Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

EL RINCÓN DE QUIJOTE
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
  
 BIENVENIDOS AL RINCON DE QUIJOTE 
  
 ◆Todos los paneles ◆ 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: NO APTO PARA MENORES DE 18 AÑOS
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: QUIJOTE  (Mensaje original) Enviado: 11/03/2011 21:20

CUIDADO CON LA ZORRA

Qué increíble sorpresa me brindabas, cariño. Mi cuerpo volvía a ser para Mongo, pero con los dos viejos de por medio! ¡Genial! Pero creo que no me había ganado menos, con la zorrita de Yasmine…

Estaba feliz, caliente, lubricada, por el trato de esclava que acababa de propinarme Pardo. ¿Qué se supone que debía hacer ahora? Además, sólo podía hablar para contestar a mi jefe…

Algo debíais haber pensado, en cualquier caso. Porque entre Lara y Pardo me quitaron el vestido, dejándome sólo con el liguero y las medias, todo de negro, y Mongo se acomodó en el tresillo. A continuación, ambos viejos, de pie como yo, se pusieron a manosearme de arriba abajo, girando mi cuerpo hacia Mongo, para que viera bien el espectáculo. Cerré los ojos, con un suspiro; parecía un sueño, que debía ir asumiendo progresivamente, saboreándolo con vicio y sin prisa. Oía a Pardo y Lara como si estuvieran lejos, aunque ambos, vestidos, se habían pegado a mi cuerpo. Sobándome por todas partes, sin ningún recato, cada cual por su lado, acariciando las medias, jugando con los pezones, apretándome las nalgas… y metiendo sus correosos dedos por donde querían, con mis piernas arqueadas sosteniéndose sobre los tacones, mientras temblaba de placer, de inquietud, de perplejidad.

Cuando Pardo tuvo tres dedos dentro de mi chochito y Lara había logrado colar dos en mi culo, se rompió ese silencio que sólo aliviaban mis gemidos. Era mi jefe, preguntando a su socio “¿Echabas de menos nuestra secretaria, eh?”. Lara respondió hundiendo sus dedos tan a tope que me arrancó un grito, mientras respondía “No he pensado más que en lo guarra que es”. Acto seguido, se puso a chuparme las tetas, ansioso, pasando de la una a la otra sin dejar de sodomizarme con sus dedos. A ciegas, mis manos toqueteaban a cada lado las pollas de ambos viejos, bien firmes tras los pantalones. Pardo, entusiasmado, hundió un cuarto dedo en mi chocho chorreante, a la vez que me dio una orden excitantemente embarazosa “¡Abre los ojos! ¡Mira cómo está el nuevo cliente de nuestra sociedad!”. Obedecí en el acto, y mi mirada se clavó en la de Mongo. Se había bajado los pantalones y calzoncillos hasta los pies, y su monumental polla negra estaba dura como el acero. Pero su mirada parecía algo ambigua; o sea, a la vez que escupía mudamente un viril “¡Zorra!” provocado por lo que estaba viendo, sentí que revelaba algo de ternura…

Pero mi jefe me impidió sentir ni pensar nada más. Casi mejor. Su siguiente orden fue “De rodillas, Susy. ¡Queremos verte chupársela!”. Suspiré de ganas, asumida ya la situación, apañándomelas para arrodillarme con tantos dedos dentro, de esas manos viejas que compartían mi inquieta entrepierna… sin apartar la vista de aquel cipote colosal, enhiesto ante mis ojos. Cuando lo logré, con Lara baboseándome el cuello y disfrutando como un loco con sus dedos en mi culito, vino otra orden de Pardo: “Mejor a cuatro patas, y bien abierta. Estarás más puta”. Volví a apañarme, sin que un solo dedo de esos viejos abandonara mis entrañas; situándose así mi rostro a pocos milímetros de la sensacional entrepierna de Mongo… “No te retrases más, que lo estás deseando, so guarra!”. Cuánta razón tenía mi jefe gritando eso… Porque tener delante la enorme polla del macho negro que fue mi primer cliente me estaba emocionando, por encima de la lujuria. Así que empecé a besar tiernamente sus cojones, del uno al otro, recordando aquel apartamento, la primera vez que estuve con él, cuando me ataste boca abajo en la cama impidiéndome verle, prohibiéndole moverse dentro de mí…

