VESTIDURA DE
INOCENCIA
Victoria Lucía
Aristizábal
La inocencia vestida de niña o niño toca
al cielo y en el crepúsculo hace nubes para que luego lluevan y nos
refresquen la memoria a las avejentadas neuronas que se olvidan que alguna
vez fuimos esos seres de luz,
esos diamantes en bruto y al recorrer el horizonte hay una brújula
danzante que adquiere la mesura de las cicatrices que dejaron los pasados
mientras la respiración se va llenando de aliento afectivo y no deja de
pasar la turbulencia que le recordará como superar el dolor que algún día
viva, cuando sortea con éxito esta fuerza, adquiere el temple, el tono
preciso que traerá en su sistema nervioso para enfrentar el espectáculo
que le presente la vida que por sorteo le toque
Las manitas se llenan de aire y en su
intento por quererle atrapar sabe que hay vivencias que tendrá que soltar
y que solo serán un toque delicioso que matizará la vida y mientras, va
escuchando músicas que penetran por todos sus poros con dulces melodías
que armonizan su espacio entre su cuerpito físico que se conecta al cordón
umbilical del universo, entre tanto, los invisibles queribles quedan
completamente dentro de sí y la belleza comienza a palpitar con ritmo,
frecuencia y claridad, entre el cielo padre, y la tierra madre, mientras
la cama vegetal le espera como lecho mullido que le nutrirá el tiempo que
venga a conocerla con sabiduría.
Gotas de rocío comienzan a envolverle y
la pureza humedecida le da resguardo como una forma de tallarle en sus
emociones el corazón que sabrá querer con luna llena y sol atemperado y
mientras el corazón responde, la vida se transforma en día y en noche sin
alfabeto y sin imágenes, solo tiene los ojos de Dios que desconoce los
miedos o el hambre de la insatisfacción, solo rima las dimensiones por las
que debe pasar como un poeta que hace el amor con los entusiasmos
dejándole a los Arcángeles como satélites y como el cielo y la tierra no
se juntan sabrá que las relaciones son así, se necesitan la una a la otra
pero no se tocan sino en una franja que se ve a lo lejos como una línea
que divide el acá del allá y con suavidad extrema Dios le dice: “Es tiempo
de ser conmigo y sin mi” y un poco de escalofrío recorre su cuerpecito
turbado por esta sentencia de respeto a la libertad en el
cielo.
Dios sopla su aliento divino y nos lanza
con resplandores, mientras va desplazando los torbellinos para que el
sendero se vuelva tan seguro como intenso, con la duración exacta del
reloj que marca la impronta para cada inocente y posibilitando las
réplicas le envuelve en auras protectoras como pararrayos que percibirán
los ciclones antes de que nazcan y así dotados de esencia humana, nos
planta en el lugar exacto a la hora precisa por entre el túnel de la
ternura o del temor que convierte en pluma como deidad bondadosa y
comienzan a abrirse las ventanas de la realidad singular y única que será
interpretada por cada uno para convertirse en un anciano sabio o en un
ignorante miserable y entre la ignorancia y la pobreza espiritual saldrán
vencedores muchos que aun se encuentran en el tobogán de los
desequilibrios esperando que Dios sea la barita mágica que haga el milagro
de que todo se convierta en certeza y venga a rescatarles, más antes de
emprender el regreso la inocencia está volviendo a brotar, recordándonos
como nuestro niño interior nos necesita.
Ya ceñida al cuerpo y respirando la
piel, el ojo torrencial del cielo se queda vigilante cuidando que las
palabras parentales tengan esa sumisión angelical que se debate en la
memoria donde reposa el recuerdo de la inocencia que fue y la que ha
nacido y se enciende de nuevo la trama del hogar civilizado que acoge con
amor el árbol de la vida.