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LA ORACION DEL PUEBLO DE DIOS: La última consigna de Cristo
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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 16/10/2017 05:09 |
La última consigna de Cristo
1. La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una
de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al
Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a
todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado.
Él les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a los
hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado
y palpado con sus manos, acerca del Verbo de vida.
Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con
autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus
signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta
misión.
Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados
por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer
que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan
la vida en su nombre,
para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de
Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea.
Solicitud del Papa Pablo VI
2. Los últimos Papas le han reservado un puesto de relieve en su
solicitud pastoral. Mi venerado Predecesor Pablo VI sirvió a la
catequesis de la Iglesia de manera especialmente ejemplar con sus
gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio
Vaticano II —que él consideraba como la gran catequesis de los tiempos
modernos— con su vida entera. Él aprobó, el 18 de marzo de 1971, el
«Directorio general de la catequesis», preparado por la S. Congregación
para el Clero, un Directorio que queda como un documento básico para
orientar y estimular la renovación catequética en toda la Iglesia. Él
instituyó la Comisión internacional de Catequesis, en el año 1975. Él
definió magistralmente el papel y el significado de la catequesis en la
vida y en la misión de la Iglesia, cuando se dirigió a los participantes
en el Primer Congreso Internacional de Catequesis, el 25 de septiembre
de 1971, y se detuvo explícitamente sobre este tema en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiando.
Él quiso que la catequesis, especialmente la que se dirige a los niños y
a los jóvenes, fuese el tema de la IV Asamblea general del Sínodo de
los Obispos, celebrada durante el mes de octubre de 1977, en la que yo mismo tuve el gozo de participar.
Un Sínodo fructuoso
3. Al concluir el Sínodo, los Padres entregaron al Papa una
documentación muy rica, que comprendía las diversas intervenciones
tenidas durante la Asamblea, las conclusiones de los grupos de trabajo,
el Mensaje que con su consentimiento habían dirigido al pueblo de Dios,
y sobre todo la serie imponente de «Proposiciones» en las que ellos
expresaban su parecer acerca de muchos aspectos de la catequesis en el
momento actual.
Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera excepcional de acción de
gracias y de esperanza. Ha visto en la renovación catequética un don
precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy, un don al que por
doquier las comunidades cristianas, a todos los niveles, responden con
una generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario
discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía
contar en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del
Señor y a las directrices del Magisterio.
Sentido de esta Exhortación
4. En este mismo clima de fe y esperanza os dirijo hoy, Venerables
Hermanos, amados hijos e hijas, esta Exhortación Apostólica. En un tema
tan amplio, ella no tratará sino de algunos aspectos más actuales y
decisivos, para corroborar los frutos del Sínodo. Ella vuelve a tomar en
consideración, sustancialmente, las reflexiones que el Papa Pablo VI
había preparado, utilizando ampliamente los documentos dejados por el
Sínodo. El Papa Juan Pablo I —cuyo celo y cualidades de catequista tanto
asombro nos han causado— las había recogido y se disponía a publicarlas
en el momento en que inesperadamente fue llamado por Dios. A todos
nosotros él nos ha dado el ejemplo de una catequesis fundada en lo
esencial y a la vez popular, hecha de gestos y palabras sencillas,
capaces de llegar a los corazones. Yo asumo pues la herencia de estos
dos Pontífices, para responder a la petición de los Obispos, formulada
expresamente al final de la IV Asamblea general del Sínodo y acogida por
el Papa Pablo VI en su discurso de clausura.
Lo hago también para cumplir uno de los deberes principales de mi
oficio apostólico. La catequesis ha sido siempre una preocupación
central en mi ministerio de sacerdote y de obispo.
Deseo ardientemente que esta Exhortación Apostólica, dirigida a toda
la Iglesia, refuerce la solidez de la fe y de la vida cristiana, dé un
nuevo vigor a las iniciativas emprendidas, estimule la creatividad —con
la vigilancia debida— y contribuya a difundir en la comunidad cristiana
la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo.
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TENEMOS UN SOLO MAESTRO: JESUCRISTO
En comunión con la persona de Cristo
5. La IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos ha insistido
mucho en el cristocentrismo de toda catequesis auténtica. Podemos
señalar aquí los dos significados de la palabra que ni se oponen ni se
excluyen, sino que más bien se relacionan y se complementan.
Hay que subrayar, en primer lugar, que en el centro de la catequesis
encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret,
«Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»,
que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive
para siempre con nosotros. Jesús es «el Camino, la Verdad y la Vida», y la vida cristiana consiste en seguir a Cristo, en la «sequela Christi».
El objeto esencial y primordial de la catequesis es, empleando una
expresión muy familiar a San Pablo y a la teología contemporánea, «el
Misterio de Cristo». Catequizar es, en cierto modo, llevar a uno a
escrutar ese Misterio en toda su dimensión: «Iluminar a todos acerca de
la dispensación del misterio... comprender, en unión con todos los
santos, cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y
conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis
llenos de toda la plenitud de Dios».
Se trata por lo tanto de descubrir en la Persona de Cristo el designio
eterno de Dios que se realiza en Él. Se trata de procurar comprender el
significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos
realizados por Él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su
Misterio. En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a
uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo:
sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos
partícipes de la vida de la Santísima Trinidad.
Transmitir la doctrina de Cristo
6. En la catequesis, el cristocentrismo significa también que, a
través de ella se transmite no la propia doctrina o la de otro maestro,
sino la enseñanza de Jesucristo, la Verdad que Él comunica o, más
exactamente, la Verdad que Él es.
Así pues hay que decir que en la catequesis lo que se enseña es a
Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a
Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la
medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su
boca. La constante preocupación de todo catequista, cualquiera que sea
su responsabilidad en la Iglesia, debe ser la de comunicar, a través de
su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. No
tratará de fijar en sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales,
la atención y la adhesión de aquel a quien catequiza; no tratará de
inculcar sus opiniones y opciones personales como si éstas expresaran la
doctrina y las lecciones de vida de Cristo. Todo catequista debería
poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: «Mi doctrina no
es mía, sino del que me ha enviado». Es lo que hace san Pablo al tratar una cuestión de primordial importancia: «Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido».
¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el
Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el
Padre, qué espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el
catequista para poder decir: «Mi doctrina no es mía»!
Cristo que enseña
7. Esta doctrina no es un cúmulo de verdades abstractas, es la
comunicación del Misterio vivo de Dios. La calidad de Aquel que enseña
en el Evangelio y la naturaleza de su enseñanza superan en todo a las de
los «maestros» en Israel, merced a la unión única existente entre lo
que Él dice, hace y lo que es. Es evidente que los Evangelios indican
claramente los momentos en que Jesús enseña, «Jesús hizo y enseñó»:
en estos dos verbos que introducen al libro de los Hechos, san Lucas
une y distingue a la vez dos dimensiones en la misión de Cristo.
Jesús enseñó. Este es el testimonio que Él da de sí mismo: «Todos los días me sentaba en el Templo a enseñar».
Esta es la observación llena de admiración que hacen los evangelistas,
maravillados de verlo enseñando en todo tiempo y lugar, y de una forma y
con una autoridad desconocidas hasta entonces: «De nuevo se fueron
reuniendo junto a Él las multitudes y de nuevo, según su costumbre, les
enseñaba»; «y se asombraban de su enseñanza, pues enseñaba como quien tiene autoridad».
Eso mismo hacen notar sus enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y
buscar un pretexto para condenarlo. «Subleva al pueblo, enseñando por
toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta aquí».
El único «Maestro»
8. El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro.
¡Cuántas veces se le da este título de maestro a lo largo de todo el
Nuevo Testamento y especialmente en los Evangelios!.
Son evidentemente los Doce, los otros discípulos y las muchedumbres que
lo escuchan quienes le llaman «Maestro» con acento a la vez de
admiración, de confianza y de ternura.
Incluso los Fariseos y los Saduceos, los Doctores de la Ley y los
Judíos en general, no le rehúsan esta denominación: «Maestro,
quisiéramos ver una señal tuya»; «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?»].
Pero sobre todo Jesús mismo se llama Maestro en ocasiones
particularmente solemnes y muy significativas: «Vosotros me llamáis
Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy»; y proclama la singularidad, el carácter único de su condición de Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro»Cristo. Se comprende que, a lo largo de dos mil años, en todas las
lenguas de la tierra, hombres de toda condición, raza y nación, le hayan
dado con veneración este título repitiendo a su manera la exclamación
de Nicodemo: «has venido como Maestro de parte de Dios».
Esta imagen de Cristo que enseña, a la vez majestuosa y familiar,
impresionante y tranquilizadora, imagen trazada por la pluma de los
evangelistas y evocada después, con frecuencia, por la iconografía desde
la época paleocristiana, —¡tan atractiva es!— deseo ahora evocarla en el umbral de estas reflexiones sobre la catequesis en el mundo actual.
Enseñando con toda su vida
9. No olvido, haciendo esto, que la majestad de Cristo que enseña, la
coherencia y la fuerza persuasiva únicas de su enseñanza, no se
explican sino porque sus palabras, sus parábolas y razonamientos no
pueden separarse nunca de su vida y de su mismo ser. En este sentido, la
vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus
milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por
los pequeños y los pobres, la aceptación del sacrificio total en la
cruz por la salvación del mundo, su resurrección son la actuación de su
palabra y el cumplimiento de la revelación. De suerte que para los
cristianos el Crucifijo es una de las imágenes más sublimes y populares
de Jesús que enseña.
