El arte sagrado de los iconos
Los primeros iconógrafos plasman con colores y pinturas lo que los Evangelios expresan. Desde el nacimiento de los iconos en la historia de la Iglesia, nunca
éstos han sido considerados como una mera obra artística. Antes bien,
los primeros iconógrafos, trataban de plasmar con colores y pinturas lo
que los Evangelios expresaban con palabras (Concilio de Nicea II). Más
aún, los iconos y, en general, la cultura bizantina, es una mezcla de cultura, arte, historia, fe... que se hace vida en el corazón de los habitantes del Imperio.
Desde los Emperadores hasta el campesino más humilde, vivían la
experiencia de los iconos como expresión de la fe de un pueblo que
experimentaba diariamente la intervención de Dios, de la Theotokos y de
los Santos en su vida cotidiana, a semejanza de como lo vivían las
primeras comunidades cristianas de Jerusalén.
Toda la cultura bizantina: arquitectura, escultura, pintura,
orfebrería, bordados y manuscritos, entre otros, va a estar iluminada
por esa fe que impregna cada una de las actividades y de la vida misma
de los habitantes del Imperio.
Oriente y Occidente: Iconógrafos y artistas
Mientras Occidente va a expresar esa fe vivida mediante la experiencia
personal del artista, Oriente va a atenerse a unos cánones establecidos
por la Iglesia. El primero va a expresar su propia experiencia y los
propios sentimientos que experimenta su fe, pintando con total y
absoluta espontaneidad cualquier motivo religioso que le es sugerido,
solicitado o que, simplemente, atiende a expresar lo que él siente o
experimenta. Así lo observamos, por citar algunos artistas españoles, en
el Greco, Velázquez, etc. Mientras tanto, en Oriente, los iconógrafos,
siguiendo al Maestro Dyonisios y, en general, a las determinaciones de
la Iglesia, buscan reproducir los mismos pasajes de los Evangelios,
omitiendo cualquier experiencia o sentimiento personal vivido, tratando,
simplemente, desde una profunda vida de oración, expresar el contenido
de los Evangelios.
No en vano, los iconógrafos -hasta tiempos muy recientes en que ha
pasado a ser objeto de ocupación de personas amantes de las
manualidades- eran siempre monjes y la iconografía un ministerio
conferido por la Iglesia. Nadie se dedicaba a la pintura de iconos, ni
nadie era iconógrafo por su propio gusto o afición a los iconos, sino
como un ministerio propio que se le había conferido.
Desde siempre, se ha comparado el ministerio del iconógrafo al del
sacerdote. Primero porque ambos predican la Palabra de Dios, el primero
con la pintura y los colores, el segundo mediante la palabra o la
escritura. En segundo lugar, porque el primero hace presente «al
Arquetipo que está en los cielos» y el segundo lo hace presente
sacramentalmente en la Eucaristía.
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