En mi equipaje siempre llevo una bolsa azul
llena de sueños, antes era muy grande y pesaba lo que pesa una pluma,
ahora más bien pequeña y su peso es de más de un millón de
plumas.
No es malo tener una infinidad de deseos sobre lo que uno
quiere que ocurra, porque con el paso del tiempo algunos se cumplen
dándonos cuenta que no eran tanto sueños, o al menos no eran tan
grandes. Otros que no se cumplen pasan a formar parte del olvido ya
que según somos más sabios los vemos inútiles.
Según se llega a la senectud y se forjan en la madurez las
ideas, uno aprecia los sueños vencidos en el campo de batalla de la vida,
otros se muestran inalcanzables a pesar de tenerlos frente a
uno.
De los míos aún quedan algunos que puedo cumplir y pocos
que mi consciencia me dice que nunca podré realizar, por ellos me debo
hacedor de los posible y evito la futilidad de beber en pozos
secos.
Ayer uno de mis sueños más grandes era acompasar al latido
de tu pecho el susurro de mis besos, dormir en el nido de tus ideas, ser
tu parte más reclamada, ser el nombre que se mezcla en tus letanías cuando
amaneces iluminada por un rayo de sol. Hoy ese sueño es mucho más,
es la dicha de no dejar la cercanía de otros sueños, de los
tuyos.
Así voy por mi camino vital, llevando ágil la bolsa de mis
sueños de un lugar a otro, la misma bolsa que antes arrastraba.
Acercándome a la hora en la que no tendré que estar despierto para soñar
una vez más. José Fco. Delgado
Abad.