El evangelio esenio de la Paz 4
"Pues el poder de los ángeles de Dios penetra en vosotros con el alimento vivo que el Señor os proporciona de su mesa real. Y cuando comáis, tened sobre vosotros al ángel del aire, y bajo vosotros al ángel del agua. Respirad larga y profundamente en todas vuestras comidas para que el ángel del aire bendiga vuestro alimento. Y masticadlo bien con vuestros dientes, para que se vuelva agua y que el ángel del agua lo convierta dentro de vuestro cuerpo en sangre. Y comed lentamente, como si fuese una oración que hicieseis al Señor. Pues en verdad os digo que el poder de Dios penetra en vosotros si coméis de tal modo en su mesa. Mientras que Satán convierte en ciénaga humeante el cuerpo de aquel a quien no descienden los ángeles del aire y del agua en sus comidas. Y el Señor no le permite permanecer por más tiempo en su mesa. Pues la mesa del Señor es como un altar, y quien come en la mesa de Dios se halla en un templo. Pues en verdad os digo que el cuerpo de los Hijos del Hombre se convierte en un templo, y sus entrañas en un altar, si cumplen los mandamientos de Dios. Por tanto, no pongáis nada sobre el altar del Señor cuando vuestro espíritu esté irritado, ni penséis de alguien con ira en el templo de Dios. Y entrad solamente en el santuario del Señor cuando sintáis en vosotros la llamada de sus ángeles, pues cuanto coméis con tristeza, o con ira, o sin deseo, se convierte en veneno en vuestro cuerpo. Pues el aliento de Satán lo corrompe todo. Poned con alegría vuestras ofrendas sobre al altar de vuestro cuerpo, y dejad que todos vuestros malos pensamientos se alejen de vosotros al recibir en vuestro cuerpo el poder de Dios procedente de su mesa. Y nunca os sentéis a la mesa de Dios antes de que él os llame por medio del ángel del apetito.
"Regocijaos, pues, siempre con los ángeles de Dios en su mesa real, pues esto complace al corazón del Señor. Y vuestra vida será larga sobre la tierra, pues el más valioso de los sirvientes de Dios os servirá todos los días: el ángel de la alegría.
"Y no olvidéis que cada séptimo día es santo y está consagrado a Dios. Durante seis días alimentad vuestro cuerpo con los dones de la Madre Terrenal, mas en el séptimo día santificad vuestro cuerpo para vuestro Padre Celestial. Y en el séptimo día no comáis ningún alimento terrenal, sino vivid tan sólo de las palabras de Dios. Y estad todo el día con los ángeles del Señor en el reino del Padre Celestial. Y en el séptimo día dejad que los ángeles de Dios levanten el reino de los cielos en vuestro cuerpo, ya que trabajasteis durante seis días en el reino de la Madre Terrenal. Y no dejéis que ningún alimento entorpezca la obra de los ángeles en vuestro cuerpo a lo largo del séptimo día. Y Dios os concederá larga vida sobre la tierra, para que tengáis vida eterna en el reino de los cielos. Pues en verdad os digo que si no conocéis más enfermedades sobre la tierra, viviréis por siempre en el reino de los cielos.
"Y Dios os enviará cada mañana el ángel de la luz de] sol para despertaros de vuestro sueño. Obedeced, por tanto, la llamada de vuestro Padre Celestial y no permanezcáis ociosos en vuestros lechos, pues los ángeles del aire y del agua ya os aguardan afuera. Y trabajad durante todo el día con los ángeles de la Madre Terrenal para que lleguéis a conocerlos a ellos y a sus obras cada vez más y mejor. Mas cuando el sol se ponga y vuestro Padre Celestial os envíe su ángel más preciado, el sueño, id a descansar y permaneced toda la noche con el ángel del sueño. Y entonces os enviará el Padre Celestial sus ángeles desconocidos para que permanezcan junto a vosotros a lo largo de la noche. Y los ángeles desconocidos del Padre Celestial os enseñarán muchas cosas sobre el reino de Dios, así como los ángeles que conocéis de la Madre Terrenal os instruyen en las cosas de su reino. Pues en verdad os digo que seréis cada noche los invitados del reino de vuestro Padre Celestial si cumplís sus mandamientos. Y cuando os despertéis por la mañana, sentiréis en vosotros el poder de los ángeles desconocidos. Y vuestro Padre Celestial os los enviará cada noche para que enriquezcan vuestro espíritu, igual que la Madre Terrenal os envía sus ángeles para que construyan vuestro cuerpo. Pues en verdad os digo que si durante el día os acoge en sus brazos vuestra Madre Terrenal, y si durante la noche os respira su beso el Padre Celestial, entonces los Hijos de los Hombres os convertiréis en los Hijos de Dios.
