Qué increíble sorpresa me brindabas, cariño. Mi cuerpo volvía a ser para Mongo, pero con los dos viejos de por medio! ¡Genial! Pero creo que no me había ganado menos, con la zorrita de Yasmine…
Estaba feliz, caliente, lubricada, por el trato de esclava que acababa de propinarme Pardo. ¿Qué se supone que debía hacer ahora? Además, sólo podía hablar para contestar a mi jefe…
Algo debíais haber pensado, en cualquier caso. Porque entre Lara y Pardo me quitaron el vestido, dejándome sólo con el liguero y las medias, todo de negro, y Mongo se acomodó en el tresillo. A continuación, ambos viejos, de pie como yo, se pusieron a manosearme de arriba abajo, girando mi cuerpo hacia Mongo, para que viera bien el espectáculo. Cerré los ojos, con un suspiro; parecía un sueño, que debía ir asumiendo progresivamente, saboreándolo con vicio y sin prisa. Oía a Pardo y Lara como si estuvieran lejos, aunque ambos, vestidos, se habían pegado a mi cuerpo. Sobándome por todas partes, sin ningún recato, cada cual por su lado, acariciando las medias, jugando con los pezones, apretándome las nalgas… y metiendo sus correosos dedos por donde querían, con mis piernas arqueadas sosteniéndose sobre los tacones, mientras temblaba de placer, de inquietud, de perplejidad.
Cuando Pardo tuvo tres dedos dentro de mi chochito y Lara había logrado colar dos en mi culo, se rompió ese silencio que sólo aliviaban mis gemidos. Era mi jefe, preguntando a su socio “¿Echabas de menos nuestra secretaria, eh?”. Lara respondió hundiendo sus dedos tan a tope que me arrancó un grito, mientras respondía “No he pensado más que en lo guarra que es”. Acto seguido, se puso a chuparme las tetas, ansioso, pasando de la una a la otra sin dejar de sodomizarme con sus dedos. A ciegas, mis manos toqueteaban a cada lado las pollas de ambos viejos, bien firmes tras los pantalones. Pardo, entusiasmado, hundió un cuarto dedo en mi chocho chorreante, a la vez que me dio una orden excitantemente embarazosa “¡Abre los ojos! ¡Mira cómo está el nuevo cliente de nuestra sociedad!”. Obedecí en el acto, y mi mirada se clavó en la de Mongo. Se había bajado los pantalones y calzoncillos hasta los pies, y su monumental polla negra estaba dura como el acero. Pero su mirada parecía algo ambigua; o sea, a la vez que escupía mudamente un viril “¡Zorra!” provocado por lo que estaba viendo, sentí que revelaba algo de ternura…
Pero mi jefe me impidió sentir ni pensar nada más. Casi mejor. Su siguiente orden fue “De rodillas, Susy. ¡Queremos verte chupársela!”. Suspiré de ganas, asumida ya la situación, apañándomelas para arrodillarme con tantos dedos dentro, de esas manos viejas que compartían mi inquieta entrepierna… sin apartar la vista de aquel cipote colosal, enhiesto ante mis ojos. Cuando lo logré, con Lara baboseándome el cuello y disfrutando como un loco con sus dedos en mi culito, vino otra orden de Pardo: “Mejor a cuatro patas, y bien abierta. Estarás más puta”. Volví a apañarme, sin que un solo dedo de esos viejos abandonara mis entrañas; situándose así mi rostro a pocos milímetros de la sensacional entrepierna de Mongo… “No te retrases más, que lo estás deseando, so guarra!”. Cuánta razón tenía mi jefe gritando eso… Porque tener delante la enorme polla del macho negro que fue mi primer cliente me estaba emocionando, por encima de la lujuria. Así que empecé a besar tiernamente sus cojones, del uno al otro, recordando aquel apartamento, la primera vez que estuve con él, cuando me ataste boca abajo en la cama impidiéndome verle, prohibiéndole moverse dentro de mí…
Sentado en el suelo, a mi izquierda, Pardo continuaba removiendo mi chochito con la casi totalidad de su diestra, mientras la izquierda jugaba con mis pezones. En cambio, Lara, a mi derecha, sacó los suyos de mi culito, para propinarme un buen azote entre las nalgas antes de situarse tras de mí.
“Qué dulce estás con Mongo…”, comentó Pardo, irónico y rabioso a la par, apenas empecé a besarle la polla, la mayor que había visto nunca, propia de un semental. No quería perdonar ni un milímetro de su longitud, tan emocionada estaba. Tú nunca me dejaste chupársela, sólo besarla por encima del pantalón, la última vez que estuvimos… El acordarme de ti coincidió con Lara hundiendo la polla de un solo y enérgico golpe en mi hambriento culo. Gemí… Las palabras de Pardo y el rabo de Lara me habían devuelto a la realidad, me recordaron que no soy más que la zorra de mi amado esposo, la intérprete de sus fantasías. Así que automáticamente me dejé de besos y saqué la lengua para empezar a chupar viciosamente el enérgico rabo de Mongo, meneando con gusto al ritmo doble de la polla de Lara en mi culo y los dedos de Pardo en mi chocho. Soy lo que soy, y además me encanta.
