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Vida Abundante
Fonte: http://www.richardsimonetti.com.br/pinga_fogo
Libro: El Destino en Sus Manos
Richard Simonetti
Cuando niño, cuenta el escritor Tretas Whitman,
vivía en una aldea de la Nueva Escocia, en Canadá.
Cierta hecha una señora, madre de familia, murió.
El marido, alcoólatra irresponsable, cuidaba pésimamente de los hijos.
Pasaban hasta hambre!
Compadecida de aquella situación, piadosa mujer resolvió ayudar.
Con autorización paterna, llevó el niño más débil y enfermo para su casa.
Mirradinho y sufrido, la vida parecía borrarse en él.
Sombrías perspectivas…
La madre adoptiva era viuda, pobre e inculta,
mezcla precaria para la heroica empreitada de salvar el sufrido niño.
No obstante, poseía el más importante – amor y energía suficientes
para superar cualquier limitación.
En poco tiempo ocurrió el milagro:
El niño literalmente comenzó a desabrochar,
cuerpo y espíritu sostenidos por el cariño de aquel tierno
corazón de mujer.
Pero aún había una dificultad.
Algo entorpecía su crecimiento como ser humano.
Algo lo perturbaba.
Es que, extraño y muy tímido, los niños de la redondeza poca atención le daban.
Peor – mofaban de él!
Un día su madre adoptiva encontró la garotada jugueteando, mientras el hijo, discriminado, choramingava en un canto.
Le recomendó que fuera hacia casa.
Enseguida, habló con los niños:
– En este exacto momento está siendo decidido si mi niño será alguien o no.
Estoy haciendo todo por él.
Pero, cada vez que consigo empujarlo un bocadinho para frente,
vosotros lo mandan de vuelta! No quieren que él viva?!
Que crezca, que sea fuerte y feliz?!
La chiquillería a miraba, aturdida. Jamás alguien les hube hablado así!
Uno de los chicos le preguntó lo que quería que hicieran.
– Conversen con él!
Jugueteen! No lo dejen de lado!
Por favor, ayúdenme!
Comenta Whitman que nunca olvidó el episodio.
Fue su primer contacto con algo asombroso:
Todos poseemos el poder de edificar o destruir las personas de
nuestra convivencia. Nos influenciamos unos a los otros como el
sol y la helada sobre un campo verde.
Eso ocurre todo el tiempo, permanentemente.
***
Hay personas con el ingenio infeliz de sugerir una existencia sin finalidad ni esperanza.
Son severas y frías.
Matan el sueño, paralizan la esperanza y mutilan la alegría.
El marido que mofa de los esfuerzos de la mujer para aprender a cocinar:
– Está horrible!
Usted no va a aprender nunca!
Por qué no desiste?!
La mujer que critica acremente el marido desempleado:
– Usted no tiene modo!
Es un fracasado congénito.
Le falta un mínimo de iniciativa!
No presta para nada!
El profesor que se detiene en comentarios mordazes al alumno:
– Su redacción está horrible.
Falta contenido.
Hay errores primarios, letra de debilóide.
Será que tendré que abrir su cabeza para usted aprender?!
Esos agentes del pesimismo y de la mala gana proyectan horizontes sombríos. Delante de ellos nos sentimos incompetentes para enfrentar la vida,
menores y menos capaces que juzgábamos.
Somos dominados por el miedo, paralizados en nuestras iniciativas,
conducidos a la inercia.
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Pero hay también personas maravillosas e inolvidables que donan vida.
Con ellas crecemos y nos renovamos.
Transmiten poderoso energía.
Los estimulan a perfeccionar todo lo que somos y lo que podemos ser.
Tretas Whitman cita el teatrólogo Edward Sheldon, figura legendaria en
los escenarios de Nueva York, en el fin del siglo pasado.
Era un hombre así.
Tenía el don de donar vida!
A los treinta años fue atacado por una artritis progresiva,
tan terrible que lo paralizó por completo y acabó por hacerlo invidente.
Normalmente, un enfermo en tan desoladora situación me quedaría
entregue la una existencia vegetativa, ansiando por la muerte.
