Fue un dulce anochecer. Se adivinaba
por su rumor, bajo la peña, el río,
y la mano del viento preludiaba
un aria triste en el pinar sombrío.
Como una bruma de melancolía,
no sé qué dulce calma bienhechora
pasó rozando con el alma mía...Tú que en mí estás, mujer, a toda hora,
¡nunca has estado en mí como aquel día!...
Quise gritar mi pena.
y ante la soledad de los caminos
alfombrados de luna y la serena
quietud de muerte de la noche, llena
de olor de flores y rumor de pinos,
«¡La quiero!...», dije con fervor sincero.
«¡La quiero!...», repetí, y el aire blando,
con un rodar de voces fue gritando
desde la sierra hasta el pinar: «¡La quiero!
Callé y calló la noche. El alma mía
volvió a encerrarse en la melancolía
de este secreto amor hondo y austero,
que nadie sabe y del que nada espero...
¡Sólo lo supo el agua que corría
y una flor desvelada, que tenía
(José María Pemán)