*El Rostro de la Navidad*
Cada Adviento tendríamos que saber convertirlo en un hermoso momento para
preguntarnos quién es Dios para nosotros.
Si Dios es Alguien que influye, que transforma, que exige en nuestras vidas;
o si, por el contrario, Dios es Alguien con el cual nos podemos permitir
cierta indiferencia.
Dice Jesús en el Evangelio de San Lucas: “No se puede servir a dos amos”.
No se puede servir a dos señores.
¿Cuáles son los otros señores? Los otros señores son a veces nuestro servicio
a las cosas materiales, en vez de a las cosas de Dios. Cuando la ley fundamental de
nuestra vida es la comodidad, ése es nuestro señor.
Cuando la ley fundamental de nuestra vida es el egoísmo, ése es nuestro señor.
Cuando nuestro corazón se cierra a los planes de Dios en nosotros, y somos nosotros
los que diseñamos los planes y luego le ponemos una etiqueta que dice ‘Dios’,
para quedarnos a gusto, ése es nuestro señor. Cuando, a lo mejor, la soberbia
es la que manda, ése es otro señor.
Y sin embargo, el profeta insiste una y otra vez: “Yo soy el Señor; y no hay otro”.
Esta insistencia nos hace ver que en verdad, Él es el único capaz de sacarnos adelante,
por muchas dificultades en las que podamos o queramos meternos.
Constantemente tenemos que decidir a qué señor queremos servir.
Pudiera ser que al analizar mi vida me dé cuenta de que vivo enredado en un montón
de situaciones frívolas, ligeras y superficiales. ¿Quiero yo servir al dios de la banalidad
o de la frivolidad?
¿Cómo podemos saber cuál es nuestro señor? ¿A qué señor quiero yo servir?
Analiza con mucha sinceridad, con mucha autenticidad quién es el que ocupa tu corazón.
Si a lo largo del día te encuentras pensando en cosas materiales, no como medio,
sino como fin, ése es tu señor. Si a lo largo del día te encuentras pensando más
en el qué dirán que en cómo servir al Señor, ése es tu señor.
Sin embargo, esto no llena el corazón, sólo lo entretiene. Y de hecho, la pregunta que
Juan el Bautista le hace a Jesús, es una pregunta que nosotros tendríamos que hacernos
muy seguido cuando nuestro corazón se inclina hacia lo intrascendente y superficial.
“¿Eres Tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”. Y si somos sinceros,
escucharemos la respuesta muy clara: “Yo no soy, yo nada más estoy aquí
para entretenerte”.
Y si le preguntamos a la moda y le preguntamos a la superficialidad y le preguntamos a
la opinión de los demás y le preguntamos al respeto humano y le preguntamos a la pereza:
“¿Eres tú el Mesías, o tengo que esperar a otro?” Si somos sinceros, escucharemos
la misma respuesta: “Yo no soy, yo estoy aquí nada más para entretenerte”.
¡Qué serio y qué fuerte es esto! Porque cuánta gente vive sólo y nada más de eso y para eso.
Y ahora que llega la Navidad, nos enredamos en la historia del arbolito y en las luces
y en los regalos y en la fiesta y en el viaje; nos enredamos en esos señores, como si ellos
fueran el Mesías.
Cada uno tendría que preguntarse con mucha sinceridad: ¿Quién es mi Mesías?
Solamente Aquél que es capaz de curar la ceguera del corazón; solamente Aquél
que es capaz de hacer caminar lo que está atorado en el alma; solamente Aquél
que es capaz de limpiar esa lepra con la que, a veces, nuestras virtudes están anidadas
sin poderse mover; solamente Aquél que es capaz de quitarnos la sordera al Espíritu Santo
en el alma; solamente Aquél que es capaz de resucitar la muerte que, a veces, está en
nuestro corazón. Solamente el que es capaz de que los ciegos vean, el que es capaz de
que los cojos anden, el que es capaz de que los leprosos queden limpios, el que es capaz de
que los sordos oigan y de que los muertos resuciten, es el Mesías.
Dichoso es aquél que es capaz de entender el rostro profundo de la Navidad, que es
el rostro de un Dios que viene a tu vida para decirnos que Él nos va a salvar.
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