Amarás al ejercicio físico como a ti mismo.
Un rato de gimnasia, una caminata razonable, dentro o
fuera de casa. Contra inercia, diligencia.
Evitarás actitudes y gestos de viejo derrumbado.
La cabeza gacha, la espalda encorvada, los pies
arrastrándose, no.
Que la gente diga un piropo cuando pases.
No hablarás de tu vejez ni te quejarás de tus achaques.
Acabarás por creerte más viejo y más enfermo de lo que en
realidad estás y te harán el vacío.
Nadie quiere estar oyendo historias de hospital.
Deja de autollamarte viejo y considerarte enfermo.
Cultivarás el optimismo sobre todas las cosas.
Al mal tiempo buena cara, sé positivo en los juicios, de buen
humor en las palabras, alegre de rostro, amable en los
ademanes.
Se tiene la edad que se ejerce.
La vejéz no es una cuestión de años sino de estado de ánimo.
Tratarás de ser útil a ti mismo y a los demás.
No eres un parásito ni una rama desgajada voluntariamente del
árbol de la vida.
Bástate hasta donde sea posible y ayuda con una sonrisa,
con un consejo, un servicio.
Trabajarás con tu mano y con tu mente.
El trabajo es una terapia infalible, cualquier actitud laboral,
intelectual, artística.
Medicina para todos los males, la bendición del trabajo.
Mantendrás vivas y cordiales las relaciones humanas.
Desde luego las que se anudan dentro del hogar,
integrándose a todos los miembros de la familia: ahí tienen
la oportunidad de convivir con todas las edades, niños,
jóvenes y adultos, el perfecto muestrario de la vida: luego
ensancharás tu corazón a los amigos, con tal que los
amigos no sean viejos como tú.
Huye del bazar de antigüedades.
No pensarás que todo tiempo pasado fue mejor.
Deja de estar condenando a tu mundo y maldiciendo tu
momento. Alégrate de que, entre las espinas, florecen las
rosas. Positivo siempre, negativo, jamás.
El anciano debiera ser como la luna, un cuerpo opaco,
destinado a dar luz.