AMOR Y GRACIA
Muy bien podría ser una historia, prefiero se quede en cuento,
inicia en alguna parte de este vasto cementerio
donde descansan las almas que su misión ya cumplieron,
me lo ha contado… ¡Una tumba! De entre las tumbas más viejas,
con su cruz destartalada y sus hierbajos sin son, sin una flor,
ni un recuerdo, y sin rastros tal vez, de amor.
Las historias en el mundo son contadas por señores,
para alabar sus virtudes, o para allegarse dones,
y en este submundo hoy sé, las tumbas son narradores,
pues detrás de cada una se esconde una historia vieja,
plagada de mil matices y pasiones tan humanas,
que hacer creer que los sueños son historias retocadas.
Mi cuento en si es tradición, vino y se quedó viniendo, y este,
para bien ser motivo de inspiración, te lo he de contar despacio,
para no omitir detalles y así sentir su sabor.
Hace, se que algunos años, en una finca del pueblo
de las más adineradas, se palpaba a cada día
flotando entre su silencio, la alegría que prometía ese feliz nacimiento.
El venir tan esperado a este mundo de dichas,
de un ser rodeado de luces y tan perfecto en su armonía,
que fue por siempre anhelado y para hoy, muy esperado;
y del fondo de ese misterio con retoques de pasión,
nace una niña de ensueño, feliz heraldo de amor,
estrella hoy de aquel anhelo, de quien feliz la engendró.
Bien amada en sus inicios y siempre rodeada de amor,
se fue formando la niña para que al pasar los días,
en este mundo creciera con cariño y devoción;
y sus primeros intentos en este mundo de esfuerzos,
bien pronto la condujeron con sus lindos ojos negros
de angelical expresión, a cosechar día con día,
ternuras y admiración.
Y así creciendo la niña se fue transformando serena
desde un pequeño botón, hasta la rosa más bella
que casi a los diecisiete en mi cuento apareció;
y este cuento continua cuando al seguir platicando
con la tumba que fungiera como mi guía y mentor,
me conto del complemento, presentándome del cuento,
también al segundo actor.
Aquel que ahora descansa compartiendo el mismo espacio
que antaño se procurara con la niña de este cuento
en la provincia apartada, lejos del mundano efecto,
en una tumba discreta, la del ángel blanco azul,
ese, el de la piel marmórea, con sus dos enormes alas,
y la mirada perdida en mantos de religión.
Y como en principio dije, en este mundo de magia
son las tumbas las que narran las historias olvidadas,
que como cuentos oímos entre las bardas blanqueadas
de esta, la más noble casa, y es el ángel que me cuenta,
ese de las grandes alas, el de la cara de cera
que fiel vigila la tumba donde hace tiempo ellos duermen,
Don Ricardo y Doña Ana.
Dos jóvenes enamorados que el mismo día de la boda
de este pueblo se marcharon, fueron con rumbo hacia el mundo
como quijotes de palo, en pos de la gran conquista
con un rocín que por nuevo seguro que los llevaba,
y con gran energía y sueños, iniciaron la jugada.
Ricardo nace en el pueblo, de entre las gentes sin nada,
esos que a diario transcurren buscando la vida diaria,
de esos que trabajan duro, y a los que la vida educa,
duro para su ganancia.
Vivió y creció de entre el pueblo, aprendiendo de el la gracia,
y muy pronto fue mozuelo, de esos que ya pintan barba,
con un mostacho bien ralo mas con el orgullo, en andas;
aquí el destino ya había preparado su jugada
para los protagonistas de este cuento de nostalgia,
y fueron corriendo los años, y la historia fue palabra.
Un día, volvieron al pueblo, a casa de familia grata,
ella llegó convertida en una elegante dama,
el, Ricardo, el pregonero, el de la estirpe bien baja,
retornó ya convertido en un médico de fama,
con mil estudios a cuestas, y vida para gastarla,
amor, sueño y medicina, flores para una mortaja.
Corre el tiempo en la comarca, y nuestros actores ya viejos,
siguen el camino recto que el amor les señalara,
recogiendo sobre el dorso el cansancio de esta etapa,
con el invierno encorvando los dorsos y las miradas,
y nieves que ya eran perennes en sus sienes palabras
y ellos seguían el camino, que el amor les señalara.
Una noche, la alegría se marchó de la comarca,
Ana se quedó dormida sobre el diván de la estancia,
dicen los que ahí la vieron, que su sueño realzaba
las dulces líneas de siempre, y esos su ojazos negros,
los de las dulces miradas, los que por hoy, habían muerto
a seguir mirando el mundo, en esta vida encarnada,
Cuentan que Ricardo fue hasta el diván de la estancia,
y cargando entre sus brazos el cuerpo etéreo de Ana,
caminando se ha fundido con el aire de la estancia,
dicen que ha ido al cielo cargando en brazos a su Ana,
y acá en el cementerio, se sabe que en noches de luna,
a lo lejos, un hombre viejo, aún lleva entre sus brazos
el alma de su adorada.
EDUARDO