Ni deprisa ni despacio, Lara volvía a sodomizarme tan enérgicamente como el otro día, pese a su avanzada edad. Guardaba bien el ritmo, además, agarrándome por las caderas y azotando alguna de vez en cuando. En cuanto a la polla de Mongo, es tan titánica que recordé cuando me taladró el culo y el chocho. ¿Cómo pudo entrarme tanto? Fue inevitable que me lo preguntara cuando por fin la acogí entre mis labios, desbordante. Y no quería que saliera, nunca, qué sabor…
Ver la polla de Mongo en mi boca incrementó, si cabe, la lujuria de los dos viejos. Pardo, en un arrebato, con la mano libre me desgarró una media. Y Lara, desquiciado, aceleró su polla. Justo entonces, imprevistamente, Mongo empezó a acariciarme el pelo con ambas manos. Emocionada, seguí sin atreverme a la mirarle a la cara, pero aferré sus gruesos muslos con mis dos manos, porque prefería sujetarme así que a cuatro patas sobre el suelo… Furioso, Pardo sacó su diestra de mi ardiente almejita, gritando “¡Qué puta eres… te lo estás pasando mejor que nosotros!” al tiempo que el violento orgasmo de Lara en mi culo, mientras rugía “¡Toma, cerda!”, me recordó de nuevo mi condición.
Dado que la polla de Mongo estaba soltando ya unas gotitas, me la saqué suavemente de la boca. Yo quería que tardara en correrse, me negaba a dejar de agasajar tan pronto esa pollaza que tanto me gustaba. Así que volví a besar sus cojones, lamiéndolos bien, sin mirarle nunca, mientras Lara iba sacando poco a poco su satisfecha polla de mi culo, para sentarse a un lado, jadeante. Tal como preveía, y deseaba lascivamente, Pardo le relevó. Y su polla entrando fácilmente hasta el fondo de mi pringoso culo me impulsó a hacer algo que quizá no aprobases, pero que yo deseaba: abrir las piernas de Mongo, y besarle el culito, dulce e insistentemente. Necesitaba sentir mi boca justo ahí.
“Si serás marrana…¡nadie te ha ordenado que hagas eso!”, gritó Pardo, montándose sobre mí y aferrándome por los hombros, para ver mi cara encantada en pleno culo de Mongo, mientras me sodomizaba con tantas ganas como rabia. Y Lara acercó la jeta, para también ver bien de cerca… mi lengua lamiendo ya el prieto e hipnótico, delicioso ojete de Mongo. Le faltó tiempo para decir “A nosotros no nos has comido el culo, zorra”. A lo cual Pardo agregó, propinándome un pollazo seco hasta lo más hondo que pudo, “Ya nos lo comerá, socio. ¡Más le vale!”
Acto seguido, hundí la lengua en las entrañas anales de Mongo y entré en tal éxtasis que ni distinguía lo que me ladraban los dos viejos. Seguro que merecidísimo todo, eso sin duda!. Chupé y chupé, maravillada por el agreste sabor y los gemidos de Mongo. Pero al captar que Pardo estaba a punto de correrse, saqué con delicadeza la boca de tan acogedora cueva y engullí de nuevo el rabo de Mongo. Quería tragar todo su semen, y me daba igual si preferíais que él eyaculara en mi cara. A su manera, mi silente galán oscuro captó mi intención, porque empezó a correrse justo cuando Pardo alcanzó ruidosamente el orgasmo en mi ajetreado culito de secretaria sumisa. Lo cual me provocó otro orgasmo a mí, que disfruté conforme tragaba el semen de Mongo. Espeso, salado, ardiente, interminable…
Aún temblaba yo, cuando Pardo salió y se dejó caer sobre el suelo, exhausto. Sin embargo, yo no dejaba que la polla de Mongo abandonara mi boca. Seguía tan, tan dura… Y siempre soltaba una gotita más.
Súbitamente, mi éxtasis adquirió un matiz más, y bien inesperado, gracias a que Mongo rompió su silencio. Por añadidura, dijo lo mejor que podía haber dicho, e hizo lo mejor que podía haber hecho, hasta el punto de que casi rompo a llorar… Con pronunciado acento caribeño, y sin dejar de acariciarme el pelo con la zurda, con la derecha sacó varios billetes del bolsillo superior de la chaqueta y los entremetió en mi liguero, susurrando dulcemente “Mi putita”.
Cruelmente, no me dejasteis saborear un momento tan especial para mi feminidad. Unos sonoros aplausos sonaron tras el biombo, y una voz, aún más vieja que las de Pardo y Lara, exclamó “Susy es tan fabulosa como me habías prometido”.
¡Cariño, sin decírmelo, habías traído alguien más para mirar!