Estas consideraciones, que están en línea con las grandes tradiciones
de la Iglesia, reafirman en nosotros el fervor hacia Cristo, el Maestro
que revela a Dios a los hombres y al hombre a sí mismo; el Maestro que
salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, exige, que conmueve,
que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la
historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria.
Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y
fuerza para una renovación auténtica y deseable de la catequesis.
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II
UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA COMO LA IGLESIA
La Misión de los Apóstoles
10. La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de
los Doce y de los primeros discípulos, y la consigna «Id y haced
discípulos a todas las gentes»
orientó toda su vida. San Juan da testimonio de ello en su Evangelio,
cuando refiere las palabras de Jesús: «Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo
lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer».
No son ellos los que han escogido seguir a Jesús, sino que es Jesús
quien los ha elegido, quien los ha guardado y establecido, ya antes de
su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para que su fruto
permanezca. Por ello después de la resurrección, les confió formalmente la misión de hacer discípulos a todas las gentes.
El libro entero de los Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron
fieles a su vocación y a la misión recibida. Los miembros de la
primitiva comunidad cristiana aparecen en él «perseverantes en oír la
enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la oración».
Se encuentra allí sin duda alguna la imagen permanente de una Iglesia
que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, nace y se nutre
continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio
eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la caridad.
Cuando los adversarios se sienten celosos de la actividad de los
Apóstoles, se debe a que están «molestos porque enseñan al pueblo» y les prohíben enseñar en el nombre de Jesús. Pero nosotros sabemos que, precisamente en ese punto, los Apóstoles juzgaron más razonable obedecer a Dios que a los hombres.
La catequesis en la época apostólica
11. Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del apostolado.
Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la confían
también a los diáconos desde su institución: Esteban, «lleno de gracia y
de poder», no cesa de enseñar, movido por la sabiduría del Espíritu. Los Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a «otros» discípulos; e incluso simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes predicando la palabra.
San Pablo es el heraldo por antonomasia de este anuncio, desde
Antioquía hasta Roma, donde la última imagen que tenemos de él según el
libro de los Hechos, es la de un hombre «que enseña con toda libertad lo
tocante al Señor Jesucristo».
Sus numerosas cartas amplían y profundizan su enseñanza. Asimismo las
cartas de Pedro, de Juan, de Santiago y de Judas son otros tantos
testimonios de la catequesis de la era apostólica.
Los Evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una
enseñanza oral transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o
menos una estructura catequética. ¿No ha sido llamado el relato de San
Mateo evangelio del catequista y el de San Marcos, evangelio del
catecúmeno?
En los Padres de la Iglesia
12. La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de
sus primeros colaboradores. Haciéndose día a día discípula del Señor,
con razón se la ha llamado «Madre y Maestra». Desde Clemente Romano hasta Orígenes,
en la edad postapostólica ven la luz obras notables. Más tarde se
registra un hecho impresionante: Obispos y Pastores, los de mayor
prestigio, sobre todo en los siglos tercero y cuarto, consideran como
una parte importante de su ministerio episcopal enseñar de palabra o
escribir tratados catequéticos. Es la época de Cirilo de Jerusalén y de
Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la pluma
de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen siendo modelos para
nosotros.
No es posible evocar aquí, ni siquiera brevemente, la catequesis que
ha mantenido la difusión y el camino de la Iglesia en los diversos
períodos de la historia, en todos los continentes y en los contextos
sociales y culturales más diversos. Ciertamente las dificultades no han
faltado nunca. Mas la Palabra del Señor ha realizado su misión a través
de los siglos, se ha difundido y ha sido glorificada, como indica el
Apóstol Pablo.
En los Concilios y en la actividad misionera
13. El ministerio de la catequesis saca siempre nuevas energías de
los Concilios. A este respecto el Concilio de Trento constituye un
ejemplo que se ha de subrayar: en sus constituciones y decretos dio
prioridad a la catequesis; dio lugar al «catecismo romano» que lleva
además su nombre y constituye una obra de primer orden, resumen de la
doctrina cristiana y de la teología tradicional para uso de los
sacerdotes; promovió en la Iglesia una organización notable de la
catequesis; despertó en los clérigos la conciencia de sus deberes con
relación a la enseñanza catequética; y, merced al trabajo de santos
teólogos como san Carlos Borromeo, san Roberto Belarmino o san Pedro
Canisio, dio origen a catecismos, verdaderos modelos para aquel tiempo.
¡Ojalá suscite el Concilio Vaticano II un impulso y una obra semejante
en nuestros días!
Las misiones constituyen también un terreno privilegiado para la
práctica de la catequesis. Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo
de Dios no ha cesado de educarse en la fe, según formas adaptadas a las
distintas situaciones de los creyentes y a las múltiples coyunturas
eclesiales.
La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No
sólo la extensión geográfica y el incremento numérico sino también, y
más todavía, el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia
con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella. De entre las
experiencias de la historia de la Iglesia que acabamos de recordar,
muchas lecciones —entre tantas otras— merecen ser puestas de relieve.
La catequesis: derecho y deber de la Iglesia
14. Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la
Iglesia un deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte,
es sin duda un deber que tiene su origen en un mandato del Señor e
incumbe sobre todo a los que en la Nueva Alianza reciben la llamada al
ministerio de Pastores. Por otra parte, puede hablarse igualmente de
derecho: desde el punto de vista teológico, todo bautizado por el hecho
mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una
enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida
verdaderamente cristiana; en la perspectiva de los derechos del hombre,
toda persona humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de
adherirse plenamente a ella, libre de «toda coacción por parte tanto de
los individuos como de los grupos sociales y de cualquier poder humano
que sea, de suerte que, en esta materia, a nadie se fuerce a actuar
contra su conciencia o se le impida actuar ... de acuerdo con ella».
Por ello la actividad catequética debe poder ejercerse en
circunstancias favorables de tiempo y lugar, debe tener acceso a los
medios de comunicación social, a adecuados instrumentos de trabajo, sin
discriminación para con los padres, los catequizados o los catequistas.
Actualmente es cierto que ese derecho es reconocido cada vez más, al
menos a nivel de grandes principios, como testimonian declaraciones o
convenios internacionales, en los que —cualesquiera que sean sus
límites— se puede reconocer la voz de la conciencia de gran parte de los
hombres de hoy.
Pero numerosos Estados violan este derecho, hasta tal punto que dar,
hacer dar la catequesis o recibirla, llega a ser un delito susceptible
de sanción. En unión con los Padres del Sínodo elevo enérgicamente la
voz contra toda discriminación en el ámbito de la catequesis, a la vez
que dirijo una apremiante llamada a los responsables para que acaben del
todo esas constricciones que gravan sobre la libertad humana en general
y sobre la libertad religiosa en particular.
Tarea prioritaria
15. La segunda lección se refiere al lugar mismo de la catequesis en
los proyectos pastorales de la Iglesia. Cuanto más capaz sea, a escala
local o universal, de dar la prioridad a la catequesis —por encima de
otras obras e iniciativas cuyos resultados podrían ser mas
espectaculares—, tanto más la Iglesia encontrará en la catequesis una
consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su
actividad externa como misionera. En este final del siglo XX, Dios y los
acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a
la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una
tarea absolutamente primordial de su misión. Es invitada a consagrar a
la catequesis sus mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar
esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar
personal capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una
actitud de fe. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fidelidad a
Dios, que nunca deja de responder.
Responsabilidad común y diferenciada
16. Tercera lección: la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo,
una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser
responsable. Pero sus miembros tienen responsabilidades diferentes,
derivadas de la misión de cada uno. Los Pastores, precisamente en virtud
de su oficio, tienen, a distintos niveles, la más alta responsabilidad
en la promoción, orientación y coordinación de la catequesis. El Papa,
por su parte, tiene una profunda conciencia de la responsabilidad
primaria que le compete en este campo: encuentra en él motivos de
preocupación pastoral, pero sobre todo de alegría y de esperanza. Los
sacerdotes, religiosos y religiosas tienen ahí un campo privilegiado
para su apostolado. A otro nivel, los padres de familia tienen una
responsabilidad singular. Los maestros, los diversos ministros de la
Iglesia, los catequistas y, por otra parte, los responsables de los
medios de comunicación social, todos ellos tienen, en grado diverso,
responsabilidades muy precisas en esta formación de la conciencia del
creyente, formación importante para la vida de la Iglesia, y que
repercute en la vida de la sociedad misma. Uno de los mejores frutos de
la Asamblea general del Sínodo dedicado por entero a la catequesis sería
despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una
conciencia viva y operante de esta responsabilidad diferenciada pero
común.
Renovación continua y equilibrada
17. Finalmente la catequesis tiene necesidad de renovarse
continuamente en un cierto alargamiento de su concepto mismo, en sus
métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos
medios de transmisión del mensaje Esta renovación no siempre tiene igual
valor, y los Padres del Sínodo han reconocido con realismo, junto a un
progreso innegable en la vitalidad de la actividad catequética y a
iniciativas prometedoras, las limitaciones o incluso las «deficiencias»
de lo que se ha realizado hasta el presente.
