Danzando un milenario rito
donde los cielos son más puros,
un ángel desde el infinito
ve la emboscada sobre el Yuro.
Y oye el telúrico alarido
que hace vibrar la cordillera,
cuando en la espalda del caído
sueñan las alas de la era.
Dejando un surco luminoso
por sobre Memphis, Tennessee,
pasó volando presuroso
un ser alado en frenesí.
Iba vistiéndose de luto,
iba llorando el querubín
e iba contando los minutos
de Dios y Martin Luther King.
El ángel pasa bajo un puente,
después rodea un rascacielos.
Parque Central, lleno de gente,
no se da cuenta de su vuelo.
Cuánta utopía será rota y cuanto
de imaginación cuando a la
puerta del Dakota las balas
derriben a John.
Septiembre aúlla todavía su
doble saldo escalofriante
todo sucede un mismo día
gracias a un odio semejante.
Y el mismo ángel que allá en Chile
vio bombardear al presidente,
ve las dos torres con sus miles
cayendo inolvidablemente.
Desesperados, los querubes
toman los cielos de la tierra
y con sus lápices de nubes
pintan adioses a las guerras.
El mundo llena los balcones
y exclama al fin: esta es mi lucha,
pero el señor de los cañones
no mira al cielo ni lo escucha.
Pobres los ángeles urgentes
que nunca llegan a salvarnos.
¿Será que son incompetentes
o que no hay forma de ayudarnos?
Para evitarles más dolores y
cuentas del psicoanalista,
seamos un tilín mejores
y mucho menos egoístas.
Silvio Rodríguez
De La Red