DOS FLORES
Un brillante cielo, y el aire tan limpio
que puede sentirse sin esfuerzo alguno
y los aromas suaves que inundan el campo,
de este mi pueblito, orgullo y encanto.
Cuando el sol despierta flota en la ladera
perfume de flores, de lluvia y de amor,
ya más hacia el rancho, por las chimeneas
manan los olores a tortillas suaves,
salsas braveras, y a esos atoles, que
con tanto orgullo nos da sin pensarlo, la tía Jesús.
Y suena la hora en que en nuestro rancho
todo es alegría, cuando en desbandada
caminando vamos rumbo a la labor,
azadón en mano, la ilusión bravía,
y colgando al hombro el guaje bien lleno
de agua del venero, tan clara y tan dulce,
qué bien pareciera que un panal de abejas
en el mismo monte, nos la preparó.
El surco sonriente, la yunta de bueyes,
y las esperanzas de que el maíz germine
para que a fin de año haya arribazón,
de tantas mazorcas, que bien pareciera
que el sol de los cielos al silo llegó.
Y es en este marco, donde hace algún tiempo
alegres crecieran dos hermosas flores
de esta mi región, este rinconcito risueño y soleado
cuna de mi madre, y más al oriente, cuna de mi amor.
Dos flores hermosas del bajío querido,
dos motivos santos de mi devoción,
dos mujeres buenas, dos madres de siempre,
dos luces del cielo, que mi Dios me dio.
EDUARDO
A doña Teresa y a Martha (madre y esposa)