Estos límites son particularmente graves cuando ponen en peligro la
integridad del contenido. El «Mensaje al pueblo de Dios» subrayó
justamente que, para la catequesis, «la repetición rutinaria, que se
opone a todo cambio, por una parte, y la improvisación irreflexiva que
afronta con ligereza los problemas, por la otra, son igualmente
peligrosas».
La repetición rutinaria lleva al estancamiento, al letargo y, en
definitiva, a la parálisis. La improvisación irreflexiva engendra
desconcierto en los catequizados y en sus padres, cuando se trata de los
niños, causa desviaciones de todo tipo, rupturas y finalmente la ruina
total de la unidad. Es necesario que la Iglesia dé prueba hoy —come supo
hacerlo en otras épocas de su historia— de sabiduría, de valentía y de
fidelidad evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas
para la enseñanza catequética.
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III
LA CATEQUESIS EN LA ACTIVIDAD PASTORAL Y MISIONERA DE LA IGLESIA
La catequesis: una etapa de la evangelización
18. La catequesis no puede disociarse del conjunto de actividades
pastorales y misionales de la Iglesia. Ella tiene, sin embargo, algo
específico propio sobre lo que la IV Asamblea general del Sínodo de los
Obispos, en sus trabajos preparatorios y a lo largo de su celebración,
se ha interrogado a menudo. La cuestión interesa también a la opinión
pública, dentro y fuera de la Iglesia.
No es éste el lugar adecuado para dar una definición rigurosa y
formal de la catequesis, suficientemente ilustrada en el «Directorio
General de la Catequesis»[47]. Compete a los especialistas enriquecer cada vez más su concepto y su articulación.
Frente a la incertidumbre de la práctica, recordemos simplemente
algunos puntos esenciales, por lo demás ya consolidados en los
documentos de la Iglesia, para una comprensión exacta de la catequesis y
sin los cuales se correría el riesgo de no llegar a comprender todo su
significado y su alcance.
Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto
educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende
especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente
de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud
de la vida cristiana. En este sentido, la catequesis se articula en
cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, sin
confundirse con ellos, que tienen un aspecto catequético, preparan a la
catequesis o emanan de ella: primer anuncio del evangelio o predicación
misional por medio del kerigma para suscitar la fe apologética o
búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana,
celebración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial,
testimonio apostólico y misional.
Recordemos ante todo que entre la catequesis y la evangelización no
existe ni separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino
relaciones profundas de integración y de complemento recíproco.
La Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi»
del 8 de diciembre de 1975, sobre la evangelización en el mundo
contemporáneo, subrayó con toda razón que la evangelización —cuya
finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva
de ella—, es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos
o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es
preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento. La catequesis es uno de esos momentos —¡y cuán señalado!— en el proceso total de evangelización.
Catequesis y primer anuncio del Evangelio
19. La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero
del Evangelio que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo
de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por
medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del
mensaje de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en
cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido
lugar. Cierto número de niños bautizados en su infancia llega a la
catequesis parroquial sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y
sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo,
sino solamente la capacidad de creer puesta en ellos por el bautismo y
la presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un ambiente
familiar poco cristiano o el espíritu positivista de la educación crean
rápidamente algunas reticencias. A éstos es necesario añadir otros
niños, no bautizados, para quienes sus padres no aceptan sino
tardíamente la educación religiosa: por motivos prácticos, su etapa
catecumenal se hará en buena parte durante la catequesis ordinaria.
Además muchos preadolescentes y adolescentes, que han sido bautizados y
que han recibido sistemáticamente una catequesis así como los
sacramentos, titubean por largo tiempo en comprometer o no su vida con
Jesucristo, cuando no se preocupan por esquivar la formación religiosa
en nombre de su libertad. Finalmente los adultos mismos no están al
reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia de
un ambiente notoriamente incrédulo. Es decir que la «catequesis» debe a
menudo preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de
suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón,
de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos
que están aún en el umbral de la fe. Esta preocupación inspira
parcialmente el tono, el lenguaje y el método de la catequesis.
Finalidad específica de la catequesis
20. La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente
en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en
plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de
todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de
conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu
Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del
bautismo.
La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio
de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea
impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en nueva
criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia,
aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de
acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello.
Más concretamente, la finalidad de la catequesis, en el conjunto de
la evangelización, es la de ser un período de enseñanza y de madurez, es
decir, el tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la
persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndole prestado una
adhesión global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por
conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su
«misterio», el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas
contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a
quien quiera seguirle.
Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo,
recordemos que este «sí» tiene dos niveles: consiste en entregarse a la
Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero significa también, en segunda
instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido profundo de
esa Palabra.
Necesidad de una catequesis sistemática
21. En su discurso de clausura de la IV Asamblea general del Sínodo,
el Papa Pablo VI se felicitaba al «advertir que todos han señalado la
gran necesidad de una catequesis orgánica y bien ordenada, ya que esa
reflexión vital sobre el misterio mismo de Cristo es lo que
principalmente distingue a la Catequesis de todas las demás formas de
presentar la Palabra de Dios».
Frente a las dificultades prácticas, hay que subrayar algunas características de esta enseñanza:
- debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita llegar a un fin preciso;
- una enseñanza elemental que no pretenda abordar todas las
cuestiones disputadas ni transformarse en investigación teológica o en
exégesis científica;
- una enseñanza, no obstante, bastante completa, que no se detenga
en el primer anuncio del misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerigma;
- una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana.
Sin olvidar la importancia de múltiples ocasiones de catequesis,
relacionadas con la vida personal, familiar, social y eclesial, que es
necesario aprovechar y sobre las que os remito al capítulo VI, insisto
en la necesidad de una enseñanza cristiana orgánica y sistemática, dado
que desde distintos sitios se intenta minimizar su importancia.
Catequesis y experiencia vital
22. Es inútil insistir en la ortopraxis en detrimento de la
ortodoxia: el cristianismo es inseparablemente la una y la otra. Unas
convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura;
el esfuerzo por educar a los fieles a vivir hoy como discípulos de
Cristo reclama y facilita el descubrimiento más profundo del Misterio de
Cristo en la historia de la salvación.
Es asimismo inútil querer abandonar el estudio serio y sistemático
del mensaje de Cristo, en nombre de una atención metodológica a la
experiencia vital. «Nadie puede llegar a la verdad íntegra solamente
desde una simple experiencia privada, es decir, sin una conveniente
exposición del mensaje de Cristo, que es el "Camino, la Verdad y la
Vida" (Jn 14, 6)».
No hay que oponer igualmente una catequesis que arranque de la vida a una catequesis tradicional, doctrinal y sistemática.
La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y
sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en
Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y
en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una
«traditio» viva y activa, de generación en generación. Pero esta
revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a
ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya
para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.
Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano
II ha dicho especialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de
la vida del hombre en la fe.
Catequesis y sacramentos
23. La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción
litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la
eucaristía donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de
los hombres.
En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos
del bautismo y de la eucaristía, se identificaban. Aunque en este campo
haya cambiado la práctica de la Iglesia, en los antiguos países
cristianos, el catecumenado jamás ha sido abolido; conoce allí una
renovación
y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias misioneras. De
todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos.
Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los
sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos
de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos
tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida
sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío,
si no se funda en un conocimiento serio del significado de los
sacramentos y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la
práctica sacramental.
Catequesis y comunidad eclesial
24. La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción
responsable de la Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que
se ha adherido a Jesucristo por la fe y se esfuerza por consolidar esta
fe mediante la catequesis, tiene necesidad de vivirla en comunión con
aquellos que han dado el mismo paso. La catequesis corre el riesgo de
esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al
catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso la comunidad
eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la
catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus
miembros, pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente
donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.
La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. Si hace
bien, los cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de
transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de servir de todos
modos a la comunidad humana.
Necesidad de la catequesis en sentido amplio para la madurez y fuerza de la fe
25. Así pues, gracias a la catequesis, el kerygma evangélico
—primer anuncio lleno de ardor que un día transformó al hombre y lo
llevó a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe— se profundiza
poco a poco, se desarrolla en sus corolarios implícitos, explicado
mediante un discurso que va dirigido también a la razón, orientado hacia
la práctica cristiana en la Iglesia y en el mundo. Todo esto no es
menos evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la
catequesis vendría forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente
matar lo que de más vivo, espontáneo y vibrante hay en el kerygma.
Las verdades que se profundizan en la catequesis son las mismas que
hicieron mella en el corazón del hombre al escucharlas por primera vez.
El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas o agostarlas, debe
hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida.
En la concepción que se acaba de exponer, la catequesis se ajusta al
punto de vista totalmente pastoral desde el cual ha querido considerarla
el Sínodo. Este sentido amplio de la catequesis no contradice, sino que
incluye, desbordándolo, el sentido estricto al que por lo común se
atienen las exposiciones didácticas: la simple enseñanza de las fórmulas
que expresan la fe.
