Así era la vida entre los indios Onas y los Yaganes en la Tierra
del Fuego. Hasta que un día, los hombres mataron a todas las
mujeres y se pusieron las máscaras que las mujeres habían
inventado para darles terror. Solamente las niñas recién
nacidas se salvaron del exterminio.
Mientras ellas crecían, los asesinos, les decían y les repetían
que servir a los hombres, era su destino. Ellas lo creyeron y,
también lo creyeron sus hijas y las hijas de sus hijas.