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«Espíritu que naufraga en medio de un torbellino, porque manda mi destino que lo que no quiero haga;
»frente al empuje brutal de mi terrible pasión, le pregunto a mi razón dónde están el bien y el mal;
»quién se equivoca, quién yerra; la conciencia, que me grita: ¡Resiste!, llena de cuita, o el titán que me echa en tierra.
»Si no es mío el movimiento gigante que me ha vencido, ¿por qué, después de caído, me acosa el remordimiento?
»La peña que fue de cuajo arrancada y que se abisma, no se pregunta a sí misma por qué cayó tan abajo;
»mientras que yo, ¡miserable!, si combato, soy vencido, y si caigo, ya caído aún me encuentro culpable,
»¡y en el fondo de mi mal, ni el triste consuelo siento de que mi derrumbamiento fue necesario y fatal!»
Así, lleno de ansiedad un hermano me decía, y yo le oí con piedad, pensando en la vanidad de toda filosofía...
y clamé, después de oír «Oh mi sabio no saber, mi elocuente no argüir, mi regalado sufrir, mi ganancioso perder!»
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