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General: EL OTOÑO DE LA VIDA
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De: VAINICA  (Mensaje original) Enviado: 31/01/2010 23:51
 
 
 
 

EL  OTOÑO  DE  LA  VIDA

Indudablemente la juventud es una edad dorada y recordada siempre

 con nostalgia. Es una breve época inolvidable, romántica, vibrante,

emotiva y feliz. Es una dichosa etapa creadora y vigorosa en la cual

 todo es fresco y novedoso, como una vaporosa nube en el firmamento

 con destellos de color de rosa. Pero... Hay que reconocer que esa

misma juventud tan alabada, tan cantada y suspirada, es también

una época llena de luchas, de preocupaciones, de negros nubarrones,

muchas veces de privaciones y nunca exenta de incertidumbres,

celos, zozobras, competencias, temores, rivalidades y ansiedades.

Es como una regata en la cual hay que estar compitiendo

constantemente para lograr un ansiado trofeo.

 EL GRAN CAMBIO

Afortunadamente tanto en la naturaleza como en los seres humanos,

 “después de la tempestad viene la calma.” Y quizá lo mejor de la

juventud... es que ya pasó. Es como una hoja que lleva suavemente la

 corriente. Lo cierto es que sin saber cuándo, ni poder definir con

 exactitud una edad determinada (para unos antes y para otros después),

 en cierto punto impreciso de la vida llega ese lapso en que todo

 aminora su marcha y se detiene, posándose suavemente, sin prisas,

dentro de nosotros mismos.

En este punto el torrente que brotaba y corría impetuoso, quizá un

 poco revuelto, se aclara hasta hacerse transparente. Y si volvemos

 la vista al horizonte veremos que el aire se torna tan puro y diáfano

que es posible ver claramente y sin obstrucciones hasta donde la

vista alcanza, más allá aun de las montañas que antes nos

 cubrían el panorama.


El cauce se transforma en una corriente de paz que se mueve

lentamente, casi sin sentirlo, hacia esa infinita grandeza, profunda e

inconmensurable, que es el final de todos los viajes y adonde van

 a parar todos los ríos: el mar.

Esta etapa, queridos amigos, es la MADUREZ. ¡Pues que sea

 bienvenida! Y no debería sorprendernos demasiado hablar

 claramente de ella y referirnos a sus características en

 términos precisos, ya que es simplemente un episodio más de la

vida, una fase de la común aventura que juntos iniciamos y hemos

compartido en este navío.

Una etapa del desfile en el cual todos marchamos Veamos:

la madurez no es exactamente el mediodía de la vida, ni la

tarde, ni la noche. Más bien yo diría que es ese impreciso

 momento que llega sigiloso con las primeras horas del día,

 abarcando esos instantes brumosos y volátiles que se disuelven

poco a poco al ser tocados por los emergentes rayos del sol:

 LA MADRUGADA.

Hay que verla como un escalón más, o quizá como el descanso más

amplio de la escalinata, y el que más satisfacciones proporciona.

 Para muchos es la época más fecunda, más plena y más

 productiva del ser humano, y ciertamente la más sólida

 y profunda.

Díganme si no: en la madurez no existe la nerviosa inquietud

 de la primavera, el calor agobiante del verano ni el frío cruel del

 invierno. La madurez es como esa estación color ocre pálido,

tibia, serena y perfecta: el otoño.

Para la mayoría de las personas de este tranquilo período de

transición, de este suave equinoccio de la vida, es la época en la cual

 el barco ha dejado de navegar en el abierto y proceloso océano y

entra en la seguridad placentera de una grande y tranquila bahía.

Los problemas económicos, en casi todos los casos, están

razonablemente resueltos, y como nuestras necesidades son menores,

nos alcanza mejor con lo que tenemos.

Ahora lo principal es tener la paz que proporciona una actitud

 serena, tranquila y contemplativa.

