Muchas veces donde las palabras fallan, la
imaginación es la que vence.
Si sientes ansiedad y miedo, este ejercicio de Rachel Charles
te puede ayudar muchísimo.
Tómate unos instantes para recordar algún momento en el que te
sintieras profundamente turbado o avergonzado
frente a otras personas.
Recrea el evento con los ojos de tu mente y, una vez más, analiza la
situación, las personas presentes y, en particular,
el individuo que te hizo sufrir.
¿Qué edad tenías entonces?
¿Qué habías hecho (o dejado de hacer) y qué te dijeron después?
¿Cómo reaccionaron los otros?
¿Cuál fue tu respuesta?
¿Qué sucedió a continuación?
¿Tomaste alguna decisión que te permitiera evitar ese dolor en el futuro?
¿Cómo te limita ahora esa decisión?
Afírmate que ya no eres tan joven ni inexperto; ahora puedes
enfrentar el problema de forma completamente distinta.
Evoca de nuevo la situación y visualízate como eras entonces, pero
esta vez también inclúyete en la imagen con tu
aspecto y edad actuales.
Dile a tu “Yo” más joven que ahora el que manda eres tú;
agradécele haber reaccionado del mejor modo posible en ese
momento y haber cuidado de ti, pero aclárale que
la responsabilidad ahora es tuya.
Vuelve a evocar el diálogo en tu imaginación,
pero esta vez desde
una perspectiva en la que demuestres sentirte perfectamente
a gusto contigo mismo: deja de lado el papel de víctima.
Di ahora lo que hubieras querido decir entonces; por ejemplo,
que se trató de un error inocente, que has aprendido de él, que no
había necesidad de hacerlo público, y pide una disculpa.
¿Cómo responde la persona esta vez?
¿Cuál es la reacción del resto de los presentes?
¿Cómo te sientes en este momento?
Tal vez necesites repetir el diálogo varias veces hasta verte seguro,
al mando de la situación, y negándote a que te achaquen las
cosas a ti o te tomen como ejemplo.
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