En definitiva, la catequesis es tan necesaria para la madurez de la
fe de los cristianos como para su testimonio en el mundo: ella quiere
conducir a los cristianos «en la unidad de la fe y en el conocimiento
del Hijo de Dios y a formar al hombre perfecto, maduro, que realice la
plenitud de Cristo»; también quiere que estén dispuestos a dar razón de su esperanza a todos los que les pidan una explicación.
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IV
TODA LA BUENA NUEVA BROTA DE LA FUENTE
El contenido del Mensaje
26. Siendo la catequesis un momento o un aspecto de la
evangelización, su contenido no puede ser otro que el de toda la
evangelización: el mismo mensaje —Buena Nueva de salvación— oído una y
mil veces y aceptado de corazón, se profundiza incesantemente en la
catequesis mediante la reflexión y el estudio sistemático; mediante una
toma de conciencia, que cada vez compromete más, de sus repercusiones en
la vida personal de cada uno; mediante su inserción en el conjunto
orgánico y armonioso que es la existencia cristiana en la sociedad y en
el mundo.
La fuente
27. La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de
la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura,
dado que «la Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de
la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia», como ha recordado el
Concilio Vaticano II al desear que «el ministerio de la palabra, que
incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción
cristiana... reciba de la palabra de la Escritura alimento saludable y
por ella dé frutos de santidad».
Hablar de la Tradición y de la Escritura como fuentes de la
catequesis es subrayar que ésta ha de estar totalmente impregnada por el
pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas a través de
un contacto asiduo con los textos mismos; es también recordar que la
catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la
inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la
reflexión y en la vida dos veces milenaria de la Iglesia.
La enseñanza, la liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta
fuente y conducen a ella, bajo la dirección de los Pastores y
concretamente del Magisterio doctrinal que el Señor les ha confiado.
El Credo: expresión doctrinal privilegiada
28. Una expresión privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en custodia, se encuentra en el Credo
o, más concretamente, en los Símbolos que, en momentos cruciales,
recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante siglos, un
elemento importante de la catequesis era precisamente la «traditio
Symboli» (o transmisión del compendio de la fe), seguida de la entrega
de la oración dominical. Este rito expresivo ha vuelto a ser introducido
en nuestros días en la iniciación de los catecúmenos.
¿No habría que encontrar una utilización más concretamente adaptada,
para señalar esta etapa, la más importante entre todas, en que un nuevo
discípulo de Jesucristo acepta con plena lucidez y valentía el contenido
de lo que más adelante va a profundizar con seriedad?
Mi predecesor Pablo VI, en el «Credo del Pueblo de Dios»
proclamado al cumplirse el XIX centenario del martirio de los Apóstoles
Pedro y Pablo, quiso reunir los elementos esenciales de la fe católica,
sobre todo los que ofrecían mayor dificultad o estaban en peligro de
ser ignorados. Es una referencia segura para el contenido de la catequesis.
Elementos a no olvidar
29. El mismo Sumo Pontífice ha recordado, en el capítulo tercero de su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, «el contenido esencial, la substancia viva» de la evangelización.
Es necesario para la catequesis misma tener presente cada uno de los
elementos y la síntesis viva en que ellos han sido integrados.
Me contentaré por consiguiente con ofrecer aquí alguna simple alusión.
Todos ven, por ejemplo, la importancia de hacer entender al niño, al
adolescente, al que progresa en la fe, «lo que puede conocerse de Dios»; de poderles decir, en cierto sentido: «Lo que sin conocer veneráis, eso es lo que yo os anuncio»; de exponerles brevemente
el misterio del Verbo de Dios hecho hombre y que realiza la salvación
del hombre por su Pascua, es decir, a través de su muerte y su
resurrección, pero también con su predicación, con los signos que
realiza, con los sacramentos de su presencia permanente en medio de
nosotros. Los Padres del Sínodo estuvieron bien inspirados cuando
pidieron que se evite reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a
una dimensión meramente terrestre, y que se le reconociera más bien
como el Hijo de Dios, el mediador que nos da libre acceso al Padre en el
Espíritu.
¡Cuán importante es exponer a la inteligencia y al corazón, a la luz
de la fe, ese sacramento de su presencia que es el Misterio de la
Iglesia, asamblea de hombres pecadores, pero, al mismo tiempo,
santificados y que constituyen la familia de Dios reunida por el Señor
bajo la dirección de aquellos a quienes «el Espíritu Santo... constituyó
vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios»!.
Es importante explicar que la historia de los hombres, con sus
aspectos de gracia y de pecado, de grandeza y de miseria, es asumida por
Dios en su Hijo Jesucristo y «ofrece ya algún bosquejo del siglo
futuro».
Es importante, finalmente, revelar sin ambages las exigencias, hechas
de renuncia mas también de gozo, de lo que el Apóstol Pablo gustaba
llamar «vida nueva», «creación nueva»., ser o existir en Cristo, «vida eterna en Cristo Jesús»,
y que no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las
bienaventuranzas y destinada a prolongarse y a transfigurarse en el más
allá.
De ahí la importancia que tienen en la catequesis las exigencias
morales personales correspondientes al Evangelio y las actitudes
cristianas ante la vida y ante el mundo, ya sean heroicas, ya las más
sencillas: nosotros las llamamos virtudes cristianas o virtudes
evangélicas. De ahí también el cuidado que tendrá la catequesis de no
omitir, sino iluminar como es debido, en su esfuerzo de educación en la
fe, realidades como la acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz.
Por lo demás no se ha de creer que esta dimensión de la catequesis es
absolutamente nueva. Ya en la época patrística, san Ambrosio y san Juan
Crisóstomo, por no mencionar a otros, destacaron las consecuencias
sociales de las exigencias evangélicas y, más cerca de nosotros, el
catecismo de san Pío X citaba explícitamente, entre los pecados que
claman venganza ante Dios, el hecho de oprimir a los pobres, así como el
defraudar a los trabajadores en su justo salario. Especialmente desde la Rerum novarum,
la preocupación social está activamente presente en la enseñanza
catequética de los papas y de los obispos. Muchos Padres del Sínodo han
pedido con legítima insistencia que el rico patrimonio de la enseñanza
social de la Iglesia encuentre su puesto, bajo formas apropiadas, en la
formación catequética común de los fieles.
Integridad del contenido
30. A propósito del contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros días, tres puntos importantes.
El primero se refiere a la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación de su fe sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la «palabra de la fe»
no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en
todo su rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad del mensaje
es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los frutos
que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial. No
es ciertamente casual el hecho de que una cierta totalidad caracterice
el mandato final de Jesús en el evangelio de Mateo: «Me ha sido dado
todo poder... Haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a
guardar todo... yo estoy siempre con vosotros». Por eso, cuando un
hombre, presintiendo «la superioridad del conocimiento de Cristo Jesús»,
descubierto por la fe, abrigue el deseo, aún inconsciente, de conocerle
más y mejor, mediante «una predicación y enseñanza conforme a la verdad
que hay en Jesús»,
ningún pretexto es válido para negarle parte alguna de ese
conocimiento. ¿Qué catequesis sería aquella en la que no hubiera lugar
para la creación del hombre y su pecado, para el plan redentor de
nuestro Dios y su larga y amorosa preparación y realización, para la
Encarnación del Hijo de Dios, para María —la Inmaculada, la Madre de
Dios, siempre Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial— y
su función en el misterio de la salvación, para el misterio de la
iniquidad operante en nuestras vidas
y la virtud de Dios que nos libera, para la necesidad de la penitencia y
de la ascesis, para los gestos sacramentales y litúrgicos, para la
realidad de la presencia eucarística, para la participación en la vida
divina aquí en la tierra y en el más allá, etc.? Asimismo, a ningún
verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección
en el depósito de la fe, entre lo que estima importante y lo que estima
menos importante o para enseñar lo uno y rechazar lo otro.
Con métodos pedagógicos adaptados
31. De ahí esta segunda observación: es posible que en la situación
actual de la catequesis, razones de método o de pedagogía aconsejen
organizar la comunicación de las riquezas del contenido de la catequesis
de un modo más bien que de otro. Por lo demás, la integridad no
dispensa del equilibrio ni del carácter orgánico y jerarquizado, gracias
a los cuales se dará a las verdades que se enseñan, a las normas que se
transmiten y a los caminos de la vida cristiana que se indican, la
importancia respectiva que les corresponden. También puede suceder que
determinado lenguaje se demuestre preferible para transmitir este
contenido a determinada persona o grupo de personas. La elección sería
válida en la medida en que no dependa de teorías o prejuicios más o
menos subjetivos y marcados por una cierta ideología, sino que esté
inspirada por el humilde afán de ajustarse mejor a un contenido que debe
permanecer intacto. El método y el lenguaje utilizados deben seguir
siendo verdaderamente instrumentos para comunicar la totalidad y no una
parte de las «palabras de vida eterna» o del «camino de la vida».
Dimensión ecuménica de la catequesis
32. El gran movimiento, inspirado ciertamente por el Espíritu de
Jesús, que, desde hace un cierto número de años, lleva a la Iglesia
católica a buscar con otras Iglesias o confesiones cristianas el
restablecimiento de la perfecta unidad querida por el Señor, me induce a
hablar del carácter ecuménico de la catequesis. Este movimiento cobró
todo su relieve en el Concilio Vaticano II,
y, a partir del Concilio, ha conocido en la Iglesia una importancia,
concretada en una serie impresionante de hechos y de iniciativas,
conocidas por todos.