Y algo extraordinario:
Ahora no nos inquietan las modas ni los cambios que experimentan

las nuevas generaciones, ni nos mortifican ni afectan las nuevas

corrientes o costumbres, pues nosotros no estamos obligados a

cambiar ni a iniciar nuevas modalidades. Nuestra edad es ya

suficiente justificación para mantenernos al margen, aunque

 sin desentendernos de lo básico y lo esencial. Nosotros, mal

que bien, por lo menos llegamos a la recta final. Y eso está como

 para celebrarlo. ¡Ya la hicimos! Al llegar la madurez cesan las

 dudas y las incertidumbres. Ya no es necesario hacer tareas

 ni desvelarse estudiando, correr tras el autobús por las mañanas,

 presentar agobiantes exámenes, pasear a la novia o preocuparse

 por conseguir empleo. Definitivamente lo que íbamos a ser, ya lo somos.

Y lo que no íbamos a ser, ya no lo fuimos… ni lo seremos. No a

estas alturas. De eso no hay duda. ¿Entonces para qué

 preocuparnos? Es satisfactorio tener la certeza de que ha sido

 interesante la aventura y excitante el viaje; que ha valido la pena

haber vivido todos estos años, haber conocido los lugares y la

gente que conocimos, haber hecho lo que hicimos (o lo que no hicimos),

y haber disfrutado de lo que la vida nos brindó.


Y si en su tiempo no pudimos aprovecharlo o no supimos apreciarlo,

y desperdiciamos la oportunidad, eso ya es cosa de cada quién.

Ahora desde aquí, en el sosegado otoño de nuestra existencia,

 sonreímos con complacencia y contemplamos las cosas a

nuestro alrededor con gran satisfacción, quizá ya no con tanta

 curiosidad, pero sí con mucha más objetividad y serenidad.

Ahora bien, no se crea que en esta edad ya no existen proyectos,

 ambiciones, sueños ni afanes de superación. Claro que existen, y

 hay personas quizá más activas, dinámicas y productivas en

 esa edad que a los treinta años. Pero esas actividades no son

 compulsivas ni primordiales, ni constituyen conquistas o carreras

 de obstáculos.

¡Ahora marchamos al ritmo de nuestro propio tambor! Nadie nos

 está tomando el tiempo ni obligando a apresurarnos para llegar

 a la meta, pues para nosotros las metas principales hace tiempo

 las logramos, y hasta las rebasamos. Para los que “cruzamos

 la frontera” y estamos al otro lado, colocados sobre esta

amplia, tranquila y bien ventilada terraza, ya no hay carreras,

nerviosismos, competencias, prisas, luchas ni duelos a muerte.

Nuestro sitio está en el palco, no en el ruedo. O por lo menos,

 detrás de la barrera.


La edad de los impulsos arrebatados, pues, ya ha terminado.

Atrás quedaron angustias, zozobras, indecisiones y dudas.

¡Y qué bueno! Si esta es la madurez... pues bienvenida madurez.

HOY es aquel futuro del cual estábamos tan temerosos AYER.
Y ya ven, todo salió bien.

Después de todo... ¡aquí estamos!

Ahora, hay que aceptarlo, nos volvemos más exigentes en

 nuestros gustos, pues reclamamos libros mejor escritos, música

 más selecta, artistas y directores más talentosos, platillos mejor

 preparados, licores más finos, calzado más cómodo, conversaciones

 más trascendentes, colores menos chillantes, espectáculos mejor

 montados y postres menos empalagosos.

Pero también es cierto que nuestra mente está más abierta al

diálogo y al análisis imparcial. Y al ver las cosas con un criterio

 más amplio y definido, descubrimos que hay menos cosas

 que nos asustan o nos escandalizan, y simplemente nos hacen

sonreír con serena complacencia.

Algo importante también es comprobar que en esta edad

 ciertas convicciones se afianzan con firmeza y se definen

 con más claridad. Así vemos como la naturalidad se hace más

importante que la apariencia; la sinceridad más valiosa que la

 superficialidad; la crítica sana más deseable que el halago

 procaz; la formalidad más encomiable que la frivolidad. Y se

 reconocen como mejores, indiscutiblemente, la comodidad que

 la elegancia, la cordialidad que la etiqueta rigurosa, y la

sencillez que la ostentación.
Hay que mantenernos activos, con la mente alerta y el

 espíritu inquisitivo. No nos entreguemos a la molicie. Hay que estar al

día y enterados de los avances de la ciencia, las artes, la técnica

 y la computación.

