Tenía el cuerpo lleno de heridas, y sin embargo no eran las que más le dolían. Su visión era borrosa y no podía evitar el pensar en el fin. Se levanto de la cama y se dirigió a la ventana. Miro las nubes pasar. Una lágrima corrió por su mejilla derecha, se acercó poco a poco a su nariz y lentamente se escurrió hasta su boca. Sintió un sabor amargo.
Hacia varios meses que había tenido un accidente automovilístico, y a pesar de los esfuerzos que habían hecho los médicos, no han podido restablecerla a la normalidad. Los hierros le auto, retorcidos por el peso de un camión, cuyo chofer se encontraba ahogado en el mas puro alcohol, le habían destrozado las piernas, y a causa de una seria infección, perdió uno de sus brazos. Ahora se movía mediante prótesis, mas el dolor de la perdida de su propia imagen le torturaba cruelmente. Deseaba morir.
Tras un sonido metálico, el mismo que hace la puerta cuando ésta se ha abierto desde el exterior, uno de los doctores más jóvenes entró a la habitación y le miro a los ojos, regalándole la sonrisa más simpática que tenía, pero ella hecho a llorar desde ese momento y hasta que finalizó el día. Pensó que sería mejor desistir.
Para la tarde del día siguiente, antes de que el sol se ocultara, y mientras uno de los últimos rayos penetraba por el cristal de la ventana y se reflejaba en su mirada, para luego rebotar con otros tantos objetos hasta refractarse y desvanecerse, una voz cálida y serena le dijo: “calma mi niña, que esto no es el final”. Un sentimiento de ternura y paz recorrió todo su ser y se sintió aliviada. Miró hacia el cielo, mas el techo del edificio no le dio ninguna señal divina. En vano miro hacia la ventana buscando un rayo de luz celestial, hasta que la escuchó una vez mas, ahora más clara e intensa, justo a unos pasos a su derecha, muy cerca del oído: “Te amo, hija”. Sintió ganas de gritar.
Padre e hija pasaron el resto del día abrazados y llorando uno al oído del otro, mientras se decían palabras de amor. Los brazos del padre, apenas más gruesos que los de la hija, apenas más fuertes quizás; estaban llenos de dulzura, estaban llenos de ternura, estaban llenos de ese algo que solo un hijo puede entender, y disfrutar. Se amaron y se prometieron que al día siguiente comenzarían un nuevo camino, uno que les hiciese caminar por los mismos senderos llenos de paz, armoniosos con sus almas entrelazadas ahora más que antes, fuertes y enormes para atrapar todos los rayos de sol que la vida les quisiera regalar, mas duros y cortantes para destrozar todo lo malo con lo que se pudiesen topar.