Al mirar más allá de la satisfacción temporal que brindan los regalos materiales, reconozco que los mejores obsequios en la vida son las perlas de sabiduría, la fortaleza de espíritu y el amor divino. En el fluir de la provisión ilimitada de Dios, recibo con agradecimiento estas bendiciones y las comparto con los demás. Al hacerlo, ellas se multiplican y regresan a mí. Llevar una vida centrada en Dios y compartir mis dones espirituales con los demás me llenan de gozo. Me regocijo al sentir cómo crece en mí el amor de Dios, y lo expreso como sabiduría y fortaleza interna. Me siento bendecido ricamente por dones verdaderamente valiosos.