19. Desertización
Los problemas que caracterizan la situación del mundo: -contaminación sin fronteras, acelerado proceso de urbanización, agotamiento de recursos naturales, etc.,- aparecen estrechamente relacionados y se potencian mutuamente en una especie de "espiral infernal" que está alterando profundamente el planeta en que vivimos. Es necesario, por tanto, considerar los efectos glocales (a la vez globales y locales) de esas alteraciones que se están produciendo, para completar así un primer diagnóstico de los problemas del planeta.
Un diagnóstico que ha llevado a la ONU, en el informe GEO-2000 de su Programa Medioambiental (UNEP), a señalar que “el presente discurrir de las cosas es insostenible y ya no es una opción posponer los remedios por más tiempo”. Y en el informe sobre los "Recursos del Planeta-2001", a alertar de un deterioro generalizado de los ecosistemas que califica de devastador, abocado a la desertización y, como justifican Lewin (1997) o Diamond (2006), a la propia desaparición de la especie humana, junto a otros muchos miles de especies (Delibes y Delibes, 2005).
Conviene plantearse este proceso de degradación para comprender la gravedad de una situación a la que hemos llegado, porque, durante demasiado tiempo, las prioridades de los seres humanos se han centrado en lo que podemos tomar de la naturaleza, sin preocuparnos del impacto de nuestras acciones. Estamos utilizando los recursos a un ritmo superior al de su regeneración (¡cuando son regenerables!) y estamos produciendo desechos a mayor ritmo que el de su absorción (¡cuando son absorbibles!). Es necesario puntualizar, sin embargo, que esto es algo que los seres humanos, en general, hemos hecho siempre: durante milenios hemos tomado todo lo que hemos podido de una naturaleza que parecía ilimitada, sin preocuparnos por los efectos de nuestras acciones. Siempre había nuevas fronteras para conquistar, nuevas tierras vírgenes. Pero este proceso se ha acelerado tremendamente en los dos últimos siglos y la naturaleza ha terminado por pasar factura de los excesos cometidos con ella (Vilches y Gil, 2003).
Ya en el año 1994, el 17 de junio, ante la gravedad de la situación y haciéndose eco de la creciente preocupación de diferentes instituciones y expertos, tuvo lugar en París la Convención de las Naciones Unidas de Lucha Contra la Desertificación en los Países Afectados por Sequía Grave o Desertificación, en Particular en África. La Convención (CNULD), que fue firmada en 1996 y ha sido ratificada por más de 190 países, señalaba en su prólogo que la desertificación y la sequía, atribuidas fundamentalmente a las actividades humanas, constituyen problemas de dimensiones mundiales, ya que sus efectos inciden en todas las regiones del mundo y que es necesario que la comunidad internacional adopte medidas conjuntas para luchar contra ella, por sus consecuencias particularmente trágicas en el continente africano. Un problema, se señala, muy relacionado con otros, como la inestabilidad política, la deforestación, el pastoreo excesivo, las malas prácticas de riego, y, muy en particular, la pobreza, las enfermedades, el hambre, el crecimiento demográfico, las migraciones, etc., cuya superación es necesaria para lograr los objetivos de un futuro sostenible.
Desde ese año, el 17 de junio se celebra el Día Mundial de la Lucha contra la Desertización y la Sequía para subrayar el hecho de que la desertificación es una preocupación con carácter global y para reafirmar la importancia que la problemática de las tierras secas tiene dentro de la agenda ambiental internacional.
Años después, Naciones Unidas, con motivo de la IV Conferencia de los Estados Parte de la Convención de la ONU contra la Desertización, celebrada en Bonn en 2000, continúa alertando de la gravedad de la situación, señalando que la desertización amenaza la vida de 1200 millones de personas en más de un centenar de países. Las tierras secas cubren más de un cuarenta por ciento de la superficie de la Tierra firme, según Kofi Annan, nos encontramos frente a “uno de los procesos de degradación ambiental más alarmante del planeta”, con pérdidas anuales de miles de millones de dólares, con riesgos para la estabilidad de las sociedades y con enormes tensiones en las zonas secas que aún no han sido degradadas. Millones de personas deberán emigrar a otras tierras donde poder sobrevivir. Los ministros de Medioambiente reunidos señalaron que la escasez de recursos, entre otras cosas, impide afrontar la lucha contra la degradación de la Tierra con perspectivas de éxito. Nuevos informes confirman que la degradación del suelo, lejos de frenarse, avanza a un ritmo de 20 millones de hectáreas al año. La desertización, causada por el deterioro de las tierras áridas y semiáridas afecta ya al 25 por ciento de la superficie del planeta, habitada por el 15 por ciento de la población mundial. El 73 por ciento de las zonas áridas de África están seriamente dañadas, proporción que en Asia alcanza el 71 por ciento, el 25 por ciento en América Latina y el Caribe y cerca del 65 por ciento en los países mediterráneos.
El último informe del Programa de Acción Nacional contra la Desertificación, del Ministerio de Medio Ambiente de España, por ejemplo, el país europeo más afectado por este proceso de erosión, es dramático. Un 6% del suelo peninsular se ha degradado de forma irreversible, a la vez que un tercio de la superficie total del territorio español sufre una tasa muy elevada de terreno desértico.
