Entre semana por lo regular a las cuatro de la tarde el andén del metro estaba tan a reventar, como un mercado de pulgas el sábado por la mañana. Los codos de la gente se golpeaban a veces con suavidad, otras con una completa y notable falta de cortesía; todo con tal de ganar algún espacio lo mas cercano posible a la llegada del tren y a la puerta del mismo.
Con su bastón para ciegos caminó entre los bolsos de mano, los portafolios y los empellones. Logró abrirse paso y llegar hasta la misma orilla del andén. La punta negra y redondeada por el desgaste acaricio varias veces la línea lisa que marca el límite seguro para los pasajeros.
La punta del bastón jugueteaba con la línea de color amarillo de brillantes azulejos, mientras su mente viajaba imaginándose que entre tanta gente nadie lo notaria, podría tratarse de un accidente común. La multitud, la cercanía al borde, la inquietud de los otros por estar cerca, la precipitada llegada del tren.