Nuestro tiempo es lineal: a un día le sigue otro, sin posibilidad de retroceso. Los ritos están formados por pequeñas acciones eslabonadas; dado que las repetimos periódicamente, le dan una dimensión cíclica a la vida. Hay ritos diarios; otros los realizamos cada semana, cada mes o cada año. Sin ritos viviríamos en un caos, pues ellos son la memoria inconsciente de la vida.
Hay ritos religiosos como los sacramentos. Los civiles, incluyen el aniversario de la independencia, la apertura y la clausura de las Olimpiadas. Entre los ritos sociales están las graduaciones, las fiestas de cumpleaños. La cena de Navidad es un rito familiar; la lectura del periódico es uno personal.
Toda vida sana, creativa y armoniosa incluye ritos personales adecuados. Hay que vivirlos con sencillez y no de manera compulsiva. Por su importancia, conviene analizar algunos de nuestros ritos cotidianos:
¿Cómo inicio mi día? ¿Qué acciones realizo antes de comenzar mi trabajo o estudio?
¿De qué manera tomo los alimentos? ¿Dónde, con quién, en qué cantidad, cuánto tiempo le dedico?
¿Cómo me relaciono con los demás? ¿De qué manera saludo o me despido? ¿A quién busco y a quién le rehúyo?
¿Cómo hago mi trabajo? ¿Cuáles tareas ejecuto, en qué orden?
¿Cómo descanso? ¿Cuáles son mis actividades recreativas?
¿Cómo me relaciono con Dios? ¿De qué medios me valgo?
¿Cómo empleo el tiempo en el que estoy conmigo en soledad?
¿Cómo termino mi jornada? ¿De qué manera proceso lo que viví?
El rito me permite aprovechar el tiempo. Además, me da la oportunidad de disfrutar y celebrar la vida, y me hace más fácil el entregarla.