La navidad significa que Dios no vino al mundo como un adulto, sino que nació como un niño débil y desamparado, del vientre de una mujer. El niño requiere de la ayuda de su madre y de su padre, recibe amor, dedicación y ternura, y así crece lentamente; no debemos acercarnos a los niños haciendo ruido, sólo quien guarda silencio puede acceder a su ser y su secreto.
Tú no puedes hablar a Dios en un tono alto, sino con una voz suave y tierna, como cuando uno se dirige a un niño. A un niño no es necesario darle discursos inteligentes, solamente debes hacer uso de palabras que provengan del corazón; así pues, sólo encontrarás a Dios cuando le abras tu corazón.
Los niños tienen la capacidad de asombrarse, ya que están abiertos a las cosas nuevas y desean saber, por su cuenta, qué es la vida; no confían solamente en los demás; se aventuran y pueden olvidarse de sí a través del juego. Ellos pueden alegrarse de todo corazón; pueden vivir plenamente el momento, sin dejar que las presiones y las expectativas lo arruinen. Se acercan con el corazón abierto a las personas, sin segundas intenciones, sin prejuicios, pues confían en sus sentimientos y sólo actúan de acuerdo con lo que les dicta su interior.
La navidad nos invita a convertirnos nuevamente en niños.