Vino, me amó y partió; dejó a su paso plenitudes, placeres y vacíos; se perdió como el sol en el ocaso, como se pierden en el mar los ríos.
Ha de tener el sol otra alborada, y aunque el río se va, también se queda; pero de aquella fiera llamarada, ni el recuerdo quizá en su mente rueda.
Mantúvose en silencio y lejanía como quien duerme en brazos de la muerte; y yo permanecí esperando el día en que de nuevo su alma se despierte.
Y si al abrir sus ojos al pasado se detienen en mí por un momento, tal vez vuelva su amor arrebatado a producir un nuevo ofrecimiento.
Y aquí estaré, en deseos y temblores, sin recriminaciones, ni exigencia, para dar nueva vida a aquellas flores que a punto estuvo de agostar la ausencia.