Sentado en el suelo, a mi izquierda, Pardo continuaba removiendo mi chochito con la casi totalidad de su diestra, mientras la izquierda jugaba con mis pezones. En cambio, Lara, a mi derecha, sacó los suyos de mi culito, para propinarme un buen azote entre las nalgas antes de situarse tras de mí.

“Qué dulce estás con Mongo…”, comentó Pardo, irónico y rabioso a la par, apenas empecé a besarle la polla, la mayor que había visto nunca, propia de un semental. No quería perdonar ni un milímetro de su longitud, tan emocionada estaba. Tú nunca me dejaste chupársela, sólo besarla por encima del pantalón, la última vez que estuvimos… El acordarme de ti coincidió con Lara hundiendo la polla de un solo y enérgico golpe en mi hambriento culo. Gemí… Las palabras de Pardo y el rabo de Lara me habían devuelto a la realidad, me recordaron que no soy más que la zorra de mi amado esposo, la intérprete de sus fantasías. Así que automáticamente me dejé de besos y saqué la lengua para empezar a chupar viciosamente el enérgico rabo de Mongo, meneando con gusto al ritmo doble de la polla de Lara en mi culo y los dedos de Pardo en mi chocho. Soy lo que soy, y además me encanta.

Ni deprisa ni despacio, Lara volvía a sodomizarme tan enérgicamente como el otro día, pese a su avanzada edad. Guardaba bien el ritmo, además, agarrándome por las caderas y azotando alguna de vez en cuando. En cuanto a la polla de Mongo, es tan titánica que recordé cuando me taladró el culo y el chocho. ¿Cómo pudo entrarme tanto? Fue inevitable que me lo preguntara cuando por fin la acogí entre mis labios, desbordante. Y no quería que saliera, nunca, qué sabor…

Ver la polla de Mongo en mi boca incrementó, si cabe, la lujuria de los dos viejos. Pardo, en un arrebato, con la mano libre me desgarró una media. Y Lara, desquiciado, aceleró su polla. Justo entonces, imprevistamente, Mongo empezó a acariciarme el pelo con ambas manos. Emocionada, seguí sin atreverme a la mirarle a la cara, pero aferré sus gruesos muslos con mis dos manos, porque prefería sujetarme así que a cuatro patas sobre el suelo… Furioso, Pardo sacó su diestra de mi ardiente almejita, gritando “¡Qué puta eres… te lo estás pasando mejor que nosotros!” al tiempo que el violento orgasmo de Lara en mi culo, mientras rugía “¡Toma, cerda!”, me recordó de nuevo mi condición.

Dado que la polla de Mongo estaba soltando ya unas gotitas, me la saqué suavemente de la boca. Yo quería que tardara en correrse, me negaba a dejar de agasajar tan pronto esa pollaza que tanto me gustaba. Así que volví a besar sus cojones, lamiéndolos bien, sin mirarle nunca, mientras Lara iba sacando poco a poco su satisfecha polla de mi culo, para sentarse a un lado, jadeante. Tal como preveía, y deseaba lascivamente, Pardo le relevó. Y su polla entrando fácilmente hasta el fondo de mi pringoso culo me impulsó a hacer algo que quizá no aprobases, pero que yo deseaba: abrir las piernas de Mongo, y besarle el culito, dulce e insistentemente. Necesitaba sentir mi boca justo ahí.

