Este planeta en el que vivo es pequeño y se llama “Realidad”.
Pero a veces le cambio el nombre y lo llamo “Ilusión”.
No sé cuando soy feliz... si cuando lo llamo “Realidad” o cuando lo llamo “Ilusión”.
“Realidad” es cuándo tenés miedo... pero te inventás un abrazo y le ponés su rostro, su olor, la fuerza de su cuerpo.
Es cuando la canción suena desentonada, pero te hacés la que no te das cuenta.
Cuando sos un charquito de llanto en el que flota una hoja de otoño, pero dibujas, con el dedo, un sol y una flor nueva meciéndose en el aire y poco a poco se te deshace el nudo de las tripas y la respiración se serena para hacerte retornar a las noventa pulsaciones por minuto.
“Realidad” es cuando llamás por teléfono y ningún amigo te contesta... no están o están tan ocupados que no devuelven el llamado.
Para ser sincera, cuando llaman es cuando necesitan contarte un problema y recibir una palabra de apoyo, de aliento, una frase que les aclare el pensamiento y les saque la angustia.
Pero tu angustia... ¿a quién le interesa? Aprendiste a callarte.
Para no asustar a nadie.
Para no espantarlos.
Ya sabés que no te van a dar una solución, que temen “contagiarse tus penas”, y quién sabe dónde, pero dónde... han aprendido a mostrarse interesados por lo que les ocurre a los demás... y a los pocos minutos borran, arrancan, olvidan, se vuelven amnésicos para recordar cualquier cosa que no sea su propio ombligo.
Las palabras rotas se convierten en cuchillos.
De palabras rotas y llantos no llorados están hechas las nieves de los picos más altos.
Por eso no puedo vivir siempre en el pequeño planeta “Realidad”, y doy vuelta el cartel de su nombre porque del otro lado dice “Ilusión”, y allí suena la orquesta de Tommy Dorsey tocando una canción cantada en inglés, cuya letra no puedo traducir perfectamente y se la invento como más me guste.
Y Benny Goodman me hace entornar los ojos tocando “Recuerdos de tí...”; y Romeo lee las cartas que Julieta le envió a Mantua, y ninguno de los dos se muere.
En “Ilusión” no hay desencuentros ni despedidas.
Todos llegan para quedarse.
Todos te abrazan, sonrientes.
Todos te necesitan y te quieren.
Leen en tu frente lo que estás pensando; no hay que explicarles nada... y podés recostar tu cabeza en su hombro... y él se queda quieto, así te dormís y el sueño disuelve el diamante perfecto del dolor.
Cuando en el planeta “Ilusión” llueve, el café se calienta solo en la cafetera, y aparece sobre la mesa de la cocina un álbum con fotos de toda la familia festejando navidad; las hermanitas vestidas iguales en un acto del 25 de mayo en la escuela, con moñitos en las trenzas y escarapelas redondas.
En esas fotos no falta nadie.
Nadie puede escaparse de una foto.
¿Quién querría hacerlo? ¿La abuela con olor a vainilla en las manos? ¿El tío Juan con su habano prendido y la admiración de las vecinas enamoradizas? ¿Papá del bracete con mamá toda sonrisas y luceritos en los ojos?
Cuando en el planeta “Ilusión” es de noche, él ya te está esperando en la cama para dormir abrazados.
El, que jamás te dijo que necesitaba un tiempo para poner sus ideas en orden... él, que nunca te hizo decir por su secretaria “Está en una reunión” “Dice que después la llama”,.. y vos esperaste, esperaste hasta que la espera te borró el sonido de su voz...
Él, que cada vez que estabas por dejar de quererlo, aparecía un ratito con promesas y al día siguiente barría sus huellas para que no supieras a dónde se había ido... No... no es así... lo que pasa es que me estoy confundiendo. No es fácil llorar en un planeta y que tus lágrimas hagan brotar las rosas en el otro. Que en un planeta te amen y en el otro...
Pero no puedo cambiar las cosas; fundir los dos planetas. Sé que manteniendo este orden de dicha y de dolor, sin mezclarlos, podré sobrevivir, como todos