"Resistid de día y de noche las tentaciones de Satán. No os despertéis de noche ni durmáis de día, no os abandonen los ángeles de Dios.
"Ni tampoco os deleitéis con ninguna bebida, ni en ningún humo de Satán, que os despertarán por la noche y os harán dormir de día. Pues en verdad os digo que todas las bebidas y humos de Satán son abominaciones a los ojos de vuestro Dios.
"No cometáis putaísmo, ni de día ni de noche, pues el putañero es como un árbol cuya savia se va del tronco. Árbol que se secará antes de tiempo y no llegará a dar fruto. Por tanto, no putañeéis para que Satán no seque vuestro cuerpo y el Señor haga infructuosa vuestra semilla.
"Evitad cuanto esté demasiado caliente o demasiado frío. Pues es la voluntad de vuestra Madre Terrenal que ni el calor ti¡ el frío dañen vuestro cuerpo. Y no dejéis que vuestros cuerpos estén más calientes o más fríos del calor o del frío que les proporcionen sus ángeles. Y si cumplís los mandamientos de la Madre Terrenal, entonces en cuanto vuestro cuerpo se vuelva demasiado caliente os enviará el ángel del frescor para que os refresque, y en cuanto vuestro cuerpo esté demasiado frío os enviará el ángel del calor para calentaros de nuevo.
"Seguid el ejemplo de todos los ángeles del Padre Celestial y de la Madre Terrenal, que trabajan día y noche sin cesar en los reinos de los cielos y de la tierra. Por tanto, recibid también en vosotros mismos a los más poderosos de todos los ángeles de Dios, los ángeles de los actos, y trabajad juntos sobre el reino de Dios. Seguid el ejemplo del agua cuando corre, del viento al soplar, del sol naciente y poniente, de las plantas y los árboles en su crecer, de los animales cuando corren y retozan, de la luna creciente y menguante, de las estrellas en su ir y venir; todas estas cosas se mueven y realizan sus tareas. Porque cuanto tiene vida se mueve, y sólo lo que está muerto permanece quieto. Y Dios es el Dios de lo vivo, y Satán el de lo muerto. Servid, pues, al Dios Vivo, para que el movimiento eterno de la vida os mantenga y para que escapéis de la eterna inmovilidad de la muerte. Trabajad, pues, sin cesar para levantar el reino de Dios, de modo que no seáis arrojados al reino de Satán. Pues una alegría eterna abunda en el reino vivo de Dios, mientras que una quieta tristeza oscurece el reino de la muerte de Satán. Sed, pues, verdaderos Hijos de vuestra Madre Terrenal y de vuestro Padre Celestial, para que no caigáis en esclavos de Satán. Y vuestra Madre Terrenal y vuestro Padre Celestial os enviarán sus ángeles para que os enseñen, os amen y os sirvan. Y sus ángeles escribirán los mandamientos de Dios en vuestra cabeza, en vuestro corazón y en vuestras manos, para que conozcáis, sintáis y cumpláis los mandamientos de Dios.
"Y orad todos los días a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal, para que vuestra alma se vuelva tan perfecta corno el santo espíritu de vuestro Padre Celestial, y para que vuestro cuerpo se vuelva tan perfecto como el cuerpo de vuestra Madre Terrenal. Pues si entendéis, sentís y cumplís los mandamientos, entonces todo cuanto pidáis a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal os será concedido. Porque la sabiduría, el amor y el poder de Dios están por encima de todo.
