Bajo la mano blanda, sobre la piel sedosa, te estoy amando mansa, sin huesos, sin esquinas, en ansias fugitivas de dureza; es la rosa cuyos pétalos se abren, y no saben de espinas.
La piel se yuxtapone directamente al alma, los huesos desconocen esta alianza pura, y el tacto que radica suave sobre mi palma, más que de sensaciones, conversa de ternura.
Erase una vez, en un bonito lugar, una flor. Era tan bella que hasta el mar quería ir a verla. Cuando ella pasaba, los árboles se giraban, las estrellas miraban hacia abajo y los pájaros le cantaban. Fue una primavera muy bonita, nadie podía evitar mirarla. Pero un día se terminó la primavera,
sus pétalos comenzaron a caer y la flor se marchitó. Ya nadie recuerda aquella flor
excepto un niño que estuvo jugando con ella. Este niño con el paso del tiempo se hizo mayor,
todavía recuerda el aroma de aquella flor, lo bonita que era con las gotas del rocío. En su corazón todavía guarda el mensaje de aquella flor: “ Mi esencia es el sentido de mi belleza,
mis pétalos son el reflejo de mi alma. Mi esencia siempre permanecerá en ti,
pero por unos momentos necesito ser flor”. Roberto Salcedo