Anjos tuteles
Joana era una garotinha de poco más de tres años.
En su corta existencia, ya hube conocido mucho dolor.
Desde la muerte de su madre, hube sentido soledad,
abandono y hube sufrido malos tratos.
El padre, para proveer el sostén familiar,
necesitaba viajar para
largas distancias, donde se detenía por semanas enteras.
Inmediatamente después de la viudedad, hube intentado se
reaproximar de los suegros, para que ellos cuidaran de
la nieta.
Pero, ellos, aún heridos por la boda que fuera a su
contragosto, siquiera lo quisieron recibir.
Entregue a vecinos y la manos mercenarias, ni
siempre la pequeña recibía cuidados esmerados.
Por veces, groserías a herían.
De otras, el simple descaso.
Halagos y cariños, solamente cuando el padre retornaba
de sus viajes.
Entonces ella se aninhava en su regazo y allí se tardaba,
rogando en su corazón infantil que aquellos momentos se
eternizaran.
Pero, breves días pasaban y he ahí José de nuevo a
emprender sus viajes.
Cierta tarde, en que la tristeza más a envolvía,
Joana percibió que se aproxime del portón una joven mujer,
de belleza poco común y sonrisa bondadosa.
Atraída por aquel halo de bondad que de ella se exhalaba,
la pequeña se aproximó y, sin temor, como se a conociera
de largo curso, le extendió la mano y a acompañó.
Atravesaron calles, parques, jardines.
Finalmente, la gentil señora le apuntó un pequeño chalet,
de rejas blancas y muchas flores en el jardín
.Sabe quien vive allí? - preguntó.
No, fue la respuesta de Joana.
Son suyos abuelas, pequeña.
Vaya hasta allá, bata a la puerta.
Cuando atendieran diga sólo:
"Yo soy Joana, hija de la Luísa."
La niña parecía teleguiada y todo hizo, conforme
le fue dicho.
La abuela, al mirar la chica, tuvo un sobresalto.
Era el retrato vivo de su hija, muerta hay poco más
de dos años.
Hija que ella no vía hay mucho más tiempo, desde que,
contra la gana de los padres se hube casado con un
muchacho pobre y de cultura inferior a la suya.
Trêmula, la vieja señora llamó el marido e inmediatamente
deseó saber quien hube traído Joana hasta allí.
Ella insistía en afirmar que fuera una mujer, pero no sabía
declinar el nombre.
Entonces, entrando en la sala, conducida por las manos
de los abuelas, emocionados, ella apuntó hacia un cuadro
en la pared y dijo:Fue aquella mujer que me trajo!
Y ambos reconocieron que ella apuntaba hacia el
cuadro de la hija.
*****
Porque desencarnam, las madres no dejan de ser
que ángeles tuteles de sus hijos, aún encarnados.
De donde se encuentran, asisten y velan por los
que les fueron entregues a la guardia
y cuidados por la Providencia Divina.
*****
La muerte no mata sino el cuerpo físico.
El alma prosigue viviendo y, en ese mundo donde vive,
alimenta los mismos sentimientos que tenía
cuando aún en la carne.
La muerte no destruye los sentimientos elevados,
como el amor, la dedicación, la amistad.
Por eso es por lo que, en verdad, no hay verdaderos
huérfanos,pues los Espíritus de los que los
que los aman los asisten de donde se encuentran.
Redacción del Momento Espirisista, con base en el cap.
Mariquita, del libro La canción del destino,
por Espíritus diversos, psicografia de Dolores Bacelar, ed.
Correo fraterno del abc.
En 08.05.2009.
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