“Si serás marrana…¡nadie te ha ordenado que hagas eso!”, gritó Pardo, montándose sobre mí y aferrándome por los hombros, para ver mi cara encantada en pleno culo de Mongo, mientras me sodomizaba con tantas ganas como rabia. Y Lara acercó la jeta, para también ver bien de cerca… mi lengua lamiendo ya el prieto e hipnótico, delicioso ojete de Mongo. Le faltó tiempo para decir “A nosotros no nos has comido el culo, zorra”. A lo cual Pardo agregó, propinándome un pollazo seco hasta lo más hondo que pudo, “Ya nos lo comerá, socio. ¡Más le vale!”

Acto seguido, hundí la lengua en las entrañas anales de Mongo y entré en tal éxtasis que ni distinguía lo que me ladraban los dos viejos. Seguro que merecidísimo todo, eso sin duda!. Chupé y chupé, maravillada por el agreste sabor y los gemidos de Mongo. Pero al captar que Pardo estaba a punto de correrse, saqué con delicadeza la boca de tan acogedora cueva y engullí de nuevo el rabo de Mongo. Quería tragar todo su semen, y me daba igual si preferíais que él eyaculara en mi cara. A su manera, mi silente galán oscuro captó mi intención, porque empezó a correrse justo cuando Pardo alcanzó ruidosamente el orgasmo en mi ajetreado culito de secretaria sumisa. Lo cual me provocó otro orgasmo a mí, que disfruté conforme tragaba el semen de Mongo. Espeso, salado, ardiente, interminable…

Aún temblaba yo, cuando Pardo salió y se dejó caer sobre el suelo, exhausto. Sin embargo, yo no dejaba que la polla de Mongo abandonara mi boca. Seguía tan, tan dura… Y siempre soltaba una gotita más.

Súbitamente, mi éxtasis adquirió un matiz más, y bien inesperado, gracias a que Mongo rompió su silencio. Por añadidura, dijo lo mejor que podía haber dicho, e hizo lo mejor que podía haber hecho, hasta el punto de que casi rompo a llorar… Con pronunciado acento caribeño, y sin dejar de acariciarme el pelo con la zurda, con la derecha sacó varios billetes del bolsillo superior de la chaqueta y los entremetió en mi liguero, susurrando dulcemente “Mi putita”.

Cruelmente, no me dejasteis saborear un momento tan especial para mi feminidad. Unos sonoros aplausos sonaron tras el biombo, y una voz, aún más vieja que las de Pardo y Lara, exclamó “Susy es tan fabulosa como me habías prometido”.

¡Cariño, sin decírmelo, habías traído alguien más para mirar!



Primer  Anterior  2 a 2 de 2  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: QUIJOTE Enviado: 11/03/2011 21:23

MIRALA...


morbosa que nunca, la última veDisfrutaste con mayor intensidad z en la oficina, compaginando tres hombres. Lo sabes y lo sé. Pero no te acabó de gustar que otro mirase sin saberlo tú. Bueno, eso decías. Mejor dicho, lo usaste de pretexto para urdir una fantasía especial para mí. Como castigo, en teoría. Porque tenías un plan que te apetecía con locura, en realidad.

Algún día admitirás que aquella idea mía te encantó a más no poder. Ortega, el mejor comprador de mis cuadros, masturbándose extasiado con lo increíblemente zorra que eres, cuando siempre te había visto modosita, en plan esposa fina. Nunca pudo imaginar nada así, y ahora lo sabe!

Sé que tarde o temprano reconocerás que eso te gusta. Pero de momento admití que te ofendiste, para experimentar tu nueva ocurrencia. Sabiendo que ese castigo iba a entrañar una parte satisfactoria. Además, estaba seguro de que el nombre de esa parte sería Yasmine. Tu esclava, mi Yasmine.

Del resto, me reconocía incapaz de intuir nada.

Lo organizaste para el domingo por la tarde, con ambos descansados.