La catequesis no puede permanecer ajena a esta dimensión ecuménica
cuando todos los fieles, según su propia capacidad y su situación en la
Iglesia, son llamados a tomar parte en el movimiento hacia la unidad.
La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, sin renunciar a
enseñar que la plenitud de las verdades reveladas y de los medios de
salvación instituidos por Cristo se halla en la Iglesia Católica,
lo hace, sin embargo, respetando sinceramente, de palabra y de obra, a
las comunidades eclesiales que no están en perfecta comunión con esta
misma Iglesia.
En este contexto, es muy importante hacer una presentación correcta y
leal de las demás Iglesias y comunidades eclesiales de las que el
Espíritu de Cristo no rehúsa servirse como medio de salvación; por otra
parte «los elementos o bienes que conjuntamente edifican y dan vida a la
propia Iglesia, pueden encontrarse algunos, más aún, muchísimos y muy
valiosos, fuera del recinto visible de la Iglesia católica».
Además esta presentación ayudará a los católicos por un lado a
profundizar su propia fe y por otra a conocer mejor y estimar a los
demás hermanos cristianos, facilitando así la búsqueda común del camino
hacia la plena unidad en toda la verdad. Ella debería además ayudar a
los no católicos a conocer mejor y a apreciar a la Iglesia católica y su
convicción de ser el «auxilio general de salvación».
La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, además, suscita y
alimenta un verdadero deseo de unidad; más todavía, si inspira esfuerzos
sinceros —incluido el esfuerzo por purificarse en la humildad y el
fervor del Espíritu con el fin de despejar los caminos— no con miras a
un irenismo fácil, hecho de omisiones y de concesiones en el plano
doctrinal, sino con miras a la unidad perfecta, cuando el Señor quiera y
por las vías que Él quiera.
Finalmente, la catequesis será ecuménica si se esfuerza por preparar a
los niños y a los jóvenes, así como a los adultos católicos, a vivir en
contacto con los no católicos, viviendo su identidad católica dentro
del respecto a la fe de los otros.
Colaboración ecuménica en el ámbito de la catequesis
33. En situaciones de pluralismo religioso, los Obispos pueden juzgar
oportunas, o aun necesarias, ciertas experiencias de colaboración en el
campo de la catequesis entre católicos y otros cristianos, como
complemento de la catequesis habitual que, de todos modos, los católicos
deben recibir. Tales experiencias encuentran su fundamento teológico en
los elementos comunes a todos los cristianos.
Pero la comunión de fe entre los católicos y los demás cristianos no es
completa ni perfecta; más aún existen, en determinados casos, profundas
divergencias. En consecuencia, esta colaboración ecuménica es por su
naturaleza limitada: no debe significar jamás una «reducción» al mínimo
común. Además, la catequesis no consiste únicamente en enseñar la
doctrina, sino en iniciar a toda la vida cristiana, haciendo participar
plenamente en los sacramentos de la Iglesia. De ahí la necesidad, donde
se da una experiencia de colaboración ecuménica en el terreno de la
catequesis, de vigilar para que la formación de los católicos esté bien
asegurada en la Iglesia católica en lo concerniente a la doctrina y a la
vida cristiana.
Durante el Sínodo, cierto número de Obispos señaló casos —cada vez
más frecuentes, decían— en los que las autoridades civiles u otras
circunstancias imponen, en las escuelas de algunos países, una enseñanza
de la religión cristiana —con sus manuales, horas de clase, etc.— común
a católicos y no católicos. Sería superfluo decir que no se trata de
una verdadera catequesis. Esta enseñanza tiene además una importancia
ecuménica cuando se presenta con lealtad la doctrina cristiana. En los
casos en que las circunstancias impusieran esta enseñanza, es importante
que sea asegurada de otra manera, con el mayor esmero, una catequesis
específicamente católica.
Problema de manuales comunes a diversas religiones
34. Hay que añadir aquí otra observación que se sitúa en la misma
dirección aunque bajo óptica distinta. Sucede a veces que las escuelas
estatales ponen libros a disposición de los alumnos, en los que las
religiones, incluida la católica, son presentadas a título cultural
histórico, moral y literario. Una presentación objetiva de los hechos
históricos, de las diferentes religiones y confesiones cristianas puede
contribuir a una mejor comprensión recíproca. En tal caso se hará todo
lo posible para que la presentación sea verdaderamente objetiva, al
resguardo de sistemas ideológicos y políticos o de pretendidos
prejuicios científicos que deformarían su verdadero sentido. De todos
modos, estos manuales no deben considerarse como obras catequéticas: les
falta para ello el testimonio de creyentes que exponen la fe a otros
creyentes, y una comprensión de los misterios cristianos y de lo
específicamente católico, todo ello sacado de lo profundo de la fe.
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V
TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS
La importancia de los niños y de los jóvenes
35. El tema señalado por mi Predecesor, Pablo VI, para la IV Asamblea
general del Sínodo de los Obispos versaba sobre «la catequesis en
nuestro tiempo con especial atención a los niños y a los jóvenes». El
ascenso de los jóvenes constituye sin duda el hecho más rico de
esperanza y al mismo tiempo de inquietud para una buena parte del mundo
actual. En algunos países, sobre todo los del Tercer Mundo, más de la
mitad de la población está por debajo de los veinticinco o treinta años.
Ello significa que millones y millones de niños y de jóvenes se
preparan para su futuro de adultos. Y no es sólo el factor numérico:
acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos dicen que esta
multitud innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por
la incertidumbre y el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la
indiferencia, incluso tentada por el nihilismo y la violencia,
constituye sin embargo en su mayor parte la gran fuerza que, entre
muchos riesgos, se propone construir la civilización del futuro.
Ahora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo
revelar a esa multitud de niños y jóvenes a Jesucristo, Dios hecho
hombre? ¿Cómo revelarlo no simplemente en el deslumbramiento de un
primer encuentro fugaz, sino a través del conocimiento cada día más
hondo y más luminoso de su persona, de su mensaje, del Plan de Dios que
él quiso revelar, del llamamiento que dirige a cada uno, del Reino que
quiere inaugurar en este mundo con el «pequeño rebaño» de quienes creen en él, y que no estará completo más que en la
eternidad? ¿Cómo dar a conocer el sentido, el alcance, las exigencias
fundamentales, la ley del amor, las promesas, las esperanzas de ese
Reino?
Habría que hacer muchas observaciones sobre las características
propias que adopta la catequesis en las diferentes etapas de la vida.
Párvulos
36. Un momento con frecuencia destacado es aquel en que el niño
pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros
rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla
revelación del Padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a
dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a
balbucir serán el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto,
cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante los padres cristianos
nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante la
cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con
Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el
cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe
cristiana.
Niños
37. Pronto llegará, en la escuela y en la iglesia, en la parroquia o
en la asistencia espiritual recibida en el colegio católico o en el
instituto estatal, a la vez que la apertura a un círculo social más
amplio, el momento de una catequesis destinada a introducir al niño de
manera orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una
preparación inmediata a la celebración de los sacramentos: catequesis
didáctica, pero encaminada a dar testimonio de la fe; catequesis
inicial, mas no fragmentaria, puesto que deberá revelar, si bien de
manera elemental, todos los principales misterios de la fe y su
repercusión en la vida moral y religiosa del niño; catequesis que da
sentido a los sacramentos, pero a la vez recibe de los sacramentos
vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente
doctrinal, y comunica al niño la alegría de ser testimonio de Cristo en
su ambiente de vida.
Adolescentes
38. Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y
los riesgos que presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de
sí mismo y del propio mundo interior, el momento de los proyectos
generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los
impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento
de una alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador
descubrimiento de la vida. Pero también es a menudo la edad de los
interrogantes más profundos, de búsquedas angustiosas, incluso
frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues
sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos y de
las primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos
fácilmente cambiantes de un período tan delicado de la vida. Podrá ser
decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión
de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes
temas, —la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es
la sexualidad—. La revelación de Jesucristo como amigo, como guía y como
modelo, admirable y sin embargo imitable; la revelación de su mensaje
que da respuesta a las cuestiones fundamentales; la revelación del Plan
de amor de Cristo Salvador como encarnación del único amor verdadero y
de la única posibilidad de unir a los hombres, todo eso podrá constituir
la base de una auténtica educación en la fe. Y sobre todo los misterios
de la pasión y de la muerte de Jesús, a los que san Pablo atribuye el
mérito de su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la
conciencia y al corazón del adolescente y arrojar luz sobre sus primeros
sufrimientos y los del mundo que va descubriendo.
Jóvenes
39. Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras
decisiones. Ayudado tal vez por los miembros de su familia y por los
amigos, mas a pesar de todo solo consigo mismo y con su conciencia
moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante,
deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se
enfrentarán cada vez más en su interior como categorías morales, pero
también y sobre todo como opciones fundamentales que habrá de efectuar o
rehusar con lucidez y sentido de responsabilidad. Es evidente que una
catequesis que denuncie el egoísmo en nombre de la generosidad, que
exponga sin simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido cristiano
del trabajo, del bien común, de la justicia y de la caridad, una
catequesis sobre la paz entre las naciones, sobre la promoción de la
dignidad humana, del desarrollo, de la liberación tal como las presentan
documentos recientes de la Iglesia,
completará felizmente en los espíritus de los jóvenes una buena
catequesis de las realidades propiamente religiosas, que nunca ha de ser
desatendida. La catequesis cobra entonces una importancia considerable,
porque es el momento en que el evangelio podrá ser presentado,
entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por
consiguiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables:
renuncia, desprendimiento, mansedumbre, justicia, compromiso,
reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo invisible, etc., rasgos
todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este joven
como discípulo de Jesucristo.
