Después que mis ojos comprobaron que ya no la veía, Después que mis oídos penetraban en vano el silencio Que sus ruidos abandonaron, Sus paseos, sus palabras, Y que la muerte me dio una impresión certera y durable de su vacío, La lluvia invadió súbitamente con su presencia nueva Mis sentidos desolados Y mi ser apoyó mi vida en sentirla. Y cuando alguien vino a hablarme de la civilización europea, En vez de la lluvia, vi los trenes de Europa y sus paisajes a los lados, Los castillos que no hay en América Y recordé el castillo de Windsor Y cuando me estiré para verlo hasta que se perdía. Pero se trataba de la fatiga de la vida, De la pérdida de su frescura religiosa, De la revolución social y de los hombres que no tienen ninguna fe Y se asoman a los ruidos confusos para discernir una voz, Y ven las nubes informes para sorprender una figura. ¿Y yo qué fe tenía? Yo hablaba de la fe y eso me hacía vivir Durante ese momento Como tenerla hacía vivir más largamente, Y en los huecos de mi pensamiento y de mis palabras Renacía la lluvia y la puerta que enmarcaba sus hilos Y el tejado enfrente de donde escurrían los chorros más gruesos. Pero hay todavía huecos Que no se abren ya sobre otra cosa distinta, Que no ven a otra lluvia, ni a más imágenes ni a más recuerdos: Hay huecos que se abren sólo a un vacío silencio De donde ella partió y donde no crece nada
JORGE CUESTA. |