Cuando una relación se transforma en fuente de frustración y sufrimiento, hay que hacer algo, porque no es saludable permitir que otro interfiera con sus actitudes en la posible oportunidad de ser feliz.
Pasados crueles, infidelidades, depresión, personalidades psicopáticas u obsesivas, son suficientes para terminar desgastando una relación que deja huellas difíciles de borrar, que amargan el carácter y llegan a convencer de que la vida es sólo sufrimiento y de que todas las personas son enfermas.
Estar en forma permanente desconforme, a la defensiva o reprimir el malestar evitando conflictos o actos de violencia, son conductas que consumen energía y van minando la mente y el cuerpo hasta llevar a una persona a enfermarse.
En toda relación, el esfuerzo para mantenerla viva y sana tiene que ser constante por parte de los dos, porque si es uno sólo el que rema contra la corriente, el resultado es una eterna frustración.
Las relaciones humanas implican verdaderos desafíos, es como un bello edificio que con el paso de los años va perdiendo lozanía si no se hace nada para mantener su belleza original y se va derrumbando sin remedio.
El amor es un arte, dice Erich Fromm, y necesita que la persona haya logrado su identidad y la creatividad necesarias para que continúe siendo armónico, equilibrado y bello y permanezca en el tiempo.
Hay personas que no pueden evitar establecer vínculos con personas enfermas, porque de algún modo también ellas no están bien o pueden estar condicionadas por experiencias negativas de su pasado, tendiendo a recrear esas situaciones para intentar infructuosamente de resolverlas.
El peligro de una relación así es que el otro se va acomodando a esa situación patológica de a poco, en forma sutil, casi sin darse cuenta; y cuando toma conciencia y quiere tomar las riendas de su propia vida dejando de vivir con el piloto automático, comienza a sabotear su rebeldía con la creencia de que no hay esperanza, que más vale malo conocido que bueno por conocer, que no podría estar sola o solo, que peor es nada.
Lo malo es creer una cosa y hacer otra y permanecer contrariando la propia voluntad por miedo, porque de a poco, con esta actitud de cumplir con los códigos de supervivencia para evitar los enfrentamientos y la violencia, se va perdiendo la libertad y la espontaneidad.
La violencia es una forma de relacionarse que tienen algunos individuos, obligando a otros a vivir con miedo, culpa o vergüenza para lograr mantener el equilibrio.
Los violentos necesitan los conflictos para llegar al límite de la agresión y establecer así la única forma de conexión posible con el otro, la manera perversa.
Son creadores de escenas, fabuladores que inventan situaciones para generar excusas para agredir e iniciar el clima propicio para humillar y someter a sus víctimas.
Es difícil salir de una relación de estas características, cuando la energía se canaliza en tratar de resolver las cuestiones con argumentos, aunque sean válidos, porque se trata de una farsa, algo inventado para mantener el círculo vicioso, que representa una pelea y la reconciliación, por lo que es inútil tratar de convencer al enfermo de la inocencia.
Estos personajes, a veces siniestros, recurren a toda clase de estrategias para sentirse ofendidos o engañados e incluso utilizan el recuerdo de personas fallecidas que han formado parte de la vida de su pareja, para mostrarse celosos y no digno del mismo trato.
Este tipo de relación no tiene futuro feliz, ya que se trata de defectos de la personalidad que afectan todas las relaciones de un individuo y que difícilmente se modifiquen.
Es un modo patológico de establecer vínculos y no existe la posibilidad de que exista otro esquema de comportamiento alternativo.
Tal vez, con alguien que no se deje pisotear, podría ser diferente, pero lo más común es que se convierta en un vínculo tormentoso de continuas peleas, golpes y gritos por parte de los dos y se convierta en una tragedia.