"Orad, por tanto, del siguiente modo a vuestro Padre Celestial: "Padre nuestro que estás en los cielos, bendito sea Tu Nombre. Venga a nosotros Tu Reino. Hágase Tu Voluntad como en los cielos así en la tierra. El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos conduzcas a la tentación sino líbranos del Maligno, pues tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre. Amén".
"Y orad de¡ siguiente modo a vuestra Madre Terrenal: "Madre nuestra que estás en la tierra, bendito sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en nosotros así como en ti se hace. Igual que envías cada día a tus ángeles, envíalos también a nosotros. Perdónanos nuestros pecados, porque todos los expiamos en ti. No nos conduzcas a la enfermedad sino líbranos del mal, pues tuya es la tierra, el cuerpo y la salud. Amén."
Y todos rezaron junto a Jesús al Padre Celestial y a la Madre Terrenal.
Y después Jesús les habló así: "Igual que vuestros cuerpos han renacido por medio de los ángeles de la Madre Terrenal, que vuestro espíritu renazca de igual modo por medio de los ángeles del Padre Celestial. Convertios, pues, en verdaderos Hijos de vuestro Padre y de vuestra Madre, y en verdaderos Hermanos de los Hijos de los Hombres. Hasta ahora estuvisteis en guerra con vuestro Padre, con vuestra Madre y con vuestros Hermanos. Y habéis servido a Satán. Vivid a partir de hoy en paz con vuestro Padre Celestial, con vuestra Madre Terrenal y con vuestros Hermanos, los Hijos de los Hombres. Y luchad únicamente en contra de Satán, para que no os robe vuestra paz. A vuestro cuerpo doy la paz de vuestra Madre Terrenal, y la paz de vuestro Padre Celestial a vuestro espíritu. Y que la paz de ambos reine entre los Hijos de los Hombres.
"¡Venid a mí cuantos os sintáis hastiados y cuantos padezcáis los conflictos y las aflicciones! Pues mi paz os fortalecerá y confortará. Porque mi paz rebosa dicha. Por eso os saludo siempre de este modo: ¡La paz sea con vosotros! Saludaos siempre por tanto entre vosotros de igual manera, para que a vuestro cuerpo descienda la paz de vuestra Madre Terrenal y a vuestro espíritu la paz de vuestro Padre Celestial. Y entonces hallaréis la paz también entre vosotros, pues el reino de Dios estará en vuestro interior. Y ahora regresad entre vuestros Hermanos, con quienes hasta ahora estuvisteis en guerra, y dadles a ellos también vuestra paz. Pues felices son quienes luchan por la paz, porque hallarán la paz de Dios. Id, y no pequéis más. Y dad a todos vuestra paz, igual que yo os he dado la mía. Pues mi paz es la de Dios. La paz sea con vosotros."
Y les dejó.
Y su paz descendió sobre ellos; y con el ángel del amor en su corazón, con la sabiduría de la ley en su cabeza y con el poder del renacimiento en sus manos, se dispersaron entre los Hijos de los Hombres para llevar la luz de la paz a aquellos que luchaban en la oscuridad.