¡No hay que quedarnos rezagados!

La conclusión entonces es que, como en la madurez ya no hacemos

 planes a largo plazo (ni debemos), es necesario que se empiecen

 a ver YA los resultados de todo aquello para lo que antes

 trabajamos, planeamos, ahorramos y nos preparamos a

 lo largo de la vida.

Ya no hay que seguir posponiendo más las cosas, ni hacer planes

 inalcanzables “para el futuro,” pues para nosotros, óiganlo bien...

El futuro ya está aquí. ¡El tiempo apremia!

De manera que ya no esperen más. Mientras gocen de relativa

 buena salud y puedan moverse fácilmente todavía; mientras

 puedan comer y beber de todo y disfrutar de los atractivos de

 la vida, aprevéchenlos. Abran ya sus botellas de coñac francés

y usen sus vajillas de Bavaria y sus cubiertos de plata, pues

 ¿para cuándo los están guardando? Podría meterse un ladrón

 y vaciarles la casa, ¿y de qué les sirvió haber guardado todo

 por tanto tiempo?

Que no tengamos que decir después “Qué temprano se nos hizo

 tarde” Tampoco esperen ya ningún mañana brillante y glorioso,

 singular y perfecto. Si iban a comprarse “algún día” una lancha,

 una moto, un camper, una cámara digital, una computadora, y

 pueden hacerlo (y les gusta), ¡pues cómprensela ya! Este

es el momento preciso, no pierdan tiempo.

Y si estuvieron haciendo planes toda la vida para realizar

algún viaje a Europa, a las Cataratas del Iguazú, a Hawaii,

 a Alaska, a China o a la Patagonia, pues antes de que otra

cosa suceda, como una devaluación, una operación, o un infarto..

.¡VÁYANSE YA! ¿Qué esperan?

Finalmente, y como lo dije antes, reafirmo la misma observación:

 tal vez en la madurez ya no tengamos la misma curiosidad,

 la misma inventiva, la fogosidad, el entusiasmo, el arrebato ni

la tenacidad de antes, pero en cambio adquirimos otras

cualidades igualmente valiosas: razonamos mejor, nos

tornamos más conocedores y en cierta forma somos más astutos y

exigentes.

También nos volvemos más serenos, caviloso y prudentes,

y aun indiferentes y “olvidadizos” cuando es necesario

 (o nos conviene). Pero sobre todo estamos más seguros

(tan seguros como nunca) de lo que queremos.

Y algo muy importante: obtenemos muchas más satisfacciones

 —sorprende el descubrirlo— proveniente de la dicha que irradian

 los seres queridos que nos rodean, y con la cual nos inundan

 quizá sin siquiera saberlo o darse cuenta.

O sea que somos más felices entre más podemos percibir

 el cariño de los nuestros y compartirlo con los demás. Es como

 deslizarnos suavemente sobre la superficie de un plácido lago.
Sea como sea, en términos generales, la sensación de paz que

 esta edad trae aparejada consigo es maravillosa y no tiene

 comparación con nada. Y se descubre cuando ya nos está

inundando por todos lados, cuando estamos inmersos en ella

 casi sin darnos cuenta.

En lo personal, y por lo que a mi respecta, ciertamente descubrir

 el arribo de la madurez me ha fascinado y me llena de gozo.

 Estoy gratamente impresionado. ¡Nunca imaginé que fuera así!

 Con inusitado asombro descubro día a día nuevas sorpresas y

 satisfaccionesque nunca soñé que existieran. Al sentirnos

 en paz con los demás y con nosotros mismos, recordamos

 la sabia reflexión de Amado Nervo, quien lo resumió así:

“Vida: nada me debes. Vida: nada te debo. Vida: estamos en paz.”

 
(Texto de la red)

 

 

 

 

 *Fondo por Vainica* 



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