EN EL DESPUÉS
ESTOY
Voy más allá de todo, sin intentos,
dejando atrás
objetos y personas
que llamaron en mí con sus nudillos
de promesas
etéreas. Mis alforjas,
llenas de ausencia, tienen
ligero el peso, ráfagas
o sombras.
Ni siquiera me frenan las palabras;
me las
conozco todas de memoria,
y ya no tienen fondo ni matices,
son hojas
secas sobre las baldosas,
que al ser holladas, lanzan un gemido
de piel
sin músculo, y se desmoronan.
Años atrás, cuando ávido escuchaba,
y era mi
fe asequible a la redonda,
me detenía al pie de las tertulias…,
y aprendí
a despreciarlas, por tediosas.
Pero un día, un susurro,
gentil, como
zureo de palomas,
se adueñó de mi espíritu,
me arrebató hasta el borde de
su boca.
Era como si un círculo de bronce
me aislara de otras súplicas
sonoras.
Mi alma creyó. Qué religión de fuego
encendió en mis entrañas
ceremonias.
Y cómo el cuerpo, en cada sacrificio,
repetía los cantos, las
estrofas,
de la víctima ardiendo,
sobre las llamas, en altar de
rosas.
Everest de sentidos y armonía,
romper el sueño a la primera
aurora,
torrente de trombones,
mar de violines en que el alma
boga.
Hubo un antes, vacío, prolongado,
y un después, apagadas las
antorchas.
Y en el después estoy, ya sin intentos.
Más allá de las luces,
en la sombra.
Texto de Francisco Álvarez Hidalgo