¿Quién no tiene un cepillo de dientes
en su baño? Definitivamente este es un artículo con el cual no
concebimos subsistir, a menos que no nos interese tener una dentadura
sana y limpia.
La historia de este invento se
remonta desde tiempo muy antigüo, donde el dentrífico que se utilizaba
podría ser orina humana (práctica que se mantuvo hasta el siglo XIX) o
lo más afortunados usaban vinagre.
He aquí su historia más detallada creada por Heriberto G. Contreras y Leticia Garibay:
Los primeros cepillos se
llamaban “palos o varas para masticar” y eran construidos con pequeñas
ramitas de árbol que se machacaban para ablandarlas. Uno de sus
extremos se moldeaba para que quedara en forma de filamentos lo
suficientemente suaves como para ser soportados por las encías. Eran
herramientas ásperas cuyo efecto era muy similar al de los palillos de
dientes. Algunas tribus de nativos de Australia y África aún usan estos
rudimentarios cepillos para mantener limpia su dentadura. Las
civilizaciones de la antigüedad también tuvieron sus formas
particulares de cuidar sus dientes. Plino el Joven (61-113 d. C.)
afirmaba que utilizar el cañón de una pluma de buitre para limpiar los
dientes podía producir halitosis, o mal aliento, y sin embargo le
gustaba emplear una púa de puercoespín porque, según él, “mantenía los
dientes firmes”.
Grecia fue, como en todo, más
avanzada. Aristóteles, por ejemplo, aconsejaba a Alejandro el Grande
que cada mañana diera un masaje a sus dientes con un paño fino de lino
que fuera ligeramente áspero. El primer cepillo construido se remonta a
1498, cuando un emperador chino insertó cerdas de pelo de puerco en un
hueso, formando una especie de cepillo, según informes de la
Asociación Dental Estadounidense. Fueron los ingleses quienes legaron a
nuestra civilización el primer cepillo de dientes moderno.