Me ataste al cabecero de la cama con unos grilletes, con las muñecas a la espalda, pero antes me hiciste vestir con traje y corbata, zapatos incluso. En cambio, para contrastar de forma extraña, tú sólo llevabas el típico bikini de playa, de fondo blanco y líneas de colores. Y así vestida fuiste a abrir la puerta, respondiendo a la llamada, tras apagar la luz de la alcoba.

Esperé, en silencio, a oscuras. No oía nada. Ni siquiera tu voz, saludando o impartiendo instrucciones. Sólo pasos.

Minutos después, se abrió la puerta de la alcoba. Suspiré nervioso, anhelante. Los pasos se detuvieron, y tú te acercaste al lecho, a mí, precedida por el perfume. Erguí el torso, incómodo no sólo por las esposas sino por estar vestido de esa manera atado a la cama.

“Cariño, vas a ver una obra de teatro. Fuertecita, y con moraleja. Una moraleja que te conviene aprender y no podrás olvidar”, me notificaste, a la par irónica y sensual, acariciándome el pelo. Después, encendiste la lámpara de la mesita de noche, a la cual habías provisto de una bombilla roja.

Yasmine, en efecto. Ante mis ojos, cercana pero inalcanzable. Pero no tuve tiempo de evocar nuestra magnífica última experiencia, ella enmallada y esposada, yo encima devorando su boca mientras la masturbaba. Porque jamás pude imaginar que algún día la vería así, vestida como la peor furcia: un vestido muy corto, raído y escotado, que dejaba ver las tiras del liguero; medias negras de vieja, encima con carreras; un maquillaje ostentoso, que resaltaba el excesivo perfilador para los labios; el pelo lacio, sin forma alguna; unos tacones horteras vertiginosos. La típica puta de callejón o carretera, llegada de algún país indeterminado.

A su lado, un chavalote. Fuerte y algo grueso, ni alto ni bajo, con pelo negro abundante, rostro sensual y algo canallesco, vestido con un chándal de segunda.

“Empezad”, indicaste.

Tragué saliva. ¿Qué habías organizado, qué pretendías mostrarme de esa jovencita que tanto me interesaba?

Yasmine atajó mis cuitas. Comenzó a menear de forma provocativa, cual golfa intentando captar a un transeúnte. El chico, inmóvil, manos en los bolsillos, sonreía ante la procaz invitación, sin decir ni que sí ni que no. Ella le devolvió la sonrisa, pero también se chupó un dedo, a guisa de insinuación basta.

Bien, ésta era la obra. Yasmine en puta de cuarta, un desconocido como cliente. En nuestra alcoba. Ya comprendía. Y empezaba a sufrir.

El chico resistía, pero su sonrisa indicaba que no le desagradaba la oferta. Dispuesta a convencerlo, ella se dio la vuelta, puso el culo en pompa y se levantó el minivestido hasta la cintura. No llevaba bragas y, como siempre, su depilación era absoluta.

La sonrisa del joven comenzó a llenarse de deseo. Y sus manos a sobar esas nalgas tan tentadoras, que a mí no me dejaste tocar.

Iban al grano. Ella ofrecía, él picaba.

Sentada a mi derecha, con la izquierda bebías un cóctel y con la otra mano seguías acariciándome el pelo. Yo estaba inmóvil, pétreo, con la espalda clavada contra el cabecero. Ni por asomo habría podido anticipar esto. Y aún no había llegado nada.

Yasmine se abrió a tope, con los dedos. Ese chochito sonrosado que he visto, pero no catado ni penetrado. Después el culo. Iluminados de rojo.

“¿Cuánto cuestas, guarra?”, preguntó una voz rasposa y caliente, propia de un hombre de mayor edad, emitida por alguien que había vivido demasiado para la suya.

Por primera vez oí a Yasmine, escuché su linda vocecita. Y tuvo que ser diciendo “Lo que quiera darme… Soy puta de tres bes. Buena, bonita y barata”.

