A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer
y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria...
Y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo,
del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino leyó un letrero que decía:
"Solo le quedan dos meses de vida"
Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo:
"Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia,
de saber y de vida con las personas que me rodean"
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró que en su interior... En lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado...
Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es; sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar...
Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión...
Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que está unida y ligada a la forma
de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior...
Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que sólo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser Él: amor, gozo, paz, bondad, reconciliación, perdón y entrega total...
Y en su mente recordó aquel proverbio que dice:
"Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuanto sufrimos por lo mucho que anhelamos"
Desconozco el autor.
César Fdo.