Era un clamor, una mujer entera, que se hace oir, y se hace ver; un viento que impulsa, envuelve, esparce y aglomera; era delicia y a la vez tormento; era fragilidad de cristalera y fortaleza en cada sentimiento; era voz sin censura ni querella; y al conocerla, me quedé con ella.
Y me quedé contigo
La tarde era un adiós, y tú no lo eras; yo era llegada, tú eras acogida, de todo yo desnudo, tú vestida de tu gloria de senos y caderas.
Y me quedé contigo. Las palmeras se mecían al aire; estremecida, el agua en el embalse recogida, era un quebrarse azul de cristaleras,
y era un silencio verde la espesura; al interior, mi cerco a tu cintura, anaconda estrechando los anillos.
Y luego, en explosión voluptuosa, una riada cósmica, espumosa, y un desmoronamiento de castillos.