Su acento hablando español era precioso, tan exótico…

El chico le hundió un dedo hasta el fondo del chocho, con fuerza, arrancándole un gritito. Acto seguido preguntó “¿Y el culo?”, mientras removía el dedo, girándolo. “Todo… incluyo…yo”, fue la respuesta.

Con la mano libre, el chico propinó un sonoro cachete en las preciosas nalgas de Yasmine, escupiendo un “Así se habla”.

Me revolví instintivamente, intenté desatarme, soliviantado. ¡No quería mirar, no podía ver a Yasmine en esa situación!.

Imposible, estaba esposado correctamente. Captando mi estado de ánimo, me acariciaste la nuca, y susurraste “Cariño, con lo guapo que estás, tan elegante… ¿vas a sufrir por esa marrana?”.

Justo entonces, ella empezó a menear al ritmo que le marcaba el dedo dentro. Tragué saliva y cerré los ojos durante unos segundos. Yasmine, esa jovencita que con su sensualidad y entrega me había hecho sentir tan intensamente, ahora denigrada en su feminidad, ante mis ojos y por tu causa… Enseguida volví a mirar, al oír:

“Date la vuelta y a chupar”

Yasmine no tardó ni un segundo en girar el cuerpo, ya libre del dedo masturbador, y arrodillarse. Menos tiempo aún invirtió en bajar el suelto pantalón del chico y lamer la punta de la polla más grande que yo había visto nunca. ¡Era como la de Mongo!.

Realzados por la luz carmesí, de forma imprecisa y obscena, burdelera, se conducían como si estuvieran solos, sin mirar nunca hacia la cama.

Yasmine besaba y lamía aquel cipote para endurecerlo todo lo posible, y no parecía fácil, dado el extraordinario tamaño, acariciando a la vez las nalgas del chico. El cual, despectivo, mientras ojeaba los billetes que guardaba en la cartera extraída de un bolsillo interior, para elegir algunos.

“Métetela en la boca, ¡ya!”, fue la siguiente orden. Ella la cumplió al instante, haciendo lo que pudo con aquel miembro de caballo. Que no tardó en alcanzar sus plenas dimensiones de erección, alojado en lo posible dentro de esa boquita que tan deliciosa recordaba yo.

Pegándote a mí, me lamiste la oreja susurrando “¿No quieres decir nada… Temes distraerlos?”.

Suspiré hondo, por toda respuesta. Tu plan terminó de desvelarse. Querías que viese a Yasmine humillada justo en la faceta que me había atraído, su personalidad sexual. Qué perfidia la tuya, cariño…

Yasmine seguía chupando, aspirando sonoramente, y lograba que aquella enormidad entrase más y más. Mientras, su cliente dejaba caer sobre ella billetes. De cinco y diez euros sólo, me parecía.

“Que rabioso estás, amor… ¿te gustaría salvarla?”, me preguntaste, lamiéndome el cuello con tu lengua fría por el cóctel, acariciándome por encima del traje. “¿O envidias al chico?”

Iba a contestar, pero me cortó la nueva orden del cliente: “Que entre más, vosotras sabéis”

Ella se aplicó en cumplir, y algo más sí que entró en su boquita.

Dando un lametón a mi boca reseca, me preguntaste con tono cruel “¿Y si a tu zorrita… le gustara?”

También esta vez el chavalote habló antes de que pudiera responder yo. Diciendo “Ya la tengo a tope. Ahora da la vuelta y abre el culo, guarra”.

Impulsivamente grité “¡¡No!!”. Pero era como si yo, como si nosotros dos no estuviéramos ahí. Yasmine, mi Yasmine, dejó de chupar, se levantó, se dio la vuelta y abrió las piernas todo lo posible, apoyando las palmas de las manos sobre la pared. Soliviantado, el chico levantó su vestido y gritó “Vas a enterarte de lo que es un macho”.

