¿Qué deseamos nosotros? El placer, la alegría, la felicidad.
Las tres cosas van unidas, o mejor: ninguna es nada sin las
demás ¿Ser feliz? Es disfrutar y regocijarse, y que dure,
dure, dure... ¿Y cómo es que resulta tan difícil? Es lo
que debemos comprender para que no sea del todo imposible.
¿Qué es el deseo? Podemos imaginarlo de dos maneras
distintas: como carencia o como fuerza. De ahí dos filosofías
opuestas, entre las cuales no dejamos de oscilar.
Ambas son verdaderas.
La ambivalencia es lo propio del hombre.
Primero, pues, la carencia. Es el deseo según Platón.
Es el deseo según Sartre. Es el deseo según cualquiera:
el deseo ávido, voraz, devorador.
¿Qué deseamos? Aquello que no tenemos.
Aquello que nos falta. “El hombre es fundamentalmente
deseo de ser”, escribe Sartre en El ser y la nada, y
“el deseo es carencia”. Es lo que nos condena a la nada:
el hombre es el único ser que se define como “carencia de ser”.
El único ser que carece de sí mismo y de todo.
Es el deseo mismo. Es el hombre mismo. Solamente deseamos,
decía Platón, “lo que no es actual ni presente”. Y dando en el clavo:
“Lo que no tenemos, lo que no somos, aquello de lo que
carecemos, he aquí los objetos del deseo y del amor”.
Ésa es la experiencia de todos. ¿Cómo no desear lo que
nos falta? ¿Cómo desear lo que no nos falta?
Y ésta es la desgracia de todos, o al menos lo que
no separa de la felicidad dentro del propio movimiento
que la persigue.
¿Qué es, de hecho, ser feliz? Es tener lo que deseamos.
Pero si el deseo es carencia, yo sólo deseo, por definición,
lo que no tengo. ¿Cómo podría ser feliz?
¿Cómo podría tener lo que deseo, puesto que sólo lo
deseo en tanto que me falta, en tanto que no lo tengo?
“¡Qué feliz sería si tuviera trabajo!”, se dice el parado.
Y aquel que lo tiene: “¡Qué feliz sería si ganara la lotería,
si pudiera dejar de trabajar!”. La falta de trabajo es
una desgracia. Pero cuando el trabajo ya no falta,
¿quién no desea el descanso, las vacaciones, la libertad?
Todos deseamos lo que no tenemos, a eso lo llamamos
el deseo. Por ello deseamos la felicidad y por ello
huye de nosotros. Woody Allen dijo lo esencial en una frase:
“¡Qué feliz sería si fuera feliz!”. ¿Cómo podría serlo,
puesto que espera llegar a ser feliz?
Cuando deseamos lo que no tenemos, sufrimos por esa
carencia; y en cuanto tenemos algo ya no lo deseamos,
y nos aburrimos. Aquí pasamos de Platón a Schopenhauer.
O de Proust a Proust. Albertina presente, Albertina
desaparecida… Cuando ella no está aquí, él sufre de una
manera atroz: está dispuesto a todo para que ella regrese.
Cuando ella está aquí, él se aburre: está dispuesto a todo
para que se vaya o para reemplazarla por otra…
Esto es verdad en todos los campos. ¿Quién no desea
preferentemente el dinero que no tiene, la casa que no
tiene, el hombre o la mujer que no tiene?
¿El amor es una excepción? Tal vez, cuando es feliz o
mientras lo es.
Pero ¿quién no ve que la carencia es la regla?
“Mientras permanece alejado el objeto de nuestros
deseos –escribía ya Lucrecia- nos parece superior a
todo lo demás; una vez nuestro, deseamos otra cosa, y la
misma sed de la vida nos tiene siempre en vilo.”
Y Schopenhauer: “De esta manera toda nuestra vida oscila,
como un péndulo, de derecha a izquierda, del sufrimiento
al aburrimiento”. Sufrimiento por no tener lo que deseamos,
aburrimiento por tener lo que ya no deseamos más…
¡Qué fácil es el amor! ¡Qué difícil es la pareja!
Desear el alimento que no tenemos es tener hambre, y
es un sufrimiento. Desear el alimento que tenemos, el que
no falta, es comer con buen apetito: es un acto, y
es un placer.
Debemos desear lo que nos falta, y sufrir.
O bien desear lo que existe, y disfrutar de ello.
Este sufrimiento es amor. Esta alegría es amor. Pero son dos
amores distintos: el amor según Platón (la pasión, la carencia:
eros), el amor según Spinoza (la acción, la alegría: philia).
No nos apresuremos demasiado en elegir uno u otro.
Ambos deben ser vividos, y a veces simultáneamente.
Ambos nos iluminan.
Pero uno acerca de la nada que nos retiene.
El otro acerca de lo real a lo que estamos sujetos.
Por ello no hay amor dichoso, mientras amemos
solamente aquello que nos falta, ni dicha sin amor
cuando disfrutamos de lo que existe.
¿Qué es lo que debemos comprender?
Que lo real no falta nunca. Por ello la felicidad de desear,
que es amor, vale más que el deseo de la felicidad,
que sólo es esperanza.
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