Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo con un burro que ofrecía en venta.
El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor del animal.
Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y venta de burros.
–No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio más bajo posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución alguna. Sin embargo, no puedo igualar sus precios.
–Muy sencillo –dijo Nasrudín–. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo burros.