“No, Susy”, supliqué… “No puede meter todo eso a Yasmine… detrás”.

En lugar de contestarme, susurraste “mi amor…” acariciándome la entrepierna. Estaba abultada, a más no poder. No había querido percatarme. Pero mi instinto superaba a la razón. Estaba furioso, pero también excitado.

El chico comenzó a intentarlo, sin lubricante ni nada, ayudándose con una mano, la otra jugando con el liguero. La hinchada y exigente punta de su inmensa polla quería entrar, sin miramientos, con ansia.

Bajaste mi cremallera y me sacaste la polla. Bien dura. Besándola, susurrabas “Desengáñate… la están tratando como lo que es… y tu polla delata que te gusta”.

Cuando la polla del chaval por fin entró en el culo de Yasmine, el grito de ella fue desgarrador. En respuesta, gritaste “¡Por zorra!”

Susy, querida, qué idea tan extrema ésta que has tenido, de qué forma tan perversa estamos gozando… Bajaste la voz, pero no mucho, para agregar, entre lametón y lametón, “Tú nunca se la meterás… a esa putita que te fascina… Pero te ha encantado… ver que se la clavaba ese cabrón”.

Suspiré. Crispado, confuso, sin habla.

No podía apartar la mirada, como hipnotizado. La polla del chaval estaba hundida hasta el fondo en el culito de mi Yasmine, y ahora empezaba a moverla, de dentro hacia fuera, para empezar a sodomizarla. Y pronto se puso a hacerlo. Con ritmo, enérgicamente, gozando.

Chupándomela de arriba abajo, comentaste bien alto “Ya lo ves… Tu niñata no es más que una puta… feliz con su oficio”

El desconocido gruñía con cada embestida, a cuál más fuerte. Yasmine gritaba en unas y gemía en otras. Meneando según la cadencia potente que le marcaban, sosteniéndose sobre aquellos tacones de risa.

Añadiste “Con cuatro duros, cualquiera puede cepillársela… y por el culo” y a continuación te metiste mi polla en la boca, golosamente.

Aparté unos segundos la vista de la pareja para mirarme, tan elegante, contigo aspirándome la polla, absurda pero hermosamente vestida con un bikini. Volví a mirarles. Yasmine, mi Yasmine, esa jovencita que tanto me interesaba y que tan intensamente eché de menos, en efecto estaba gozando. Hasta se le escapó un “¡Más!”.

Celos, rabia, morbosidad, placer, locura. Todo a la vez, me lo estabas proporcionando ahora. Con tu extraordinaria imaginación, y tu conocimiento de mi personalidad, de lo que quiero y necesito.

Esa chica que no conocía de nada, pero que me habías hecho desear más a cada encuentro, era sodomizada bestialmente, con un trato de furcia callejera. Y yo estaba disfrutando enfermizamente al ver que otro le hacía lo que tú no me dejabas. Con mi polla en tu boca.

Soltando un grito, el chico se corrió dentro del culo de Yasmine. Yo lo hice a mi vez. Y no podría decirse de quién salió más semen.

Cuando el cliente acabó, salió mediante un golpe tan seco como el que brindó al entrar. En respuesta, ella musitó un “No…”. Al terminar yo, sacaste mi polla de tu boca, despacio. Te lo habías tragado todo, mi traje seguía impecable.

El chaval se subió el pantalón, ufano y sonriente, satisfecho. En cambio, ella permanecía en la misma postura, jadeando, reponiéndose poco a poco, sin moverse. El manojo de billetes continuaba en el suelo, alguno pisado por las zapatillas deportivas de él, o los tacones de ella.

Sonriente, me dijiste “Ya sabes algo más de tu querida Yasmine”, acariciándome la corbata.

Te devolví la sonrisa, lleno de admiración. Por las dos.

Inmejorable moraleja de inmejorable espectáculo. Mil gracias por tan sustanciosa y apasionante experiencia, cariño.



 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados