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Respuesta  Mensaje 1 de 7 en el tema 
De: Atlantida  (Mensaje original) Enviado: 26/08/2024 23:13
LA VIDA EN CRISTO

1691. ―Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios (San León Magno, Sermo 21, 3). 1692. El Símbolo de la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre por la obra de su creación, y más aún, por la redención y la santificación. Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por ―los sacramentos que les han hecho renacer‖, los cristianos han llegado a ser ―hijos de Dios (Jn 1,12; 1 Jn 3,1), ―partícipes de la naturaleza divina (2 P 1,4). Los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una ―vida digna del Evangelio de Cristo (Flp 1,27). Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para ello. 1693. Cristo Jesús hizo siempre lo que agradaba al Padre (cf. Jn 8,29). Vivió siempre en perfecta comunión con Él. De igual modo sus discípulos son invitados a vivir bajo la mirada del Padre ―que ve en lo secreto‖ (Mt 6,6) para ser ―perfectos como el Padre celestial es perfecto‖ (Mt 5,48). 1694. Incorporados a Cristo por el bautismo (cf. Rm 6,5), los cristianos están ―muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6,11), participando así en la vida del Resucitado (cf. Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf. Jn 15,5), los cristianos pueden ser ―imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor (Ef 5,1), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con ―los sentimientos que tuvo Cristo (Flp 2,5) y siguiendo sus ejemplos (cf. Jn 13,12-16). 


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Respuesta  Mensaje 2 de 7 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 26/08/2024 23:17
1695. ―Justificados [...] en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios‖ (1 Co 6,11), ―santificados y llamados a ser santos‖ (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en ―el templo [...] del Espíritu Santo (cf. 1 Co 6,19). Este ―Espíritu del Hijo les enseña a orar al Padre (Ga 4,6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf. Ga 5,25) para dar ―los frutos del Espíritu (Ga 5, 22) por la caridad operante. Sanando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente mediante una transformación espiritual (cf. Ef 4, 23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como ―hijos de la luz (Ef 5,8), ―por la bondad, la justicia y la verdad‖ en todo (Ef 5,9). 1696. El camino de Cristo ―lleva a la vida‖, un camino contrario ―lleva a la perdición (Mt 7,13; cf. Dt 30, 15-20). La parábola evangélica de los dos caminos está siempre presente en la catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales para nuestra salvación. ―Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia (Didaché, 1, 1). 1697. En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las exigencias del camino de Cristo (cf. CT 29). La catequesis  de la ―vida nueva‖ en Él (Rm 6, 4) será: – una catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior de la vida según Cristo, dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y fortalece esta vida; – una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y también por la gracia nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna; – una catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino de Cristo está resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre; – una catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo,condición del obrar justo, y sin el ofrecimiento del perdón no podría soportar esta verdad; – una catequesis de las virtudes humanas que haga captar la belleza y el atractivo de las rectas disposiciones para el bien; – una catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad que se inspire ampliamente en el ejemplo de los santos; – una catequesis del doble mandamiento de la caridad desarrollado en el Decálogo; – una catequesis eclesial, pues en los múltiples intercambios de los ―bienes espirituales‖ en la ―comunión de los santos es donde la vida cristiana puede crecer, desplegarse y comunicarse.

Respuesta  Mensaje 3 de 7 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 26/08/2024 23:19
1698. La referencia primera y última de esta catequesis será siempre Jesucristo que es ―el camino, la verdad y la vida‖ (Jn 14,6). Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que Él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que Él nos ha amado realicen las obras que corresponden a su dignidad: «Te ruego que pienses [...] que Jesucristo, Nuestro Señor, es tu verdadera Cabeza, y que tú eres uno de sus miembros [...]. Él es con relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de Él» (San Juan Eudes, Le Coeur admirable de la Très Sacrée Mère de Dieu, 1, 5: Oeuvres completes, v.6). «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21). 