Según cálculos del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), esa pérdida de tierra cultivable o apta para el pastoreo hace que los países afectados dejen de ingresar unos 42.000 millones de dólares anuales. Aunque los países africanos son los que deben hacer frente a las mayores pérdidas, el PNUMA calcula que la desertización priva a China de 6.500 millones de dólares anuales, de unos 800 millones a Brasil y de 350 millones aproximadamente a España. Los países en desarrollo carecen, sin embargo, de recursos para combatir la desertización, de ahí el llamamiento lanzado al inaugurar la conferencia de Bonn por el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, que propuso dotar a la Convención contra la Desertización de un mecanismo de financiación que garantice la puesta en marcha de programas donde no llega la cooperación internacional y asegure una lucha contra la degradación del suelo desde todos los frentes.
La desertización, por otro lado, afecta a su vez a la salud, evidenciando de nuevo esa compleja interacción de los problemas a la que venimos haciendo referencia. Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado recientemente que la desertización representa una grave amenaza para la salud humana, pues incrementa las enfermedades respiratorias, las infecciosas, las quemaduras, la malnutrición, la inanición…
Esta degradación alcanza a otros aspectos de la biodiversidad del planeta. Es sabido que la creciente explotación intensiva, los incendios, la contaminación, afectan también a las praderas, uno de los tipos de vegetación más extendidos del mundo que cubren casi una quinta parte de la superficie continental de la Tierra: las extensas llanuras de América del Norte, las sabanas de África, las estepas rusas, son ejemplos de estos ecosistemas que sustentan miles de especies diferentes, encima y debajo del suelo, desempeñando un papel crucial en el mantenimiento del equilibrio ecológico del mundo. En este deterioro, se observa que el desierto del Sahara se extiende rápidamente hacia el sur, tragándose cada año kilómetros de praderas degradadas.
Algunos estudios también señalan que hay muy pocas cordilleras lo bastante elevadas para que puedan haber escapado al contacto demoledor de la actividad humana y muchas se enfrentan hoy a graves crisis ecológicas. La mayoría de las personas pensamos que las tierras altas están a salvo. Parecen muy distantes de la vida cotidiana, aparentemente libres de la contaminación que ha afectado a las llanuras. Pero las apariencias son engañosas y muchos hablan ya de la pérdida de las tierras altas. Y esto constituye también un gravísimo problema ya que las montañas son la clave de la criosfera, las regiones nevadas de la Tierra que reflejan el calor y lo devuelven al espacio y este “efecto albedo” ayuda a regular el calentamiento global. Además la mayor parte de los bosques del mundo se encuentran en regiones montañosas. Y las montañas son también un elemento crucial del sistema hidrológico de la Tierra actuando como enormes depósitos o torres de agua de las que gradualmente sale ésta en dirección a los ríos. Pues bien, muchas de esas grandes cordilleras están en la actualidad gravemente amenazadas. Muchos de sus bosques mueren prematuramente por la contaminación y la desecación. El Himalaya y los Andes sufren una severa deforestación por la explotación forestal y la presión poblacional. Las tierras altas de Etiopía se han convertido en desierto. El cambio climático ejerce presiones adicionales por las consecuencias del deshielo, lo que provocará condiciones de avalanchas y desprendimiento de lodos y desechos.
Pero es preciso insistir en que la desertificación puede y debe ser combatida eficazmente, con medidas como el desarrollo de la permacultura, un proyecto de creación de sistemas agrícolas estables, en respuesta al rápido crecimiento de métodos agroindustriales destructivos que se ha producido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, envenenando las aguas y los suelos y condenándolos a la desertización. Los tres ingredientes principales de la permacultura son el cuidado de la tierra, de las personas y la obtención de rendimientos justos. Persigue la creación de asentamientos humanos que no sobreexploten sus recursos y no los contaminen, contribuyendo a la sostenibilidad y haciendo frente a la degradación de los suelos cultivables. Ésa es la finalidad de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha Contra la Desertificación (CNULD), instrumento vinculante legalmente reconocido que se ocupa de los problemas de la degradación de las Tierras Secas del planeta y que tiene un carácter verdaderamente universal, con más de 190 países Partes.
Una Convección que, junto a otras medidas políticas, tecnológicas y educativas, debe jugar un papel clave en los esfuerzos mundiales para la erradicación de la pobreza, la consecución de los Objetivos del Milenio y el avance hacia la sostenibilidad.
Referencias Bibliográficas en este tema “Desertización”
DELIBES, M. y DELIBES DE CASTRO, M. (2005). La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Barcelona: Destino.
DIAMOND, J. (2006). Colapso. Barcelona: Debate
LEWIN, R. (1997). La sexta extinción. Barcelona: Tusquets Editores.
VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos de supervivencia. Madrid: Cambridge University Presss. Capítulos 3 y 10.
Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2009). «Desertización» [artículo en línea]. OEI. [Fecha de consulta: dd/mm/aa].
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Algunos enlaces de interés en este tema “Desertización”
Centro de Investigaciones sobre Desertificación, Universidad de Valencia
Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo (CCAD)
FAO, Desertificación
Ministerio de Medio Ambiente, España, Desertificación
Naciones Unidas, Conferencias y Eventos
Naciones Unidas, Convención para combatir la desertización
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo
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