Sé que en la tarde de un día cualquiera el sol me dirá su último adiós, con su mano
ya violeta, desde el recodo de occidente.
Como siempre, habré musitado una canción,
habré mirado una muchacha, habré visto el cielo con nubes a través del árbol que se asoma a mi ventana...
Los pastores tocarán sus flautas a la sombra de las higueras, los corderos triscarán en la
verde ladera que cae suavemente hacia el río; el humo subirá sobre la casa de mi vecino...
Y no sabré que es por última vez...
Pero te ruego, Señor: ¿podría saber, antes de abandonarla, por qué esta tierra me tuvo entre
sus brazos? Y ¿qué me quiso decir la noche con sus estrellas, y mi corazón, qué me quiso decir mi corazón?
Antes de partir quiero demorarme un momento, con el pie en el estribo, para acabar la
melodía que vine a cantar. ¡Quiero que la lámpara esté encendida para ver tu rostro, Señor!
Y quiero un ramo de flores para llevártelo, Señor, sencillamente
(R. Tagore)