PRIMERA SECCION:

LA VOCACION DEL HOMBRE:LA VIDA EN EL ESPIRITU

Respuesta  Mensaje 4 de 7 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 26/08/2024 23:25
LA VOCACION DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPIRITU SANTO.

La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre (capítulo primero). Está hecha de caridad divina y solidaridad humana (capítulo segundo). Es concedida gratuitamente como una salvación (capítulo tercero). 

CAPITULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

1700. La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios (artículo primero); se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina (artículo segundo). Corresponde al ser humano llegar libremente a esta realización (artículo tercero). Por sus actos deliberados (artículo cuarto), la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral (artículo quinto). Los seres humanos se edifican a sí mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual un material de su crecimiento (artículo sexto). Con la ayuda de la gracia crecen en la virtud (artículo séptimo), evitan el pecado y, si lo han cometido recurren como el hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-31) a la misericordia de nuestro Padre del cielo (artículo octavo). Así acceden a la perfección de la caridad. ARTÍCULO 1 EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS 1701. ―Cristo, [...] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación‖ (GS 22, 1). En Cristo, ―imagen del Dios invisible‖ (Col 1,15; cf. 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado ―a imagen y semejanza‖ del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (cf. GS 22). 1702. La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf. Capítulo segundo). 1703. Dotada de un alma ―espiritual e inmortal‖ (GS 14), la persona humana es la ―única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma‖ (GS 24,3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna‖. 1704. La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf. GS 15, 2). 1705. En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, ―signo eminente de la imagen divina‖ (GS 17). 1706. Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa ―a hacer [...] el bien y a evitar el mal‖ (GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana. 1707. ―El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia‖ (GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error.



Respuesta  Mensaje 5 de 7 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 26/08/2024 23:26
«De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (GS 13, 2). 1708. Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado. 1709. El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo. Resumen 1710. “Cristo [...] manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). 1711. Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona humana está desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien. (cf. GS 15, 2). 1712. La verdadera [...] libertad es en el hombre el “signo eminente de la imagen divina” (GS 17). 1713. El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa “a hacer [...] el bien y a evitar el mal” (GS 16). Esta ley resuena en su conciencia. 1714. El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, está sujeto al error e inclinado al mal en el ejercicio de su libertad. 1715. El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida moral, desarrollada y madurada en la gracia, alcanza su plenitud en la gloria del cielo. 617 1265 1


Respuesta  Mensaje 6 de 7 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 26/08/2024 23:30
ARTICULO 2

NUESTRA VOCACION A LA BIENAVENTURANZA

Las bienaventuranzas

1716. Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de
 los cielos Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,3-12).
1717. Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. II. El deseo de felicidad 1718. Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer: «Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada» (San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4). «¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20,  «Sólo Dios sacia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15). 1719. Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe. III. La bienaventuranza cristiana 1720. El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la


Respuesta  Mensaje 7 de 7 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 26/08/2024 23:34
llegada del Reino de Dios (cf. Mt 4, 17); la visión de Dios: ―Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios‖ (Mt 5,8; cf. 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf. Mt 25, 21. 23); la entrada en el descanso de Dios (Hb 4, 7-11): «Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?» (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30). 1721. Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf. Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf. Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria. 1722. Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino. «―Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios‖. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, ―nadie verá a Dios y seguirá viviendo‖, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios [...] ―porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios‖» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 20, 5). 1723. La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor.
«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad [...] Todo esto se debe a la convicción [...] de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro [...] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración» (Juan Enrique Newman, Discourses addresed to Mixed Congregations, 5 [Saintliness the Standard of Christian Principle]). 1724. El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf. la parábola del sembrador: Mt 13, 3-23). 

Resumen

 1725. Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenándolas al Reino de los cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre. 1726. Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios. 1727. La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como también lo es la gracia que conduce a ella. 1728. Las bienaventuranzas nos colocan ante opciones decisivas con respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a Dios sobre todas las cosas.1729. La bienaventuranza del cielo determina los criterios de discernimiento en el uso de los bienes terrenos en conformidad a la Ley de Dios.





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