La catequesis prepara así para los grandes compromisos cristianos de
la vida adulta. En lo que se refiere por ejemplo a las vocaciones para
la vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han
nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la
infancia y de la adolescencia.
Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se
convierte, pues, en una escuela permanente de la fe y sigue de este modo
las grandes etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del niño,
del adolescente y del joven.
Adaptación de la catequesis a los jóvenes
40. Es consolador comprobar que, durante la IV Asamblea general del
Sínodo y a lo largo de estos años que lo han seguido, la Iglesia ha
compartido ampliamente esta preocupación: ¿Cómo impartir la catequesis a
los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así despertada
perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el
Sínodo ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por
delinear con la mayor precisión posible el rostro complejo de la
juventud actual; al mostrar que esta juventud emplea un lenguaje al que
es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin
traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de
las apariencias, esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo
la disponibilidad y la apertura, sino también verdadero deseo de conocer
a «Jesús, llamado Cristo»;
al revelar, finalmente, que la obra de la catequesis, si se quiere
llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día más ardua y fatigosa que
nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole con que
topa, pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura
de las respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes.
Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años
venideros.
Algunas categorías de jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su
situación peculiar, postulan también una atención especial.
Minusválidos
41. Se trata ante todo de los niños y de los jóvenes física o
mentalmente minusválidos. Estos tienen derecho a conocer como los demás
coetáneos el «misterio de la fe». Al ser mayores las dificultades que
encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de sus
educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas
especialmente consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien
aportar al Sínodo su experiencia en la materia, y sacaron del Sínodo el
deseo renovado de afrontar mejor este importante problema. Merecen ser
vivamente alentadas en esta tarea.
Jóvenes sin apoyo religioso
42. Mi pensamiento se dirige después a los niños y a los jóvenes,
cada vez más numerosos, nacidos y educados en un hogar no cristiano, o
al menos no practicante, pero deseosos de conocer la fe cristiana. Se
les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la
fe y vivirla progresivamente, a pesar de la falta de apoyo, acaso a
pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente.
Adultos
43. Continuando la serie de destinatarios de la catequesis, no puedo
menos de poner de relieve ahora una de las preocupaciones más constantes
de los Padres del Sínodo, impuesta con vigor y con urgencia por las
experiencias que se están dando en el mundo entero: se trata del
problema central de la catequesis de los adultos. Esta es la forma
principal de la catequesis porque está dirigida a las personas que
tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje
cristiano bajo su forma plenamente desarrollada.
La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin la
participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos
destinatarios o promotores de la actividad catequética. El mundo en que
los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe que la
catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado por los adultos: la
fe de éstos debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada sin
cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos
son responsables. Así pues, para que sea eficaz, la catequesis ha de
ser permanente y sería ciertamente vana si se detuviera precisamente en
el umbral de la edad madura puesto que, si bien ciertamente de otra
forma, se revela no menos necesaria para los adultos.
Cuasi catecúmenos
44. Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis,
nuestra preocupación pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y
educados en regiones todavía no cristianizadas, no han podido
profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la
vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una
catequesis proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda
práctica religiosa y se encuentran en la edad madura con conocimientos
religiosos más bien infantiles; a los que se resienten de una catequesis
sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que, aun
habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro
sociológicamente cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto
adultos, son verdaderos catecúmenos.
Catequesis diversificadas y complementarias
45. Así pues, los adultos de cualquier edad, incluidas las personas
de edad avanzada —que merecen atención especial dada su experiencia y
sus problemas— son destinatarios de la catequesis igual que los niños,
los adolescentes y los jóvenes. Habría que hablar también de los
emigrantes, de las personas marginadas por la evolución moderna, de las
que viven en las barriadas de las grandes metrópolis, a menudo
desprovistas de iglesias, de locales y de estructuras adecuadas. Por
todos ellos quiero formular votos a fin de que se multipliquen las
iniciativas encaminadas a su formación cristiana con los instrumentos
apropiados (medios audio-visuales, publicaciones, mesas redondas,
conferencias), de suerte que muchos adultos puedan suplir las
insuficiencias o deficiencias de la catequesis, o completar
armoniosamente, a un nivel más elevado, la que recibieron en la
infancia, o incluso enriquecerse en este campo hasta el punto de poder
ayudar más seriamente a los demás.
Con todo, es importante que la catequesis de los niños y de los
jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean
compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no
haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su
perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los
jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden
recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana.
Hay que repetirlo: en la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse
dispensado de recibir la catequesis; pensamos incluso en los jóvenes
seminaristas y religiosos, y en todos los que están destinados a la
tarea de pastores y catequistas, los cuales desempeñarán mucho mejor ese
ministerio si saben formarse humildemente en la escuela de la Iglesia,
la gran catequista y a la vez la gran catequizada.
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VI
MÉTODOS Y MEDIOS DE LA CATEQUESIS
Medios de comunicación social
46. Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que
circulaban entre las Iglesias y hasta los medios más modernos, la
catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más
apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades,
bajo impulso de los Pastores Este esfuerzo debe continuar.
Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades
que ofrecen los medios de comunicación social y los medios de
comunicación de grupos: televisión, radio, prensa, discos, cintas
grabadas, todo lo audio-visual. Los esfuerzos realizados en estos campos
son de tal alcance que pueden alimentar las más grandes esperanzas. La
experiencia demuestra, por ejemplo, la resonancia de una enseñanza
radiofónica o televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión
estética con una rigurosa fidelidad al Magisterio. La Iglesia tiene hoy
muchas ocasiones de tratar estos problemas —incluidas las jornadas de
los medios de comunicación social—, sin que sea necesario extenderse
aquí sobre ello no obstante su capital importancia.
Múltiples lugares, momentos o reuniones por valorizar
47. Pienso asimismo en diversos momentos de gran importancia en que
la catequesis encuentra cabalmente su puesto: por ejemplo, las
peregrinaciones diocesanas, regionales o nacionales, que son más
provechosas si están centradas en un tema escogido con acierto a partir
de la vida de Cristo, de la Virgen y de los Santos; las misiones
tradicionales, tantas veces abandonadas con excesiva prisa, y que son
insustituibles para una renovación periódica y vigorosa de la vida
cristiana —hay que reanudarlas y remozarlas—; los círculos bíblicos, que
deben ir más allá de la exégesis para hacer vivir la Palabra de Dios;
las reuniones de las comunidades eclesiales de base, en la medida en que
se atengan a los criterios expuestos en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi[91].
Quiero recordar también los grupos de jóvenes que en ciertas regiones,
con denominaciones y fisonomías distintas —mas con el mismo fin de dar a
conocer a Jesucristo y de vivir el Evangelio—, se multiplican y
florecen como en una primavera muy reconfortante para la Iglesia: grupos
de acción católica, grupos caritativos, grupos de oración, grupos de
reflexión cristiana, etc. Estos grupos suscitan grandes esperanzas para
la Iglesia del mañana. Pero en el nombre de Jesús conjuro a los jóvenes
que los forman, a sus responsables y a los sacerdotes que les consagran
lo mejor de su ministerio: no permitáis por nada del mundo que en estos
grupos, ocasiones privilegiadas de encuentro, ricos en tantos valores de
amistad y solidaridad juveniles, de alegría y de entusiasmo, de
reflexión sobre los hechos y las cosas, falte un verdadero estudio de la
doctrina cristiana. En ese caso se expondrían —y el peligro, por
desgracia, se ha verificado sobradamente— a decepcionar a sus miembros y
a la Iglesia misma.
El esfuerzo catequético, posible en estos lugares y en otros muchos,
tiene tantas más probabilidades de ser acogido y de dar sus frutos,
cuanto más se respete su naturaleza propia. Con una inserción apropiada,
conseguirá esa diversidad y complementariedad de contactos que le
permite desarrollar toda la riqueza de su concepto, mediante la triple
dimensión de palabra, de memoria y de testimonio —de doctrina, de
celebración y de compromiso en la vida— que el mensaje del Sínodo al
Pueblo de Dios ha puesto en evidencia[92].
Homilía
48. Esta observación vale mas aún para la catequesis que se hace
dentro del cuadro litúrgico y concretamente en la asamblea litúrgica:
respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la homilía
vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo
conduce a su perfeccionamiento natural; al mismo tiempo impulsa a los
discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual en la
verdad, la adoración y la acción de gracias. En este sentido se puede
decir que la pedagogía catequética encuentra, a su vez, su fuente y su
plenitud en la eucaristía dentro del horizonte completo del año
litúrgico. La predicación centrada en los textos bíblicos, debe
facilitar entonces, a su manera, el que los fieles se familiaricen con
el conjunto de los misterios de la fe y de las normas de la vida
cristiana. Hay que prestar una gran atención a la homilía: ni demasiado
larga, ni demasiado breve, siempre cuidadosamente preparada, sustanciosa
y adecuada, y reservada a los ministros autorizados. Esta homilía debe
tener su puesto en toda eucaristía dominical o festiva, y también en la
celebración de los bautismos, de las liturgias penitenciales, de los
matrimonios, de los funerales. Es éste uno de los beneficios de la
renovada liturgia.
