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Sola, de pie sobre su alma…
La voz espera sola de pie sobre su alma calmar la sed, rodar en multitud llenar el mundo, bajar a los barrancos de la noche; hacerse inmensamente piel inmensamente grito estampido de la inmensidad en el embalse de las precipitaciones.
La voz espera sola de pie sobre su alma avanzar en el bosque del recuerdo en la prolongación de la huella sorber la longitud, sembrar de transcursos, de almas florecidas y fragantes los espacios de luz bajo un verde sosegado de luciérnagas, con el conjuro del cielo destilado por donde salen sin temor las palabras que no han muerto y los mendigos del crepúsculo vagan en inconmensurable éxodo con sus chaquetas vencidas por el paso del domingo buscando caridad en los portales que calan la penumbra.
La voz espera sola de pie sobre su alma regando en los contornos de la perpetuidad la rosa del día con sus pétalos de luz abriendo el abanico de los labios, el impulso de los ojos hacia la ventana de la tarde en que la dama de todos los retratos pasea los cachorros del amor por la vereda azul del agua de los tiempos.
La voz espera sola de pie sobre su alma estremecerse sin mentir, librar el timbre atesorado en el bargueño de su soledad, en el corazón de los relojes, en el derecho de habitar de nuevo los ríos caudalosos de las viejas tertulias, de hurgar en los arcones repletos de galápagos anudando la lentitud en el andar de la palabra predicha en los tranquilos aposentos de la anuencia.
La voz espera sola de pie sobre su alma, abrir el corazón al murmullo de los árboles cantándole al compás de los balcones, desplegados fantasmas de cortinas blancas que ondulan con la brisa que preludia el otoño; con un timbre imprevisto, con la solemnidad del evangelio y de las preces cayendo en el presagio: agrietada visión por el ojo del destino.
La voz espera sola de pie sobre su alma la plaza boquiabierta que reciba sus palomas en la fuente amena y rigurosa injertada a un chorro de esperanza, a la intemperie de la estatua con el índice roto que señala el derrotero por donde parte la calle sin la sonrisa con el lejano fulgor de las vitrinas del verano atadas a sus playas de soles implacables.
La voz espera sola de pie sobre su alma presionar el botón que encienda la jornada, espantar los restos de las murmuraciones y avistar el silencio dormido en la cuna de la aurora.
Espera la voz, espera siempre ahuyentar el desastre de todos los destierros, encontrar lo que queda de la diástole lo que cae sin ser visto desde las estrellas hundir su brazo de de jaspe en el estanque de las horas dragar los impulsos de las evocaciones…
…pero en la elipsis el destiempo no tiene piedad de los que sufren…
las ramas de los ojos se descuelgan por el frontispicio de las hojas y una mano de aposentos vacíos
se desangra...
Autor
Maria Eugenia Caseiro
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