Prosigue: “La juez ordenó que me cambiaran de celda para que
estuviera sola, pero nunca dijo que estuviera aislada y sin actividades.
A los dos días me cambiaron de celda y me mandaron a una de castigo en
un área que se llama segregados. No dejaban que nadie se me acercara,
nadie podía decirme hola ni de lejos”.
En ese punto,
continúa, la violación a la privacidad era tal que las propias custodias
le dijeron cómo podía protegerse un poco. Una orden del juez se
tergiversó.
“Allí había dos celdas y me metieron a la que
estaba monitoreada para vigilarme las 24 horas. La cámara daba directo a
la regadera y la taza; las oficiales me dijeron que tratara de poner mi
sábana colgada para que cuando me bañara o entrara al baño, no me
vieran del todo. Tenía derecho a salir una hora diaria, pero debía ser
de las siete de la tarde en adelante, cuando todas las demás internas ya
estaban encerradas, sin contar con que no podía salir a ningún tipo de
actividad”, narra.
“Una orden con buena intención para
estar mejor resultó peor, todo por solicitar un derecho y tratar de
defenderme. Si mis abogados hacían algo para defenderme, tenía
repercusiones. Yo quería protegerme del Covid y resultó contraproducente
porque me castigaron”, lamenta.
Posteriormente, los
abogados interpusieron una queja y tras escuchar de su propia voz lo que
ocurría, la jueza ordenó de nuevo el cambio, mismo que se incumplió de
nuevo.
“Cuando mis abogados meten la queja ante la jueza
se volvió a realizar una audiencia y le empecé a mencionar la situación.
Le dije que había un olor terrible a drenaje, arriba había una
ventanilla de ventilación, pero tenía una placa de fierro muy gruesa,
con agujeros muy pequeños que no permitían la ventilación. Iban y me
checaban la presión arterial en la mañana, a mediodía y en la noche;
siempre traía la presión alta y sólo me decían que siguiera tomando el
medicamento. No me daban nada que me calmara porque para el médico era
normal porque soy hipertensa. Duré así tres a cuatro días”, recuerda.
Continúa: “La jueza dijo que no fue lo que ordenó y ordena
que me cambien a otra celda, y sí me cambiaron a otra área donde también
la cámara me monitoreaba y aparte se mantuvo la prohibición de salir a
las actividades. Me tenían en una cárcel dentro de una cárcel, violando
todos mis derechos, ejerciendo violencia de género y tortura
psicológica”.
Luego de eso, señala, se interpuso una nueva
queja a la que la jueza respondió que la regresaran a la celda donde
inicialmente se encontraba. Hubo entonces varias visitas para revisión
solicitadas tanto por sus abogados como de otras internas. Sin embargo,
cuando las revisiones llegaron, las deficiencias motivos de queja se
habían subsanado.
“Cuando llegaron a revisar todo había
sido cambiado para que vieran que todo estaba perfecto y que yo había
mentido”, expresa.
A pesar de eso, Mayra asegura que
padeció Covid mientras estaba interna al igual que ocurrió con otras
compañeras, registrándose incluso el deceso de una de ellas, ya que a
pesar de la existencia de contagios se negaba continuamente por parte de
la autoridad; no había medicamentos ni médico para atenderlas.
“En
mi formación no cabe odio, rencor o maldición. Pasará algún tiempo en
que yo pueda perdonar por el daño que nos hicieron. Fue muy grande. Fue
daño moral, económico, social, profesional y hasta de salud porque sí
tuve Covid dentro del Cereso, aunque siempre negaron que lo tuviese,
pero no había ni medicamento y en ese momento ni médico de planta para
tratar a las internas, incluso falleció una compañera, así como el
lamentable fallecimiento de Lázaro, por falta de atención y
negligencia”, lamenta.
‘Las guardias me decían que no dejara de luchar’
Mayra
Julieta estuvo casi un año y medio en la cárcel y durante ese tiempo,
tuvo que aprender a vivir y convivir con el resto de la población
femenina en reclusión, así como con las mujeres que la custodiaban y
quienes, dice, algunas veces le dieron palabras de aliento.