Publicaciones catequéticas
49. En medio de este conjunto de vías y de medios —toda actividad de
la Iglesia tiene una dimensión catequética— las obras de catecismo,
lejos de perder su importancia esencial, adquieren nuevo relieve. Uno de
los aspectos más interesantes del florecimiento actual de la catequesis
consiste en la renovación y multiplicación de los libros catequéticos
que en la Iglesia se ha verificado un poco por doquier. Han visto la luz
obras numerosas y muy logradas, y constituyen una verdadera riqueza al
servicio de la enseñanza catequética. Pero hay que reconocer igualmente,
con honradez y humildad, que esta floración y esta riqueza han llevado
consigo ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los
jóvenes y para la vida de la Iglesia. Bastante a menudo, aquí y allá,
con el fin de encontrar el lenguaje más apto o de estar al día en lo que
atañe a los métodos pedagógicos, ciertas obras catequéticas desorientan
a los jóvenes y aun a los adultos, ya por la omisión, consciente o
inconsciente, de elementos esenciales a la fe de la Iglesia, ya por la
excesiva importancia dada a determinados temas con detrimento de los
demás, ya sobre todo por una visión global harto horizontalista, no
conforme con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia.
No basta, por tanto, que se multipliquen las obras catequéticas. Para
que respondan a su finalidad, son indispensables algunas condiciones:
- que conecten con la vida concreta de la generación a la que se
dirigen, teniendo bien presentes sus inquietudes y sus interrogantes,
sus luchas y sus esperanzas;
- que se esfuercen por encontrar el lenguaje que entiende esa generación;
- que se propongan decir todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia,
sin pasar por alto ni deformar nada, exponiéndolo todo según un eje y
una estructura que hagan resaltar lo esencial;
- que tiendan realmente a producir en sus usuarios un conocimiento
mayor de los misterios de Cristo en orden a una verdadera conversión y a
una vida más conforme con el querer de Dios.
Catecismos
50. Todos los que asumen la pesada tarea de preparar estos
instrumentos catequéticos, y con mayor razón el texto de los catecismos,
no pueden hacerlo sin la aprobación de los Pastores que tienen
autoridad para darla, ni sin inspirarse lo más posible en el Directorio
general de Catequesis que sigue siendo norma de referencia[93].
A este respecto, no puedo menos de animar fervientemente a las
Conferencias episcopales del mundo entero: que emprendan, con paciencia
pero también con firme resolución, el imponente trabajo a realizar de
acuerdo con la Sede Apostólica, para lograr catecismos fieles a los
contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se
refiere al método, capaces de educar en una fe robusta a las
generaciones cristianas de los tiempos nuevos.
Esta breve mención a los medios y a las vías de la catequesis
contemporánea no agota la riqueza de las proposiciones elaboradas por
los Padres del Sínodo. Es reconfortante pensar que en cada país se
realiza actualmente una preciosa colaboración para una renovación más
orgánica y más segura de estos aspectos de la catequesis. ¿Cómo es
posible dudar de que la Iglesia pueda encontrar personas competentes y
medios adaptados para responder, con la gracia de Dios, a las exigencias
complejas de la comunicación con los hombres de nuestro tiempo?
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VII
CÓMO DAR LA CATEQUESIS
Diversidad de métodos
51. La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado
de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias
personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para
alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe. Esta variedad
es requerida también, en un plano más general, por el medio
socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética.
La variedad en los métodos es un signo de vida y una riqueza. Así lo
han considerado los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo,
llamando la atención sobre las condiciones indispensables para que sea
útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la única fe.
Al servicio de la Revelación y de la conversión
52. La primera cuestión de orden general que se presenta concierne el
riesgo y la tentación de mezclar indebidamente la enseñanza catequética
con perspectivas ideológicas, abierta o larvadamente, sobre todo de
índole político-social, o con opciones políticas personales. Cuando
estas perspectivas predominan sobre el mensaje central que se ha de
transmitir, hasta oscurecerlo y relegarlo a un plano secundario, incluso
hasta utilizarlo para sus fines, entonces la catequesis queda
desvirtuada en sus raíces. E1 Sínodo ha insistido con razón en la
necesidad de que la catequesis se mantenga por encima de las tendencias
unilaterales divergentes —de evitar las «dicotomías»— aun en el campo de
las interpretaciones teológicas dadas a tales cuestiones. La pauta que
ha de procurar seguir es la Revelación, tal como la transmite el
Magisterio universal de la Iglesia en su forma solemne u ordinaria. Esta
Revelación es la de un Dios creador y redentor, cuyo Hijo, habiendo
venido entre los hombres hecho carne, no sólo entra en la historia
personal de cada hombre, sino también en la historia humana,
convirtiéndose en su centro. Esta es, por tanto, la Revelación de un
cambio radical del hombre y del universo, de todo lo que forma el tejido
de la existencia humana, bajo la influencia de la Buena Nueva de
Jesucristo. Una catequesis así entendida supera todo moralismo
formalista, aun cuando incluya una verdadera moral cristiana. Supera
principalmente todo mesianismo temporal, social o político. Apunta a
alcanzar el fondo del hombre.
Encarnación del mensaje en las culturas
53. Abordo ahora una segunda cuestión. Como decía recientemente a los
miembros de la Comisión bíblica, «el término "aculturación" o
"inculturación", además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien
uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación».
De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir
que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la
cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer
estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones
más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así
se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto
y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones
originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos. Se
recordará a menudo dos cosas:
- por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y
simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el
principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el medio cultural en
el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá
ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de
los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún
«humus» cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico
que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;
- por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes
transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede
sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría
catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto
con las culturas.
En ese caso ocurría sencillamente lo que san Pablo llama, con una expresión muy fuerte, «reducir a nada la cruz de Cristo».
Otra cosa sería tomar como punto de arranque, con prudencia y
discernimiento, elementos —religiosos o de otra índole— que forman parte
del patrimonio cultural de un grupo humano para ayudar a las personas a
entender mejor la integridad del misterio cristiano. Los catequistas
auténticos saben que la catequesis «se encarna» en las diferentes
culturas y ambientes: baste pensar en la diversidad tan grande de los
pueblos, en los jóvenes de nuestro tiempo, en las circunstancias
variadísimas en que hoy día se encuentran las gentes; pero no aceptan
que la catequesis se empobrezca por abdicación o reducción de su
mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el «buen
depósito» de la fe[97],
o por concesiones en materia de fe o de moral; están convencidos de que
la verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas culturas,
ayudándolas a superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que hay
en ellas y comunicando a sus valores legítimos la plenitud de Cristo.
Aportación de las devociones populares
54. Otra cuestión de método concierne a la valorización, mediante la
enseñanza catequética, de los elementos válidos de la piedad popular.
Pienso en las devociones que en ciertas regiones practica el pueblo fiel
con un fervor y una rectitud de intención conmovedores, aun cuando en
muchos aspectos haya que purificar, o incluso rectificar, la fe en que
se apoyan. Pienso en ciertas oraciones fáciles de entender y que tantas
gentes sencillas gustan de repetir. Pienso en ciertos actos de piedad
practicados con deseo sincero de hacer penitencia o de agradar al Señor.
En la mayor parte de esas oraciones o de esas prácticas, junto a
elementos que se han de eliminar, hay otros que, bien utilizados,
podrían servir muy bien para avanzar en el conocimiento del misterio de
Cristo o de su mensaje: el amor y la misericordia de Dios, la
Encarnación de Cristo, su cruz redentora y su resurrección, la acción
del Espíritu en cada cristiano y en la Iglesia, el misterio del más
allá, la práctica de las virtudes evangélicas, la presencia del
cristiano en el mundo, etc. Y ¿por qué motivo íbamos a tener que
utilizar elementos no cristianos —incluso anticristianos— rehusando
apoyarnos en elementos que, aun necesitando revisión y rectificación,
tienen algo cristiano en su raíz?
Memorización
55. La última cuestión metodológica que conviene al menos subrayar
—más de una vez se hizo alusión a ella en el Sínodo— es la memorización.
Los comienzos de la catequesis cristiana, que coincidieron con una
civilización eminentemente oral, recurrieron muy ampliamente a la
memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de
aprendizaje por la memoria de las principales verdades. Todos sabemos
que este método puede presentar ciertos inconvenientes: no es el menor
el de prestarse a una asimilación insuficiente, a veces casi nula,
reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin haber calado en
ellas. Estos inconvenientes, unidos a las características diversas de
nuestra civilización, han llevado aquí o allí a la supresión casi total
—definitiva, por desgracia, según algunos— de la memorización en la
catequesis. Y sin embargo, con ocasión de la IV Asamblea general del
Sínodo, se han hecho oír voces muy autorizadas para reequilibrar con
buen criterio la parte de la reflexión y de la espontaneidad, del
diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y de la memoria. Por
otra parte, determinadas culturas tienen en gran aprecio la
memorización.
