Me lo comtaron ayer las lenguas de doble filo, que te casaste hace un mes... Y me quedé tan tranquilo. Otro cualquiera, en mi caso, se hubiera echado a llorar; yo, cruzándome de brazos, dije que me daba igual. Nada de pegarme un tiro, ni de enredarme a maldiciones, ni de apedrear con suspiros los vidrios de tus balcones. ¿Que te has casado? ¡Buena suerte! Vive cien años contenta y a la hora de la muerte Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los altares mi nombre se te borró, por la gloria de mi madre que no te guardo rencor. Porque sin ser tu marido ni tu novio, ni tu amante, yo soy quien más te ha querido: ¡con eso tienes bastante!
-- ¿Qué tiene el niño, Malena? Anda como trastornado; le encuentro cara de pena y el colorcillo quebrao. Y ya no juega a la tropa, ni tira piedras al río, ni se destroza la ropa subiéndose a coger nidos. ¿No te parece a ti extraño? ¿No es una cosa muy rara que un chaval con doce años lleve tan triste la cara? Mira que soy perro viejo, y estás demasiado tranquila. ¿Quieres que te dé un consejo? Vigila, mujer, vigila...
Y fueron dos centinelas los ojillos de mi madre. -- Cuando sale de la escuela se va pa los olivares. -- ¿Y qué busca allí? -- Una niña: tendrá el mismo tiempo que él. José Miguel no le riñas, que está empezando a querer. Mi padre encendió un pitillo, se enteró bien de tu nombre, y te compró unos zarcillos, y a mí, un pantalón de hombre. Yo no te dije "te adoro", pero amarré a tu balcón mi lazo de seda y oro de primera comunión. Y tú, fina y orgullosa, me ofreciste en recompensa dos cintas color de rosa que engalanaban tus trenzas.
-- Voy a misa con mis primos. -- Bueno; te veré en la ermita. ¡Y qué serios nos pusimos al darnos agua bendita! Mas, luego, en el campanario, cuando rompimos a hablar: dice mi tí Rosario que la cigüeña es sagrá... Y el colorín y la fuente, y las flores, y el rocío, y aquel torito valiente que está bebiendo en el río.
Y el bronce de esta campana, y el romero de los montes, y aquella raya lejana que le llaman horizonte. ¡Todo es sagrao! Tierra y cielo, porque too lo hizo Dios. -- ¿Qué te gusta más? -- Tu pelo. ¡Qué bonito le salió! Pues, y tu boca, y tus brazos, y tus manos redonditas, y tus pies, fingiendo el paso de las palomas zuritas.
Con la blancura de un copo de nieve te comparé. Te revestí de piropos de la cabeza a los pies. A la vuelta te hice un ramo de pitiminí precioso, y luego nos retratamos en el agüita del pozo. Y hablando de estas pamplinas que inventan las criaturas, llegamos hasta la esquina cogidos de la cintura. Yo te pregunté: -- ¿En qué piensas? Tú dijiste: -- En darte un beso. Y yo sentí una vergüenza que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna, nos vimos en la ventana. -- Mi hermanito está en la cuna; le estoy cantando la nana. "Quítate de la esquina, chiquito loco, que mi padre no te quiere ni yo tampoco". Y mientras que tú cantabas, yo inocente, me pensé que la nana nos casaba como a marido y mujer. ¡Pamplinas, figuraciones que se inventan los chavales! Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales...
Por eso yo, al enterarme que estabas un mes casá, no dije que iba a matarme sino... ¡que me daba igual! Mas, como es rico tu dueño, te brindo esta profecía; tú, cada noche, entre sueños, soñarás que me querías, y recordarás la tarde que tu boca me besó y te llamarás ¡cobarde! como te lo llamo yo. Y verás, sueña, que sueña, que me morí siendo chico y se llevó una cigüeña mi corazón en el pico...
Pensarás: No es cierto nada; yo sé que lo estoy soñando. Pero allá a la madrugada te despertarás llorando por el que no es tu marío ni tu novio, ni tu amante, sino... ¡el que más te ha querío! ¡Con eso tienes bastante...