
EL ARPA DOMESTICADA
En la quebrada de Lungmen se levantaba hace mucho, muchísimo tiempo un árbol Kiri, que era el verdadero rey de la floresta. Su copa era tan alta que podía hablar con las estrellas, y sus raíces se hundían tan profundamente en la tierra que se mezclaban sus anillos de bronce con los del dragón de plata que dormía debajo.

Un poderoso mago hizo de este árbol un arpa maravillosa cuyo férreo espíritu sólo podía serenar el mejor de los músicos. Durante mucho tiempo, aquel instrumento formó parte del tesoro del emperador de China, pero ninguno de los músicos que habían intentado obtener una melodía de sus cuerdas lo había conseguido. Como respuesta a tanto esfuerzo, el arpa no daba más que ásperas notas de desprecio sin armonía. El arpa se negaba a reconocer un dueño.

Hasta que llegó Peiwoh, el príncipe de los arpistas. Con dedos delicados acarició el arpa como si intentara amansar a un caballo rebelde y empezó a pulsar dulcemente las cuerdas. Cantó a la naturaleza y a las estaciones ¡y todos los recuerdos del arpa despertaron¡ De nuevo, la dulce brisa de la primavera jugó entre sus ramas. Después, Peiwoh varió de tono y cantó al amor. El bosque inclinó como un ardiente muchacho perdido en sus pensamientos. El tono volvió a cambiar. Peiwoh cantó a la guerra, al entrechocar de espadas, al relinchar de caballos...

El monarca celeste, extasiado, preguntó a Peiwoh cuál era el secreto de su victoria. – Señor – contestó -, todos fracasaron porque no cantaban a otra cosa que a sí mismos. Yo he dejado que el arpa eligiera el tema y, en realidad, no sabría decir si el arpa era Peiwoh o Peiwoh era el arpa.
Autor: L. Jordá y Miquel Desclot Adaptación de una leyenda china. Revista: Mente Sana de George Bucay
Mabel


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