Niños De La Calle
Hace algunos años, en uno de los semáforos de la ciudad de Lima se veía a una niña de aproximadamente ocho años que pedía dinero.
A cambio ofrecía un pequeño número de gimnasia: hacía unas cuantas piruetas sujetando un listón de colores.
Marco, un amigo de la universidad, movido por una mezcla de curiosidad y compasión, le preguntó un día su nombre.
Ella respondió: "Laura". La niña tomó la moneda que mi amigo le ofrecía y siguió recorriendo la fila de autos con una mano extendida para pedir dinero y con la otra moviendo el listón de colores para llamar la atención.
Tal vez este relato no te resulta extraño. De hecho, lo más normal es ver a mucha gente pidiendo dinero por las calles: niños, ancianos, minusválidos, enfermos. De vez en cuando, uno se conmueve por el hecho de verles sufrir, y trata de ayudarlos. La respuesta más rápida es una moneda.
Con ella nos quitamos el cargo de conciencia pensando que hemos hecho algo por ellos. Pero siempre hay algo más que se puede hacer. Niños como Laura, quizá no tienen oportunidad de ir a la escuela, de salir de vacaciones o de comprarse un helado. ¿Qué será de su vida? Laura seguramente tendría varios talentos. Entre ellos, me consta que poseía mucha creatividad: atraía la atención de la gente de una forma muy original para pedir dinero. También era una buena gimnasta. Quizá sólo le faltaban medios para hacer algo importante en la vida.
La mejor forma de ayudar a estos niños no es una moneda. Lo mejor es ofrecerles oportunidades, buscando que reciban educación, que no sean explotados. Hace falta entrar un poquito más en su mundo para poder darles una mano.
Marco averiguó dónde vivía Laura. Descubrió que la mamá necesitaba trabajo para que Laura pudiera volver a la escuela. Mi amigo estuvo un tiempo tratando de ayudarle a conseguir uno. Finalmente lo logró.
Cada vez que Marco pasaba por ese semáforo, no bajaba el vidrio de su auto para darle una moneda a Laura, sino para saludarla, sonreírle y darle una mano. El día que ya no la encontró, mi amigo se alegró, pues supo que la niña había regresado a la escuela.
Cuando veas un gigante, examina antes la posición del sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo. Novalis
Víctor Escalante B
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