En las manos del alma nada queda
de tanta plenitud como tuvieron;
sólo un vacío gris que se me enreda,
y apenas mis alarmas presintieron.
He vivido derrotas, y la muerte
rozóme a veces con su aliento frío;
mas nunca nada me azotó tan fuerte
como perder lo que juzgaba mío.
Brevería Nº 1865
Desnúdate, mujer
Desnúdate del todo. Quiero verte
en plenitud, en autenticidad,
como si fueras mar, montaña o cielo,
sin adornos de seda o de percal.
Tu piel será el espléndido ropaje
que te engalane; no precisas más.
Y sin rubor, como quien no ha sufrido
rancios sermones de moralidad.
Como la alondra, el ciervo, la pantera,
la rosa, el tulipán,
que salta, vuela, corre,
o simplemente está,
exhibiendo sus galas
sin nada que ocultar.
¿Cómo podría conocerte a fondo,
tal cual eres, oculta en el disfraz
de la postiza piel de tu vestido,
que enmascara la auténtica y real?
Quiero mirarte con los mismos ojos
de sorpresa, de voluptuosidad,
que Eva sintió en su carne
al descubrir en el Edén a Adán.
Con los ojos adúlteros
del rey David, dejándose hechizar
por la imagen desnuda, enjabonada,
de Betsabé; calandria y gavilán.
Deja caer el albornoz, descubre
quién eres bajo el mismo, tu sensual
fibra inflamada de tigresa en celo,
que mira al frente sin un paso atrás.
Ya te he visto por dentro, he penetrado
tus íntimas parcelas, el desván
en que hacinas tus viejas añoranzas,
las urnas de cristal
que exhiben tus proyectos, tus ideas,
y el cráter del volcán
donde bullen y estallan tus deseos.
Lo he visto todo ya.
Hoy quiero ver la piel que lo recubre,
en plenitud, en autenticidad.
Los Angeles, 1 de enero de 2011