poder de la prensa. Le
escribí al hospital y le dije sin rodeos que estaba escribiendo un
artículo sobre los problemas a los que me había enfrentado. ¿Por qué
—pregunté— me están cobrando si en ese entonces yo vivía en la
indigencia y podrían haberle cobrado a Medicaid o haber cancelado la
deuda como caridad?
Un funcionario de relaciones públicas
respondió que, mientras estuve en el hospital, me había negado a hablar,
por lo que el personal no sabía que vivía en las calles. Le expliqué
que no me había negado a hablar, sino que había sufrido un trauma y
prácticamente no había pronunciado palabra durante dos años. A esas
alturas de mi reanudada carrera periodística ya había obtenido mi
historial clínico, así que les mostré a los administradores del hospital
algunas de las notas de los médicos sobre mí. El siguiente correo
electrónico del hospital fue rápido: “Tras revisar su cuenta, hemos
decidido hacer válido su argumento de que no tenía vivienda en el
momento en que se le prestó el servicio y hemos cancelado el saldo
restante”.
Les pregunté a los administradores del hospital
si iban a responder por el daño que me habían causado al arruinar mi
historial crediticio: el estrés y las noches de insomnio, el hecho de
que ya no fuera elegible para obtener tasas de interés bajas en las
hipotecas. El vocero se disculpó, pero dijo: “Lo único que puedo hacer
es hacer las cosas bien de ahora en adelante”.
Lo que me
lleva otra vez a mi argumento principal: ¿cómo vamos a hacer las cosas
bien de ahora en adelante para quienes se han quedado sin casa si no
reconocemos el daño que se les infligió en el pasado?
Le
hice esa pregunta a Dennis Culhane, un catedrático de la Universidad de
Pensilvania que lleva más de treinta años estudiando las políticas
públicas para las personas en situación de calle. Me dijo que las deudas
contraídas durante los años en que se carece de vivienda son “un
problema constante al que se enfrenta la gente”. A menudo, estas deudas
incluyen facturas de servicios públicos sin pagar, costos judiciales y
multas, así como la manutención de los hijos. Como solución, sugirió
clínicas para ayudar a las personas sin techo y a quienes están en
camino de salir de la indigencia a saldar su deuda de una vez y para
siempre, algo similar a lo que sucede en casos de quiebra. “De lo
contrario, solo se va a dificultar la supervivencia de la gente, y eso
no beneficia a nadie”, añadió.
En cierta medida, el
Departamento de Asuntos de los Veteranos estadounidense ha hecho esto
con sus Servicios de Apoyo a las Familias de Veteranos, que proporciona
alivio de la deuda para el realojamiento rápido de los veteranos que
carecen de vivienda. Algunos centros pueden ofrecer también asistencia
jurídica, pero eso no forma parte del programa nacional.
Me
encanta la idea de una solución de ventanilla única, pero tenemos que
ir más allá para ayudar a las personas sin techo y a quienes han logrado
superar esta situación. Su crisis está empeorando. Incluso antes de que
la pandemia de coronavirus llegara a Estados Unidos, en enero de 2020
había al menos 580.466 personas en situación de calle en el país, lo que
supone un aumento del 2 por ciento con respecto a 2019 y el cuarto
incremento anual consecutivo, según la National Alliance to End
Homelessness.
El personal de las organizaciones sin fines
de lucro que trabaja con personas en situación de calle debe recibir
formación sobre cómo interactuar con quienes han sufrido un trauma. De
lo contrario, pueden avergonzar sin darse cuenta a sus clientes por no
querer volver a un sistema económico que ya los ha castigado y
penalizado. Un síntoma clásico del trauma es evitar la fuente de ese
trauma.
Cuando estaba en proceso de salir de la
indigencia, confiaba en muy pocas personas. Necesitaba lo que los
defensores llaman una transición suave. Nunca me habría planteado ir a
un grupo que intentara ayudarme a menos que alguien en quien confiara me
dijera y me acompañara. Mi primera transición suave fue de la mano de
Shannon Cox, expolicía y fundadora de Journey of Hope. Ella me invitó a
comer y me llevó a los hospitales para recuperar todos los registros que
ignoraba que iba a necesitar para poder proteger mis finanzas después.
Es gratificante poder presentarme como reportera ante las
mismas instituciones y empresas que intentaron aprovecharse de mi
colapso. Luego de meses de lucha para que mi capacidad crediticia
estuviera en buen estado, por fin he vuelto a tener una buena
calificación. Pero mi ira permanece.
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De: Amiga |
Enviado: 09/01/2022 00:25 |
Cuánto dolor para una sola persona.
Pero, de eso se trata la vida, aprendizaje.
Salió adelante por ella misma.
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