Y se separaron, deseándose unos a otros:
"LA PAZ SEA CONTiGO. ''
APÉNDICE *
A mediados del siglo IV San jerónimo comenzó a encontrar trozos de algunos manuscritos antiguos en poder de unos anacoretas que vivían en cabañas, en un valle escondido del desierto de Calkis. A medida que aprendía hebreo y arameo empezó a entender el significado de los pergaminos fragmentados, y poco a poco comenzó a reunir más. Durante los años siguientes los fue traduciendo al latín. Las enseñanzas que esos rollos contenían le afectaron profundamente. Quedó marcado para el resto de su vida porque entre ellos –que tanto le costó traducir, para lo cual tuvo que aprender dos difíciles lenguas y sacrificar toda una vida de intensa dedicación a la "vía del desierto"– estaba el Evangelio Esenio de la Paz,
Tras su muerte sus manuscritos se dispersaron, así como sus traducciones hebreas y arameas, pero muchos alcanzaron el refugio de los Archivos Vaticanos. Al siglo siguiente, en su búsqueda de la verdad, el joven San Benito tropezó en algún lugar con las traducciones de San Jerónimo, igual que muchos años antes el mismo Jerónimo tropezó con los rollos originales en su propia búsqueda de la verdad, Las enseñanzas esenias tuvieron un profundo efecto sobre el joven eremita, atormentado como estaba por el amenazador desorden mundial de la Edad Media. Inspirado por la visión de la Hermandad Esenia, Benito concibió la santa Regla, esa obra maestra de orden y simplicidad que dio lugar a un sistema monástico que a la larga salvó a la cultura occidental de la extinción durante las Edades Oscuras. Cuando Benito fundó el más famoso de sus monasterios en Monte Cassino, ciertos antiguos rollos encontraron un lugar seguro detrás de esas tranquilas paredes. Y allí durmieron en los estantes del Scriptorium, donde los monjes pacientemente copiaban pergamino tras pergamino, siglo tras siglo. Esperaron también pacientemente bajo capas de polvo en los Archivos Secretos del Vaticano. Habían sido escritos centenares de años antes por los mismos esenios, la misteriosa fuente. Fueron resucitados y traducidos en el siglo IV por San jerónimo, la corriente. Inspiraron la fundación de una Orden que salvaría a la cultura occidental de la extinción, por San Benito, el río. Y ahora estaban a punto de ser redescubiertos por mí.
Todo comenzó con un trabajo que escribí sobre San Francisco, y leí como despedida en mi último curso de enseñanza media. Se titulaba "Deja que San Francisco cante en tu corazón", y ponía en palabras mi amor y devoción por el amable ''santo pagano" que siempre había sido mi favorito. Estaba acabando mis años de estudios secundarios en un monasterio Piarista antes de salir para una universidad Unitaria. Mi madre –francesa católica– y mi padre –transilvano unitario– habían llegado a una solución pacífica en cuanto a mi educación. Mi trabajo impresionó mucho a nuestro querido director, monseñor Mondik, y en cuanto me licencié me llamó a su despacho para darme unas noticias asombrosas. Yo había dicho en el trabajo que mi mayor deseo era aprender todo lo que pudiera sobre San Francisco, y ahora él me contaba que yo había sido elegido para estudiar durante algunos meses en los Archivos Secretos y llevar a cabo precisamente eso. Mons. Mondik me dio una carta de presentación pasa su amigo de la infancia Mons. Mercati, que ahora era jefe de los Archivos. La única condición era que debería vivir en la pobreza, en la castidad y en la obediencia –justo como un monje franciscano– durante el tiempo de permanencia en Roma, lo que significaba vivir y vestir del modo más simple posible, y comer sólo pan moreno, queso, fruta y hortalizas. Por otro lado, Mons. Mondik me dijo que tendría un banquete espiritual cada día al disponer de los inagotables tesoros de las edades que se encontraban en los Archivos y en la Biblioteca del Vaticano. Desde la perspectiva actual, transcurridos muchos años, todo lo ocurrido fue que viví como un esenio para estudiar al que era la personificación misma del espíritu esenio: San Francisco. Y aunque entonces no lo sabía, pronto conocería de los esenios más que nadie en casi quinientos años (1).
Mons. Mercati, una de las personalidades más inolvidables que jamás he conocido, un amable y bondadoso sabio de ojos ardientes y una memoria sobrehumana que –se decía– abarcaba los cuarenta kilómetros de largos estantes de los Archivos. Me dijo que había leído mi trabajo, y me preguntó por qué quería yo estudiar en los Archivos. Le conté mi deseo de conocer la fuente del conocimiento de San Francisco, estudiar todo lo que había conocido el santo más original y único. La respuesta que me dio fue misteriosa y fascinante. Me dijo que San Francisco era el océano y yo debía encontrar el río que lo nutria, igual que él lo hizo. Entonces debería buscar la corriente. Y luego, si estaba afirmado en el Camino, encontraría la fuente.