Pero en Sheldon había mucho amor a la vida!
Tanto amor que transformó su provação en glorioso ensejo para transmitir
preciosa lección:
Es posible enfrentar con serenidad y coraje la adversidad,
por más terrible nos parezca.
Atraídos por aquel espíritu indômito, dispuesto a vivir aunque,
aparentemente,
sólo le restara morir, muchos lo visitaban, en peregrinación constante.
Sheldon a todos escuchaba con absoluta atención, interesado, animador.
Censuraba, cuando necesario.
Sufría con las tristezas de los visitantes, se alegraba con sus menores alegrías…
Pero, sobre todo, exigía de ellos el mejor de que eran capaces,
enseñándolos a amar la vida y a vivir intensamente, haciendo el mejor.
Alguien dijo a su respeto:
– Salíamos revigorados y estimulados del cuarto de Sheldon,
con cien nuevos caminos abiertos al espíritu y la tranqüila certeza de
que disponíamos de tiempo infinito que llegaba para recorrer a todos.
Grandiosas perspectivas se abrían para nosotros, bajo inspiración
de aquel hombre admirable.
Personas así, los libran del ceticismo, del enfado, del desinterés.
Derrumban la apatía que toma cuenta de nosotros con el pasar del tiempo.
Son bendecidas!
***
Ciertamente todos deseamos ser así.
Donantes de vida!
Como se consigue ese don divino?
Bien, mi caro lector, es elemental que nadie puede dar lo que no posee.
Para que podamos donar vida es preciso, ante todo,
que a produzcamos en abundncia. Que a tengamos en nosotros!
Que cultivemos entusiasmo, iniciativa, capacidad de realización,
vibración positiva vuelta hacia el Bien, alegría de vivir!
Y como inundar de vida nuestro espíritu?
La respuesta está en el capítulo décimo de los apuntes del evangelista João.
Palabras de Jesus: Vine para que tengáis vida y vida en abundncia.
Supremo donante de bendiciones, Jesus nos ofrece con la poesía de
sus lecciones y la sublimidade de sus ejemplos,
los recursos para que la vida brote
en nosotros y se derrame sobre aquellos que nos rodean.
***
Curiosamente, no obstante las indicaciones claras, los ejemplos
objetivos de Jesus, raros conquistan la vida abundante.
Por quê?
Tal vez sea un problema de brújula…
Sí, es preciso verificar cual estamos usando para encontrar los
manantiales deseados.
Generalmente usamos aquella cuyo puntero está vuelto
para nosotros mismos.
Es la brújula del egoísmo. Acostumbrados a orientar nuestras
acciones por la óptica de los intereses personales, casi siempre nos
preocupamos con lo que podamos recibir en favor de nuestro bienestar.
Pensamos mucho en los deberes del prójimo en relación a nosotros.
Raramente meditamos de nuestras obligaciones delante de él.
Cuando cristalizamos esa tendencia la vida marchita donde pisamos.
El marido que critica la esposa con problemas en la cocina, está
defendiendo su paladar. La mujer que agrede el marido desempleado,
piensa en su seguridad.
El profesor que humilla el alumno en dificultad, disfraza la propia
incompetencia.
Es preciso usar la brújula correcta.
Aquella que apunta en otra dirección:
El prójimo.
Teniendo suficiente justificación para mil frustraciones, Sheldon prefería
preocuparse con los problemas ajenos, distribuyendo optimismo y coraje,
minimizando sus propios sufrimientos y viviendo en plenitud.
Por eso era un donante de vida, aunque, aparentemente,
la vida fuera tan escasa en él.
***
Así es el cristiano auténtico, aquel que hace del empeño de servir su ideal,
su meta, su alegría.
Donándose, distribuí vida, reanima los combalidos,
incentiva los luchadores,
consola los afligidos, ampara los débiles, cuida de los enfermos,
hace siempre el mejor!
Y mientras más vida distribuye, más ella brota en su espíritu,
estuante y gloriosa!
Vida en abundncia!
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