Te ciñes la corona de ternura
enarbolando tu cetro de locura
y, señorial, te sientas en tu trono
instalado en mi mente, sin premura.
Y me quito, sonrojándome, el sombrero
haciendo un gesto mohíno sin compás,
inclino la cabeza sobre el pecho
imitando una reverencia ¡majestad!.
Y sonríes, sabiéndote mi dueño,
¡sólo soy una plebeya más!
que, tiranamente, conquistaste mi sueño,
mi corazón, mi razón y mi lealtad.
¡Oh, Majestad¡, yo te saludo!
rey de la vida y de la mar,
¡Oh, Majestad¡, yo te saludo!
Real amor... amor real.