Yo estaba tremendamente animado, no sólo por el reto de sus palabras, sino también por su amabilidad hacia mí, por la señorial compasión que brillaba en sus ojos y me envolvía como en un abrazo. Decidí encontrar la fuente que decía, aunque me llevara el resto de la vida. Y cuando observé bien por primera vez los Archivos Secretos del Vaticano, comencé a pensar que eso me ocuparía, o tal vez más. Había salas y corredores sin fin, docenas de subdivisiones, una habitación con más de 600 índices escritos a mano, y más de 40 kilómetros de estanterías de rollos, pergaminos, manuscritos y códices. En una esquina, había una habitación empolvada con más de 10.000 envoltorios de documentos ¡sin examinar! Pero no estaba solo en mi perplejidad. Había allí estudiantes de todo el mundo, y compartimos una fraternal atmósfera de camaradería y unión. No siempre entendíamos las lenguas de los demás, pero teníamos en común una intensa dedicación a nuestros estudios, y una inquebrantable devoción a Mons. Mercati, a quien todos queríamos.
Quizá por mi fluidez en latín y griego, quizá por mi paciente lucha con los índices polvorientos, un día Mons. Mercati me premió con otra de sus misteriosas manifestaciones: "Recuerda hijo mío que el océano latino está alimentado por el río griego, que está alimentado por la corriente aramea, que se origina en la fuente hebrea". Y me asignó un monje francés para que me ayudara en arameo y en hebreo, lenguas que no dominaba como el latín y el griego. Sus palabras iluminaron algo en mi mente, como un movimiento del ajedrez que repentinamente revela todo el juego, y poco después supe que estaba en el camino correcto.
Fue entonces cuando decidí descender por una misteriosa escalera circular que conducía a la parte más antigua de los Archivos, donde se guardaban los documentos más preciosos y antiguos. También me había fijado en una puerta siempre cerrada próxima al final del corredor inferior que conducía al despacho de Mons. Mercati, de la que sólo él tenía la llave. Pero por el momento me concentré en la mencionada parte más antigua de los Archivos, bregando corno nunca antes con cuatro lenguas arcaicas, moviéndome tanto con la intuición como con un trabajo de detective perseverante.
Cuando finalmente tuve mi primera clave real sentí una profunda satisfacción y un insaciable deseo de saber más. Fui inmediatamente a Mons. Mercati y le pedí permiso para visitar los archivos del monasterio benedictino de Monte Casino. Me lo concedió con un guiño de ojos. Su carta de recomendación para el Abad estaba fechada del día anterior. Se divirtió con mi asombro. "Ve con Dios, hijo mío. Creo que has encontrado el río."
Había encontrado el río, aunque mi primera visita a Monte Cassino no reveló la corriente. Pero después de pasar una semana en el monasterio observando el paseo de los monjes por los bosquecillos y trabajando en su huerto, comiendo su pan y los frutos todos juntos en sus comidas comunitarias, meditando en sus pequeñas celdas, cantando unidos sus bellos cánticos mañana y tarde, supe lo que tenía que encontrar en los Archivos Vaticanos, y supe dónde buscarlo.
Volví a Mons. Mercati. Reuní todo mi valor y le pedí la llave de su habitación cerrada. Hubo una larga pausa mientras sus ojos buscaron los míos, y entonces me la dio solemnemente, deseándome suerte y diciéndome que me asegurase de devolvérsela.
Entré en la habitación secreta como un antiguo iniciado debía haber entrado en la cámara secreta de la Gran Pirámide, y me abrí camino solo a través de los polvorientos manuscritos empleando todo el conocimiento –que me había costado tanto conseguir– para encontrar el camino. No transcurrió mucho tiempo hasta que encontré lo que buscaba.
