Había una vez una bailarina que con sus músicos había arribado a la corte del príncipe de Birkaska.
Y, admitida en la corte, bailó ante el príncipe al son del laúd y la flauta y la cítara.
Bailó la danza de las llamas, y la danza de las espadas
y las lanzas; bailó la danza de las estrellas
y la danza del espacio. Y, por último, la danza de las flores al viento.
Luego se detuvo ante el trono del príncipe y dobló su cuerpo ante él.
Y el príncipe le solicitó que se acercara, y dijo:
Hermosa mujer, hija de la gracia y del encanto, ¿desde cuándo existe tu arte?
¿Y cómo es que dominas todos los elementos con tus ritmos y canciones?
Y la bailarina, inclinándose nuevamente ante el príncipe, dijo:
-Poderosa y agraciada Majestad, desconozco la respuesta a tus preguntas.
Sólo esto sé: el alma del filósofo habita en su cabeza;
el alma del poeta en su corazón; mas, el alma de la bailarina late en todo su cuerpo.
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