LA ÚLTIMA NOCHE
Hace tiempo, en el mejor de mis tiempos,
me encontré tan de pronto haciendo el amor
con una mujer muy bella, y juro que nunca
ha de haber feminidad más exquisita
pues en nuestro momento más íntimo,
ella me respondió con el amor más intenso;
esto en ella era un adorno que encendía mi naturaleza,
tocarla suavemente, sentir el calor de sus besos
hinchaba mi corazón de alegría, en incendiaba
miles de luces de artificio en mi alma.
Así era mi placer, y puedo jurar a vosotros
que esa mujer era bellísima.
Ella tenía una cicatriz de cuarenta centímetros ahí,
donde un día hubo un voluptuoso busto,
en su espalda y en su pecho, portaba profundas,
muy profundas quemaduras negras imposibles de ignorar
dado el blanquísimo color de su piel, estas,
causadas por un sin número de terapias radiológicas,
su cutis lucía pálido y seco, no tenía pelo, ni cejas.
Esta mujer fue mi esposa, una sensible victima
del cáncer de mama, entre sus múltiples terapias
también fue sometida a la temible quimioterapia,
en esta perdió sin remedio sus hermosas cejas y pestañas,
junto con el negro alucinante de su lindo cabello.
Para cualquier hombre, esta mujer no era
más que un monstruo, pero para mí,
era la más tierna y preciosa criatura
que podían admirar mis ojos, y sentir mi cuerpo,
yo la amaba mucho, de verdad … la amaba mucho,
el odiado cáncer invadió su cerebro
y perdió el movimiento de su lado izquierdo,
por eso ella usaba una silla de ruedas.
En una ocasión la llevaba al hospital,
para una de sus múltiples terapias,
en el trayecto topamos con un conocido
que confundido me pregunto por la persona
de la silla de ruedas, así yo, con un gran orgullo
le conteste, “Ella, ellas es mi esposa, esta enorme dama
que llevo en la silla de ruedas, este cuerpo mutilado,
ella es mi bella esposa, y estoy tan orgulloso de ella
y la amo, la amo tal vez más de lo que la he amado.
La conocí hace ya tantos años, fue en las fiestas de su pueblo,
ella fue reina de esas festividades y era en verdad la más bella,
y así se mantuvo toda la vida, se cuidaba siempre para mi,
era terriblemente coqueta y seductora conmigo.
Y se dio el tiempo de nuestras bodas de plata,
y decidimos celebrarlas en casa, ella y yo solos,
compré la mejor botella de champaña,
saqué un par de copas, por cierto fueron aquellas
en las que brindamos el día de nuestra boda,
la regalé un enorme ramo de flores, eran rosas rojas,
y bailamos, si, bailamos muchas horas como pudimos,
y con la mejor música que nunca oí.
En un momento mágico elevé en mis brazos
a esta fantástica mujer, la deposite en la cama,
con la más grande ternura la desnudé,
nos besamos con pasión y así fueron subiendo los ánimos
y alcanzamos el más hermoso momento de pasión
que nunca nadie ha logrado, agotados y desnudos,
logramos conciliar el sueño, un sueño pletórico de paz y amor,
Mi esposa, mi adorada esposa al día siguiente ya no despertó,
esa misma noche, con una expresión de paz, esa noche, murió.
ESCRITO ANONIMO
RESCATADO EN EL HOSPITAL EN EL AREA DE ONCOLOGIA.
EDUARDO