Pocos días después devolví la llave a Mons. Mercati y le pedí permiso para volver a Monte Cassino. Miró mi rostro y sonrió: "Me alegro de que hayas encontrado la corriente, hijo mío. Ahora espero que encuentres la fuente". Y de nuevo me entregó una carta fechada del día anterior, esta vez pidiendo al Abad que me dejara usar las grandes vitrinas del Scriptorium.
Ahondé en los archivos de Monte Cassino como pez en el agua. El río de San Benito me llevó; me impulsó la corriente de San Jerónimo, que había descubierto en el precioso almacén de la habitación cerrada, y escudriñé versiones inéditas de Josefo, Filón y Plinio, junto a muchos otros clásicos latinos. De nuevo vi los hermosos manuscritos de San Jerónimo. Muchos de estos inapreciables trabajos se habían considerado perdidos desde hacía mucho tiempo, y yo leía y leía como en un cuento de tesoros de increíble riqueza. Averigüé que otras copias de sus trabajos existían aún entre otros monasterios benedictinos, como en la biblioteca de San Salvatore, donde permaneció por siglos una bella copia hasta que con la destrucción de la abadía llegó a la Biblioteca Laurenziana de Florencia, donde ahora se la ha catalogado como el Evangelio Amutino.
Los manuscritos originales de San Jerónimo, que se creían perdidos en el siglo V, por fortuna sobrevivieron en el monasterio benedictino de Monte Cassino y en el Vaticano. Entre estos manuscritos estaba el texto completo del Evangelio Esenio de la Paz.
Había encontrado la fuente: fragmentos hebreos del Evangelio Esenio, la versión aramea de la cual yo había leído en los estantes de la habitación cerrada de Mons. Mercati. Supe ahora la procedencia de la luz intensa que brillaba en esa figura amada, y percibí por un instante la heroica medida de su silencio. ¿Debería también yo ahora guardar silencio?
Volví al Vaticano y fui inmediatamente al despacho de Mons. Mercati, ese estudio lleno de libros que había llegado a conocer tan bien. Cuando levantó la vista, vi algo nuevo en su expresión: mezclada con su familiar mirada de sabia compasión había una indescifrable mirada casi de conmiseración, de algo compartido que él nunca había compartido con ninguna persona.
–Has encontrado la fuente –dijo en tono bajo.
–¿Cómo lo sabe? –pregunté
–Porque, hijo mío –dijo centelleándole la mirada–, tienes esa apariencia.
Y de nuevo esa extraña expresión cruzó su rostro. Vi reflejada en ella toda la sabiduría y la compasión de las edades, mezclada con el tierno humor y la participación en un secreto indeciblemente precioso. Repentinamente, las lágrimas inundaron mis ojos.
–¿Qué haré, Padre? –pregunté.
–Deja que San Francisco cante en tu corazón –susurró.
Me arrodillé y besé su mano. Él dijo sólo una palabra, la palabra en latín más corta: "I" (ve). Y me fui y nunca más le volví a ver.
Otros datos extraídos de las págs. 22, 118 y 158 del mismo libro
La Sorbona, Universidad de París, otoño de 1925, Ante sus compañeros de clase el autor lee la acostumbrada conferencia anual –que cada alumno tiene que dar– acerca de sus trabajos en los Archivos Vaticanos. La conferencia siguió los cauces habituales de publicación en multicopista para ser distribuida entre los alumnos (2), y lo mismo ocurrió con la traducción literal del arameo al francés del Evangelio Esenio de la Paz.
En 1933 aparece la traducción inglesa a partir del francés, de Purcell Weaver, la aquí presente.
En Ciudad Victoria, México, la profesora de literatura española Rita de Vargas, y el profesor de historia exilado por la reciente guerra civil española, Lacalle, realizan la primera traducción y publican El Evangelio Esenio de la Paz.
* Fragmentos de las primeras páginas del libro Search for the Ageless, vol. 1, de E. Szekely, Academy Books, 1977.