¿Por qué, mientras en la enseñanza profana de ciertos países se
elevan críticas cada vez más numerosas contra las lamentables
consecuencias que se siguen del menosprecio de esa facultad humana que
es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis de
manera inteligente y aún original, tanto más cuanto la celebración o
«memoria» de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación
exige que se tenga un conocimiento preciso? Una cierta memorización de
las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez
mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de
algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina..., lejos
de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de
constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una
verdadera necesidad, como lo han recordado con vigor los Padres
sinodales. Hay que ser realistas. Estas flores, por así decir, de la fe y
de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin
memoria. Lo esencial es que esos textos memorizados sean interiorizados
y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de
vida cristiana personal y comunitaria.
La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser
signo de vitalidad y de ingeniosidad. En todo caso, conviene que el
método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley fundamental para
toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al
hombre, en una misma actitud de amor.
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VIII
LA ALEGRÍA DE LA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL
Afirmar la identidad cristiana...
56. Vivimos en un mundo difícil donde la angustia de ver que las
mejores realizaciones del hombre se le escapan y se vuelven contra él,
crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde la catequesis
debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de
todos, «luz» y «sal».
Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su propia identidad y
que se sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y
desazones del ambiente. Entre otras muchas dificultades, que son otros
tantos desafíos para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la
catequesis a superarlas.
... en un mundo indiferente ...
57. Se hablaba mucho, hace algunos años, de un mundo secularizado, de
una era postcristiana. La moda pasa... Pero permanece una realidad
profunda. Los cristianos de hoy deben ser formados para vivir en un
mundo que ampliamente ignora a Dios o que, en materia religiosa, en
lugar de un diálogo exigente y fraterno, estimulante para todos, cae muy
a menudo en un indiferentismo nivelador, cuando no se queda en una
actitud menospreciativa de «suspicacia» en nombre de sus progresos en
materia de «explicaciones» científicas. Para «entrar» en este mundo,
para ofrecer a todos un «diálogo de salvación»
donde cada uno se siente respetado en su dignidad fundamental, la de
buscador de Dios, tenemos necesidad de una catequesis que enseñe a los
jóvenes y a los adultos de nuestras comunidades a permanecer lúcidos y
coherentes en su fe, a afirmar serenamente su identidad cristiana y
católica, a «ver lo invisible» y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios que puedan dar testimonio de Él en una civilización materialista que lo niega.
... con la pedagogía original de la fe
58. La originalidad irreductible de la identidad cristiana tiene como
corolario y condición una pedagogía no menos original de la fe. Entre
las numerosas y prestigiosas ciencias del hombre que han progresado
enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente una de las más
importantes. Las conquistas de las otras ciencias —biología,
psicología, sociología— le ofrecen aportaciones preciosas. La ciencia de
la educación y el arte de enseñar son objeto de continuos
replanteamientos con miras a una mejor adaptación o a una mayor
eficacia, con resultados por lo demás desiguales.
Pues bien, también hay una pedagogía de la fe y nunca se ponderará
bastante lo que ésta puede hacer en favor de la catequesis. En efecto,
es cosa normal adaptar, en beneficio de la educación en la fe, las
técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en general. Sin
embargo es importante tener en cuenta en todo momento la originalidad
fundamental de la fe. Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata
de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de
comunicar en su integridad la Revelación de Dios. Ahora bien, Dios
mismo, a lo largo de toda la historia sagrada y principalmente en el
Evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo
de la pedagogía de la fe. En catequesis, una técnica tiene valor en la
medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de transmitir y
educar, en caso contrario, no vale.
Lenguaje adaptado al servicio del Credo
59. Un problema, próximo al anterior es el del lenguaje. Todos saben
la candente actualidad de este tema. ¿No es paradójico constatar también
que los estudios contemporáneos, en el campo de la comunicación, de la
semántica y de la ciencia de los símbolos, por ejemplo, dan una
importancia notable al lenguaje; mas, por otra parte, el lenguaje es
utilizado abusivamente hoy al servicio de la mistificación ideológica,
de la masificación del pensamiento y de la reducción del hombre al
estado de objeto?
Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En
efecto, ésta tiene el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a
los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en general, y a otras
muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los
intelectuales, de los hombres de ciencia; lenguaje de los analfabetos o
de las personas de cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc.
San Agustín se encontró ya con ese problema y contribuyó a resolverlo
para su época con su famosa obra De catechizandis rudibus. Tanto
en catequesis como en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna
primordial. Pero no está de más recordarlo aquí: la catequesis no puede
aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente
científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo.
Tampoco es admisible un lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, la
ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la
ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para
que ésta pueda «decir» o «comunicar» más fácilmente al niño, al
adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido
doctrinal sin deformación.
Búsqueda y certeza de la fe
60. Un desafío muy sutil viene algunas veces del modo mismo de
entender la fe. Ciertas escuelas filosóficas contemporáneas, que parecen
ejercer gran influencia en algunas corrientes teológicas y, a través de
ellas, en la práctica pastoral, acentúan de buen grado, que la actitud
humana fundamental es la de una búsqueda sin fin, una búsqueda que no
alcanza nunca su objeto. En teología, este modo de ver las cosas
afirmará muy categóricamente que la fe no es una certeza sino un
interrogante, no es una claridad sino un salto en la oscuridad.
Estas corrientes de pensamiento, no cabe duda, tienen la ventaja de
recordarnos que la fe dice relación a cosas que no se poseen todavía,
puesto que se las espera, que todavía no se ven más que «en un espejo y
obscuramente, y que Dios habita una luz inaccesible.
Nos ayudan a no hacer de la fe cristiana una actitud de instalado, sino
una marcha hacia adelante, como la de Abrahán. Con mayor razón conviene
evitar el presentar como ciertas las cosas que no lo son.
Con todo, no hay que caer en el extremo opuesto, como sucede con
demasiada frecuencia. La misma carta a los Hebreos dice que «la fe es la
garantía de las cosas que se esperan, la prueba de las realidades que
no se ven»
Si no tenemos la plena posesión, tenemos una garantía y una prueba. En
la educación de los niños, de los adolescentes y de los jóvenes, no les
demos un concepto totalmente negativo de la fe —como un no-saber
absoluto, una especie de ceguera, un mundo de tinieblas—, antes bien,
sepamos mostrarles que la búsqueda humilde y valiente del creyente,
lejos de partir de la nada, de meras ilusiones, de opiniones falibles y
de incertidumbres, se funda en la Palabra de Dios que ni se engaña ni
engaña, y se construye sin cesar sobre la roca inamovible de esa
Palabra. Es la búsqueda de los Magos a merced de una estrella[106],
búsqueda a propósito de la cual Pascal, recogiendo un pensamiento de
san Agustín escribía en términos muy profundos: «No me buscarías si no
me hubieras encontrado»[107].
Finalidad de la catequesis es también dar a los jóvenes catecúmenos
aquellas certezas, sencillas pero sólidas, que les ayuden a buscar, cada
vez más y mejor, el conocimiento del Señor.
Catequesis y teología
61. En este contexto, me parece importante que se comprenda bien la correlación existente entre catequesis y teología.
Esta correlación es evidentemente profunda y vital para quien
comprende la misión irreemplazable de la teología al servicio de la fe.
Nada tiene de extraño que toda conmoción en el campo de la teología
provoque repercusiones igualmente en el terreno de la catequesis. Ahora
bien, en este inmediato post-concilio, la Iglesia vive un momento
importante pero arriesgado de investigación teológica. Y lo mismo habría
que decir de la hermenéutica en exégesis.
Padres Sinodales provenientes de todos los continentes han abordado
la cuestión con un lenguaje muy neto: han hablado de un «equilibrio
inestable» que amenaza con pasar de la teología a la catequesis, y han
señalado la necesidad de atajar este mal. El Papa Pablo VI había
abordado personalmente el problema, con términos no menos netos, en la
introducción a su solemne Profesión de Fe[108] y en la Exhortación Apostólica que conmemoró el V aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II[109].
Conviene insistir nuevamente en este punto. Conscientes de la
influencia que sus investigaciones y afirmaciones ejercen en la
enseñanza catequética, los teólogos y los exegetas tienen el deber de
estar muy atentos para no hacer pasar por verdades ciertas lo que, por
el contrario, pertenece al ámbito de las cuestiones opinables o
discutidas entre expertos. Los catequistas tendrán a su vez el buen
criterio de recoger en el campo de la investigación teológica lo que
pueda iluminar su propia reflexión y su enseñanza, acudiendo como los
teólogos a las verdaderas fuentes, a la luz del Magisterio. Se
abstendrán de turbar el espíritu de los niños y de los jóvenes, en esa
etapa de su catequesis, con teorías extrañas, problemas fútiles o
discusiones estériles, muchas veces fustigadas por san Pablo en sus
cartas pastorales
El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy,
desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo
esencial y humildemente felices en su fe. La catequesis les enseñará
esto y desde el principio sacará su provecho: «El hombre que quiere
comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y
medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e
incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con
su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte acercarse a
Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe
"apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la
Redención para encontrarse a sí mismo»
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De: Malena |
Enviado: 06/09/2020 20:00 |
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