“Ellas,
las guardias, se portaron bien, nunca hubo problemas. Sobre mi caso no
me decían nada, pero sí que no dejara de luchar. La verdad, siempre se
portaron bien en la medida de sus posibilidades, no fueron malas. Sí
conviví con la población general, sí me hacían comentarios respecto al
motivo por el que estaba allí. Veíamos las noticias y preguntaban dónde
estaban los 58 millones que decían que me había robado. Nunca me
extorsionaron, siempre se portaron bien conmigo, hubo respeto de mí
hacia ellas y viceversa”, dice.
“Fue un shock muy grande
estar allí, muy difícil, tenía mucho miedo porque no sabes a qué te
estás enfrentando, pero al final de cuentas vas conociendo a la gente,
tratándolas, dándote cuenta que son personas como tú, que tienen sus
sentimientos y problemas cada quien. Traté de encomendarme mucho a Dios y
pedirle que me ayudara a entender la situación por la que ellas pasaban
y ser empática. Funcionó para no tener conflictos porque llevé un trato
cordial. Cuando estaba en ‘segregados’ me mandaban muchas cartitas
diciéndome que si pudieran se pondrían en mi lugar, palabras de apoyo y
oraciones para que pudiera aguantar ese momento porque fue muy difícil y
pesado para mí estar allí”, afirma.
A diferencia de otros
casos, donde presuntamente se violentaron los derechos de mujeres y
menores de edad que acudían a las visitas, la entrevistada dice que sus
hijos fueron respetados en ese sentido y siempre hubo una persona adulta
(allegada a ella) presente cuando acudieron al penal.
“Sí
les permitieron entrar a mis hijos. Fue muy difícil para ellos verme
allí y para mí, que me vieran allí. Desde que tuvimos el accidente
siempre dije: nomás les quedo yo y tengo que ser fuerte, tengo que salir
con mi mejor cara, con una sonrisa, darles fortaleza a ellos, que no me
vieran triste, derrotada, mal, para que ellos se fueran tranquilos.
Siempre le decía a mi mamá que ellos tenían que estar bien porque éramos
quienes estábamos pagando la locura del gobernador”, cuenta.
Continúa:
“Con mis hijos se portaron bien. Cuando iban a visitarme siempre tenían
que ir acompañados de un adulto y a la hora de las revisiones siempre
tenía que estar un adulto. Realmente no pude tener tanta visita porque
me detuvieron en octubre y en marzo se vino la pandemia y se acabaron
las visitas. Duré casi un año sin verlos, nos hablábamos por teléfono y
mucho tiempo después nos permitieron videollamadas de 15 minutos, pero
ese tiempo no es nada”.
Su detención y permanencia en el
reclusorio, dice, llevó a sus cuatro hijos a una madurez adelantada y a
su madre al hospital.
“Les tocó madurar de golpe. A los 15
días de yo entrar al Cereso, a raíz de eso y el estrés, mi mamá se puso
muy grave. Duró 20 días internada y su recuperación fue de seis meses,
tuvo que tener asistencia de enfermeras ese tiempo. Pude verla al
principio y a la siguiente semana ya no fue. Yo preguntaba y mis hijos
me salían con evasivas, hasta que me tuvieron que decir que estaba muy
grave en el hospital. A mi hija mayor le tocó tomar el rol de la
encargada de la casa, ir al mandado, encargarse de sus hermanos, que mi
mamá tuviera la atención que necesitaba, conseguir enfermeras, buscar
donadores de sangre, estar al pendiente de todo. Su padre se sentiría
muy orgulloso de ellos, han sido los más fuertes en esto que nos tocó
vivir. Les robaron su infancia y los hicieron madurar de golpe y
porrazo. Dice un versículo de la Biblia que ‘por tus hijos te
conoceréis’, Javier Corral no tiene hijos y nunca los va a tener, a él
quién lo va a conocer por sus hijos, nadie”.
Este 8 de
marzo, dice Mayra, es necesario reconocer que las mujeres no sólo son la
base de la familia, sea cual sea la posición en la que estén, sino que
tienen un papel fundamental en cualquier ámbito de la sociedad en el que
se desempeñen.